Este artículo se publicó hace 3 años.
El faro de Boric y un nuevo Chile
Tras ganar las presidenciales, ahora le queda la faena más difícil: no defraudar al país que despertó hace dos años.
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Gabriel Boric tiene un faro tatuado en un brazo. Su luz alumbra hoy un Chile que ha logrado espantar al fantasma de la ultraderecha. El contundente triunfo del candidato izquierdista en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales frente al ultraconservador José Antonio Kast (55,8%-44,1%) es la culminación de un deseo de cambio expresado por la sociedad chilena a partir de las protestas callejeras de octubre de 2019. Una sociedad que ha vuelto a movilizarse, ahora en las urnas, para darle un voto de confianza a una nueva forma de entender la política.
Al joven Boric (35 años) le aguarda una tarea descomunal: transformar el modelo neoliberal vigente desde la dictadura de Pinochet (1973-1990) en un estado del bienestar que reduzca la enorme desigualdad social generada durante medio siglo. El Frente Amplio de Boric y el Partido Comunista (los dos pilares de la coalición Apruebo Dignidad) conformarán el primer Gobierno netamente izquierdista que entra en el Palacio de La Moneda desde que, en 1973, el sangriento golpe de Estado acabara con el sueño del socialismo democrático de Salvador Allende.
La llegada de Boric a La Moneda en marzo despejará el camino de la Convención Constitucional, que trabaja desde julio en la redacción de una nueva Carta Magna. Hace poco más de un año, Chile aprobó en un plebiscito, por una abrumadora mayoría (78%), el inicio de un proceso constituyente. Y en mayo fueron elegidos los miembros de esa Convención, candidatos independientes y de izquierda en su mayoría.
La nueva Constitución, que sustituirá a la de 1980 (promulgada bajo la dictadura de Pinochet, aunque reformada varias veces), será sometida a referéndum en el segundo semestre de 2022. Con el triunfo de Boric, se espera que haya una sintonía entre el nuevo Gobierno y las propuestas de los constituyentes. Como ha dicho el cineasta Patricio Guzmán, "Chile va acercándose, peldaño a peldaño, a una transformación".
La holgada victoria de Boric apuntala la nueva política en Chile. El Frente Amplio, fundado a raíz de las movilizaciones estudiantiles de 2011 con un espíritu similar al de Podemos en España, ya quedó en tercer lugar en las elecciones presidenciales de 2017, con un notable 20,7% de votos. Cuatro años después, y con el apoyo de un revitalizado Partido Comunista, se ha convertido en la formación que le ha parado los pies al pinochetista Kast (enmarcado en esa internacional negra del populismo ultraconservador en la que militan los Bolsonaro, Trump, Orbán o Abascal).
El estallido social de 2019 pasó factura a los partidos que se han repartido el poder en Chile desde el retorno de la democracia. La antigua Concertación (el Partido Socialista y la Democracia Cristiana) y la derecha tradicional se han turnado en La Moneda durante tres décadas. El resultado en la primera vuelta de las presidenciales (el 21N) reflejó ese descontento social. Sus candidatos no pasaron del 13%, muy por debajo de lo conseguido por Kast (27,9%) y Boric (25,8%).
Una cohabitación sin fisuras del Frente Amplio y el PC en el poder será fundamental. Boric se impuso en julio en las primarias de la izquierda al candidato comunista, Daniel Jadue, que partía como favorito. El nuevo Gobierno tendrá que ensayar acuerdos transversales en un Congreso muy fragmentado, surgido de las elecciones legislativas en la primera vuelta. Apruebo Dignidad solo cuenta con 37 de los 155 legisladores de la Cámara de Diputados, por lo que necesitará los apoyos del centroizquierda (principalmente el Partido Socialista) y, en algunas ocasiones, los votos del centroderecha. La bancada del Partido Republicano de Kast se quedó con solo 15 diputados, por lo que su influencia no será determinante para la aprobación de reformas legislativas.
La agenda de Boric debería tener en cuenta ahora los reclamos de los millones de chilenos que salieron a las calles en octubre de 2019, y que se resumen en una exigencia desatendida por todos los gobiernos precedentes: erradicar la gran desigualdad social que sufre el país. "No son 30 pesos, son 30 años", se gritaba en la calle hace dos años. La subida del precio del transporte público que decretó el Gobierno del derechista Sebastián Piñera fue el detonante de unas movilizaciones que enseguida enarbolaron banderas más ambiciosas después de 30 años de injusticia social.
"Chile despertó", se proclamó entonces. Y aunque aquella revuelta popular fue finalmente desarticulada por la clase política con la firma de los Acuerdos de Paz Social, su irrupción (reprimida a sangre y fuego por Piñera) fue el germen del futuro plebiscito para la redacción de una nueva Constitución. Boric recibió duros reproches por parte de sectores del Frente Amplio y de algunas organizaciones sociales por haber estampado su firma en aquellos acuerdos.
Como otros líderes forjados en las protestas estudiantiles de 2011, Boric ha ido atemperando su discurso con el paso del tiempo. Diputado desde 2014, su ideario político está mucho más cerca de la socialdemocracia clásica que del comunismo. Es un reformista, no un revolucionario. Aspira a implantar un estado del bienestar en Chile, una transformación social con el control de mandos en La Moneda y en el Congreso, no en la calle.
Ha prometido una reforma tributaria para que las rentas medias y bajas dejen de ser las que más aporten a Hacienda. Para aumentar los ingresos, se ha comprometido a establecer un "impuesto a los ricos" y a reforzar así servicios públicos como la sanidad y la educación. Las pensiones, otra de las grandes asignaturas pendientes de Chile, también serían reformuladas, con un aumento generalizado de las jubilaciones y un progresivo desmantelamiento del sistema privado heredado de la dictadura de Pinochet. Y el salario mínimo será revisado al alza.
Para concretar sus reformas, necesitará tiempo y, sobre todo, el respaldo político de otras fuerzas progresistas. Su reciente acercamiento a los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet (exponentes de la Concertación), además de sumar votos para la segunda vuelta, apuntaba en esa dirección. Hábilmente, el candidato izquierdista retocó su programa electoral en la campaña de la segunda vuelta para hacerlo más atractivo a los votantes más moderados.
El Chile que propone Boric es el reverso del que defiende Kast. El presidente electo apuesta por el respeto a las minorías (los pueblos originarios representan el 13% de la población), el ecologismo y la igualdad de género, y es un firme defensor de los derechos humanos. El líder ultraderechista habría chocado de frente con el país que está construyéndose, "peldaño a peldaño", en la Convención Constitucional. Boric ha dado un gran primer paso: frenar a la ultraderecha, al pinochetismo sociológico. Le queda, tal vez, la faena más difícil: no defraudar al país que despertó hace dos años. El faro de Boric debe iluminar ese nuevo Chile.
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