Este artículo se publicó hace 16 años.
Camboya juzga al fin el genocidio de Pol Pot
Arranca el juicio contra los dirigentes jemeres rojos responsables del exterminio de casi dos millones de camboyanos
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"Destruirte no supone ninguna pérdida; preservarte no aporta nada". Ningún eslogan condensa en tan pocas palabras el extremismo, la crueldad y la locura que caracterizó al régimen que dirigió Camboya entre 1975 y 1979. Una cuarta parte de la población del país entre 1,7 y dos millones de personas perdió la vida después de que Pol Pot, el Hermano Número 1, declarara el Año Cero, en un intento por romper con el pasado.
El 17 de abril de 1975, tras la toma de Phnom Penh y la derrota de las tropas proestadounidenses de Lon Nol, los jemeres rojos evacuaban la totalidad de las ciudades y enviaban a millones de personas a campos de trabajo. En apenas cuatro años, cientos de miles de personas perdieron la vida a causa del hambre y las enfermedades, y otras 200.000 murieron ejecutadas, víctimas de la crueldad de una ideología que llevó el pensamiento maoísta de la Revolución Cultural hasta sus últimas consecuencias.
Han pasado 30 años desde el exterminio de casi dos millones de camboyanosLos primeros enemigos del régimen fueron la élite afrancesada que residía en las ciudades, así como ingenieros, profesores, artistas y religiosos. Poco después, la paranoia se extendía y la purga acababa con todo aquel que expresara la menor muestra de oposición, incluidos los propios funcionarios.
Treinta años después de que las tropas vietnamitas derrocaran a los jemeres, Camboya sienta en el banquillo de los acusados por fin y no sin dificultades a los altos cargos de la Kampuchea Democrática. Kaing Guek Eav, alias Duch, será el primero en explicar en el juicio que comenzó ayer por qué la Angkar (la Organización) decidió llevar a cabo el primer autogenocidio de la historia. Acusado de crímenes contra la humanidad, este profesor de matemáticas de 66 años ordenó la muerte de unas 20.000 personas que pasaron por su feudo, la prisión S-21 (también conocida como Tuol Sleng), donde eran encarcelados secretamente los supuestos opositores, para ser torturados y ejecutados.
A su llegada al tribunal, Duch de figura menuda y apariencia frágil se mostró tal y como los que le conocen dicen que es: impasible. Separado de las víctimas por un grueso cristal, este hombre obsesionado por la exactitud y la minuciosidad saludó a los presentes con una reverencia y las manos entrelazadas, en un gesto típico de la cultura clásica jemer.
El principal acusado se arrepiente de ordenar el asesinato de 20.000 personasDurante toda la sesión, que duró más de seis horas y sirvió para establecer el procedimiento a seguir por la fiscalía y la defensa, el arquitecto del terror no dejó de tomar notas. Una meticulosidad que adoptó cuando era estudiante y que aplicó con pasión durante los cruentos interrogatorios que supervisaba en la prisión de la que, como él mismo ha confesado, "no había posibilidad de salir con vida".
Según el tribunal, testificará a mediados de marzo y se espera que la sentencia, cadena perpetua como máximo, sea pronunciada en 12 semanas. Del otro lado del vidrio, una sala repleta de estudiantes, monjes budistas y periodistas escuchaba atentamente, a la espera de que Duch, convertido al cristianismo para redimir su culpa, hiciera prueba del arrepentimiento que ha profesado desde que fue detenido hace diez años.
Esperando justicia"Estoy aquí porque los seguidores de Pol Pot mataron a mi padre y a mi hermana. Sólo espero que el tribunal haga justicia", confesaba, con gesto serio, Yeng Chuk, un monje budista de 28 años ataviado con una túnica color azafrán.
Otras víctimas dejaban escapar la rabia contenida durante años y denunciaban el trato dispensado a una de las figuras más espeluznantes del régimen. "Estoy indignado por el tono que ha adoptado la Corte frente al acusado. Toda esta parafernalia, todos estos años para ponerse de acuerdo sobre el procedimiento a seguir a la hora de juzgar a este criminal", denunciaba François Bizot, un antropólogo que pasó tres meses bajo el yugo de Duch, experiencia que relató en la celebrada novela El portal.
El juicio, que ha necesitado 13 años de arduas negociaciones entre el Gobierno camboyano y Naciones Unidas, comienza empañado por la falta de transparencia. Un documento confidencial de la ONU revelaba en 2008 que altos funcionaros del Ejecutivo camboyano sobornaron a miembros del tribunal integrado por jueces locales y extranjeros mientras analistas independientes denunciaron la interferencia política, una práctica común en la pobre y corrupta Camboya.
Silencio contra la barbarieAunque en las calles de Phnom Penh abundan los vendedores ambulantes que ofrecen copias de libros y DVD de películas como Los gritos del silencio o 21-S: la máquina roja de matar por apenas dos dólares, el conocimiento de la sociedad camboyana actual sobre el genocidio es muy pobre.
Mary Cher, una recepcionista de hotel de 20 años que está estudiando Contabilidad admite su desconocimiento: "No sabemos muy bien qué va a juzgar el tribunal. En realidad, apenas conocemos la historia de Camboya bajo los jemeres rojos. No nos lo enseñan en la escuela".
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