Este artículo se publicó hace 17 años.
Cárceles de cinco estrellas para los genocidas argentinos
Los torturadores gozan de privilegios y trato preferencial en las prisiones.
"Tiene cancha de tenis, piscina, televisor con DVD, móvil, balcón, ventana con vista al río y lo pueden visitar amigos cuando quiera. Usted tendrá llave para que pueda abrir y cerrar cuando quiera." No es un anuncio de un hotel. Eran los privilegios del represor Héctor Febres, que se ganó el apodo de Selva por su gusto para la tortura: "Era más bestia que todos los animales juntos".
El 10 de diciembre el prefecto apareció muerto por presunto envenenamiento en la sede Delta de la Prefectura Naval donde estaba detenido a la espera de una condena por delitos de lesa humanidad que nunca llegó. Pero su muerte dio a conocer las condiciones de detención de los represores.
Selva no era un preso común. Paradójicamente, la falta de normalidad de sus crímenes fue el vehículo para conseguir su prisión cinco estrellas. Según los investigadores, Febres daba órdenes a los guardias. Entre otras cosas, ordenaba que le desalojaran el casino de oficiales para recibir a su familia. La última vez fue el 9 de diciembre, cuando festejó el bautizo de una de sus nietas.
La ira de las asociaciones de derechos humanos ha motivado que la presidenta, Cristina Fernández, haya ordenado la destitución del jefe de la Prefectura, Carlos Fernández.
"Estas condiciones irregulares de detención no son casualidad. Los jueces que formaron parte de la maquinaria sangrienta siguen en sus cargos. El juez (Sergio) Torres, a cargo de la causa ESMA, deriva a los genocidas a unidades especiales de detención, como la Prefectura, Campo de Mayo y otros centros, alegando que no hay lugar en las cárceles comunes o que los represores corren riesgo", denuncia Álvaro Peirola, abogado querellante de la Asociación HIJOS.
Tras visitar el Complejo Penitenciario Federal número 2 de Marcos Paz, Peirola presentó un escrito para denunciar que hay 20 plazas vacantes en el módulo IV del Pabellón V del penal. Entre los 28 represores detenidos del pabellón conocido como de "lesa" -en referencia a los delitos de lesa humanidad- brillan el ex capellán de la Policía de Buenos Aires, Christian Von Wernich, y el ex subcomisario Miguel Etchecolatz, el primer argentino condenado por genocidio.
Celdas individuales
El penal, una copia de una cárcel de máxima seguridad española, tiene apenas ocho años de antigüedad. Cuenta con celdas individuales de 2,5 x 3 metros pintadas de diversos colores, tiene ambientes abiertos, alambrado en lugar de muros y muchos espacios verdes. Todo lo contrario de lo que sucede en las cárceles del país. El caso más emblemático es el del
penal de la provincia de Santiago del Estero. Allí, en noviembre, murieron asfixiados 32 reclusos que incendiaron colchones para protestar por el hacinamiento.
Para Peirola, es la mejor cárcel del servicio penitenciario federal. Pero eso nada dice de los privilegios que tiene el pabellón de represores. Entre las requisas ordenadas por el juzgado que investiga la desaparición de Jorge Julio López, hay cartas de represores en las que se demuestra claramente el trato que reciben: "Nos tratan con respeto, nos llaman el grupo de los famosos".
La cadena de mando influye en los beneficios que tienen respecto al resto de delincuentes: a unos les pegan, a otros no. Unos pueden utilizar los teléfonos en los horarios restringidos, otros no.
"Están todos juntos, da miedo", dice Peirola. Treinta años más tarde, los de "lesa" se juntan en el Salón de Usos Múltiples donde tienen televisor, teléfono, cuatro baños con duchas, mesas y sillas. La justicia logró reunir a una decena de represores que formaron parte de los grupos de tareas del circuito Club Atlético, El Banco y El Olimpo. Los mismos nombres con los que bautizaron los equipos de fútbol.
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