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Brown se retira para hacer posible un pacto con Clegg

El primer ministro anuncia que los liberaldemócratas también están negociando con los laboristas y que él no será un obstáculo

IÑIGO SÁENZ DE UGARTE

Gordon Brown hizo ayer el último servicio a su partido y provocó al mismo tiempo un terremoto en la política británica. Precisamente cuando las negociaciones entre conservadores y liberales demócratas se acercaban a su desenlace, el primer ministro anunció su dimisión al frente del Partido Laborista.

El primer ministro asumió la responsabilidad de la derrota en las urnas y pidió a su partido que inicie el proceso con el que relevarlo y que se produzca, como muy tarde, en otoño.

Los liberales tienen ahora dos posibles aliados para entrar en el Gobierno

La retirada definitiva tardará unos meses. Aún más importante son sus repercusiones inmediatas. Brown comunicó que Nick Clegg le había informado de su deseo de iniciar negociaciones con los laboristas. Por eso, para hacer posible ese acuerdo, 'renunciaré a mi deber de formar un Gobierno que podría tener una mayoría en la Cámara de Representantes'.

Brown ponía su cadáver político en el camino que llevaba a David Cameron hasta Downing Street. El líder conservador tuvo pronto noticias aún peores.

De repente, se descubrió que los liberales estaban negociando en dos frentes simultáneamente. Muy poco tiempo después, se supo que Clegg parecía decepcionado con el resultado de los contactos con los tories y estaba abierto a nuevas ofertas.

Algunos diputados laboristas se oponen a un acuerdo con Clegg

El liberal calificó la retirada de Brown como 'un elemento importante que puede facilitar la transición al Gobierno estable que el pueblo se merece, sin prejuzgar lo que pueda ocurrir en las negociaciones con los laboristas'.

Los acontecimientos se sucedían sin interrupción. Sin tiempo de digerir los anuncios de Brown y Clegg, los conservadores hacían público que habían mejorado su propuesta a los liberales en relación a la reforma electoral. Están dispuestos a aceptar la convocatoria de un referéndum sobre la introducción del llamado 'voto alternativo'.

Este sistema permite al votante numerar en orden de preferencia a los candidatos. Si ninguno supera el 50% de los votos, se empieza a sumar los apoyos concedidos en segunda posición hasta que alguien supere el umbral.

'Con independencia de lo que ocurra ahora y de lo que decidan los liberales demócratas avisó el tory William Hague, hasta aquí podemos llegar'. Era la oferta final.

Le preguntaron a Hague si se sentía traicionado por los liberales. Respondió que prefería no utilizar esa palabra para referirse a personas 'con las que quiero trabajar en el Gobierno'.

Por la noche, el grupo parlamentario de Clegg se reunió por segunda vez en el día para dar su respuesta. La cita no había concluido al cierre de esta edición.

Había que volver a hacer las cuentas. Laboristas y liberales suman 305 escaños. Pueden formar una coalición arco iris con el apoyo de nacionalistas escoceses y galeses, verdes y los partidos moderados del Ulster, y alcanzar los 329 escaños, justo por encima de la mayoría absoluta. Si suman al partido unionista mayoritario del Ulster, llegarían a 337.

¿Es viable esa mayoría? Los conservadores ayer se mordieron la lengua, pero pronto denunciarán que se trata de una 'coalición de perdedores' porque sus dos rivales perdieron votos en las urnas.

Fue en las filas laboristas de donde salieron las críticas más duras. La diputada laborista Diane Abbott acusó a Alastair Campbell y Peter Mandelson, viejos aliados de Blair, de forzar la dimisión de Brown. Denunció que los laboristas estarían en el Gobierno 'a merced de los partidos pequeños'.

Lo mismo dijeron otros diputados, todos ellos contrarios a la reforma electoral. Clegg pronto descubrirá que un acuerdo con los laboristas puede ser tan difícil como el aún posible con los tories.

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