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Chile y el giro reaccionario del proceso constituyente

La ultraderecha será determinante para redactar la nueva Carta Magna y es ya la fuerza política mayoritaria frente a un Boric en horas bajas

Imagen de José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, durante una protesta en Plaza Italia en Santiago de Chile, a 17 de diciembre de 2021.
Imagen de José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, durante una protesta en Plaza Italia en Santiago de Chile, a 17 de diciembre de 2021. Mauro Pimentel / AFP

El ciclo político que se inauguró en Chile con el estallido social de octubre de 2019 quedó finiquitado el domingo tras el contundente triunfo del ultraderechista Partido Republicano en las elecciones para elegir al Consejo Constitucional encargado de redactar una nueva Carta Magna. Las urnas han dejado una curiosa y terrible paradoja: el maestro de ceremonias del nuevo proceso constituyente que pondrá término a la Constitución promulgada en 1980 por Augusto Pinochet será José Antonio Kast, líder de los republicanos y ferviente admirador del dictador.

Si el domingo por la noche las derechas superaban los tres quintos del Consejo Constitucional (necesarios para evitar los vetos de los representantes progresistas), el recuento final arrojaba este lunes un escaño más al partido de Kast en detrimento de una izquierda que ha salido trasquilada en estos comicios. Es un dato relevante porque ahora los consejeros del Partido Republicano (23) y los de la derecha tradicional de Chile Seguro (11) suman dos tercios del Consejo (compuesto por 51 miembros, uno de ellos perteneciente a los pueblos originarios), una mayoría que, de confirmarse, les otorgaría el control total al poder sortear también las posibles observaciones de una Comisión de Expertos creada ad hoc.

Los ultras han obtenido el 35% de los votos y son ya la primera fuerza política de Chile, muy por delante de la vieja guardia conservadora (21%). La coalición gubernamental de izquierdas (Unidad para Chile) se queda con el 28% de los votos y 16 consejeros. Peor parado queda el centroizquierda (parte de la antigua Concertación que gobernó en varias ocasiones), ya que su exiguo 9% no le otorga ni un solo consejero. La nueva Constitución que será sometida a referéndum en diciembre rezuma ya un conservadurismo que aleja el proceso constituyente de las demandas sociales emanadas del estallido social.

La nueva Constitución que será sometida a referéndum en diciembre rezuma ya un conservadurismo

El giro reaccionario en Chile se veía venir. Todo estaba abonado para una severa derrota del oficialismo. Lo auguraba el abogado Jorge Navarrete en un artículo publicado en la revista The Clinic unos días antes de la elección. Y apuntaba una reflexión estremecedora para el futuro inmediato: "Estamos, esta vez, ante la posibilidad de que se ponga término a la Constitución del 80, reemplazándola por una similar o incluso más conservadora en sus contenidos; la que sin embargo será sostenida democráticamente por los votos y firmada por el presidente más de izquierda de los últimos 50 años".

El resultado electoral es la expresión de una revancha de los sectores políticos que vieron con recelo la efervescencia popular surgida en las protestas de octubre de 2019. La gigantesca marea ciudadana que se hartó de 30 años de precariedad y desigualdades fue el combustible de un proceso constituyente que arrancó con una Convención dominada por las listas de la izquierda independiente. Esa Asamblea, surgida también de las urnas, alumbró una Constitución de gran calado social, la más feminista del mundo. Pero al mismo tiempo no supo hilvanar los consensos adecuados para asegurarse una victoria en el plebiscito del pasado 4 de septiembre. A eso se sumaron ciertos excesos formales cometidos por algunos de los constituyentes que fueron aprovechados y exacerbados por el mainstream periodístico para desacreditar a la Convención. Un 62% de los electores rechazó el texto constitucional. Fue una derrota dolorosa para las organizaciones sociales que se habían volcado en una suerte de refundación democrática del país.

Boric se enreda

El rechazo al texto constitucional en septiembre supuso también un varapalo para el primer presidente de izquierdas que llegaba al Palacio de la Moneda desde el sangriento derrocamiento de Salvador Allende en 1973. Boric acababa de iniciar su mandato tras batir a Kast en las presidenciales de diciembre de 2021 y había ligado su destino al éxito de la nueva Constitución que enterrara la de 1980 (varias veces reformada pero nunca derogada). Ya en la silla presidencial y con la realpolitik en el cogote, el joven Boric (37 años) fue distanciándose poco a poco de las propuestas más radicales de los constituyentes.

La conformación reaccionaria del Consejo Constitucional cierra una época de esperanza transformadora

Ese miedo escénico (que tanto alimentaron determinadas tribunas mediáticas, políticas y económicas) caló también en un electorado al que le entraron dudas sobre la plurinacionalidad o la gestión pública de los bienes y los servicios más básicos. Y aquel gran esfuerzo constituyente se esfumó por el sumidero de la Historia. Desde entonces la gobernabilidad ha sido un dolor de cabeza permanente para un Boric que parece jugar cada partido en campo contrario. Si en lugar de hablar de avances sociales y agenda democratizadora se discute todo el tiempo sobre seguridad ciudadana y migración, no hay izquierda que pueda tener la portería a cero. Y ésos han sido los marcos dominantes de los debates en la campaña electoral para la elección del Consejo Constitucional. Una narrativa con la que Kast y la derecha tradicional se sienten muy cómodos y que atrae electores temerosos como la miel a las moscas.

La conformación reaccionaria del Consejo Constitucional cierra una época de esperanza transformadora en Chile. Con una baja popularidad (30%), el gobierno de Boric lleva a la defensiva desde el primer día de su mandato y así continúa (el domingo por la noche el mandatario le pidió a los vencedores que no cometieran los mismos errores que la izquierda y buscaran consensos, y ayer su gobierno hacía ya guiños a la derecha moderada para alcanzar acuerdos). Kast, por su parte, renace como líder de la oposición y no parece dispuesto a otorgar concesiones a sus rivales. Bajo su liderazgo, la ultraderecha es ya la fuerza política mayoritaria en un Chile que despertó hace tres años y medio y hoy parece sumido de nuevo en un profundo sopor.

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