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La decencia

El actor español Juan Diego Botto narra su visión de la invasión israelí a Gaza en una carta enviada al director de 'Público'

JUAN DIEGO BOTTO

¡Cómo se pueden llegar a retorcer las palabras! Olmert y Livni quieren preservar la seguridad de los ciudadanos de Israel, que se ven sometidos a los ataques de los muy temibles misiles qassam. Tan temibles, por cierto, que en el último año han matado a cuatro ciudadanos israelíes, mientras que en sólo diez días Israel ha asesinado a más de 400 palestinos.

El Estado terrorista en que se ha convertido Israel ha cortado el suministro de alimentos, medicinas, electricidad y demás necesidades básicas a toda la franja de Gaza, es decir, ha castigado a 1 millón y medio de personas para obtener fines políticos: deshacerse de Hamás, elegido democráticamente por su pueblo (nos guste o no). Dispara contra objetivos tan militares como universidades o casas de civiles y con toda seguridad su incursión en Gaza multiplicará las víctimas.

La sangre de estas acciones –que encajan con cualquier definición de terrorismo por estricta que sea–, inunda el corazón de los palestinos y manchará por siempre la conciencia de los mandos israelíes que las cometen. Ellos deberían saber que la Historia olvida mal. Y habrá museos del Holocausto palestino para recordar a las víctimas de esta masacre. Pero lo que realmente es escandaloso, lo que produce una vergüenza infinita, es la respuesta de la comunidad internacional.

Si la decencia, no ya la moral o la ética, sino simplemente la decencia, tuviera alguna cabida en la política, los Estados europeos deberían amenazar con romper relaciones con Israel, o romperlas de hecho, o llamar a consultas a los embajadores, o, al menos, imponer sanciones económicas –por muchísimo menos se las impusieron a Hamás–. Pero todos sabemos que eso no va a ocurrir. Israel entrará en Gaza a sangre y fuego, Europa no hará nada, Estados Unidos ni hablemos, (Obama sigue jugando al golf).

El títere de Abbas negociará un Estado palestino sin poder alguno sobre sí mismo, acantonado, sin fronteras, sin recursos, sin soberanía real. Entonces, con la tierra ya quemada, saldrán los ministros de Exteriores europeos a decir “señores cálmense”. Aún recuerdo a algunos dirigentes europeos encerrados con Arafat en la Mukata. De aquellos días a esta pasividad, cuánta autoridad moral hemos perdido.

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