Este artículo se publicó hace 13 años.
El encantador de serpientes
Saleh gobernó Yemen desde 1978 con mano de hierro y practicando el "divide y vencerás"
En Oriente Próximo se suele oír que para gobernar Yemen, que figura cada año en las listas de estados fallidos junto a Afganistán y Somalia, hay que ser el mejor encantador de serpientes del mundo. En realidad, la frase exacta es: "Para dirigir este país, hay que bailar en la cabeza de las serpientes". Y es de Alí Abdalá Saleh, el propio presidente de Yemen desde 1978, el líder árabe de régimen más longevo junto al libio Muamar Gadafi. La fuerza de Saleh, un simple militar sin estudios, reside en su capacidad de instrumentalizar todas las fuerzas políticas y tribales del país en su propio beneficio. Una cualidad que le convirtió en un héroe y en un villano; en uno de los mejores dictadores del planeta.
Alí Abdalá Saleh nació en una localidad del norte de Yemen el 21 de marzo de 1942, en el seno de los Al Ahmar, rama más importante de la confederación tribal Hashed. En el país árabe, el más pobre de la Península Arábiga, la tribu no es una herencia folclóricade la Arabia Felix, sino un concepto político de primera importancia. La condición de militar de Saleh −se alistó a la edad de 16 años– y de "oficial libre" que participó en el golpe contra la monarquía del 26 de septiembre de 1962 –nombre del periódico estatal– nunca le fue suficiente para gobernar.
Protagonista de la unificación de 1990, ejerció una gestión de puro clientelismo
Sus más de tres décadas de poder fueron posibles gracias a una potente y eficaz red de clientelismo tejida entre los principales jefes tribales, los altos cargos políticos y los grandes comerciantes del país. Los que en estos tiempos de guerra civil se dicen enemigos de Saleh, como el jeque Sadek al Ahmar, el general rebelde Alí Muhsen al Ahmar o los islamistas, fueron algunos de los grandes beneficiarios del sistema. Al frente del Congreso Popular General, partido creado en 1982, Saleh nunca declaró una ideología política clara. Él era el símbolo de la unidad de Yemen, conseguida en 1990, y casi siempre vestía con traje occidental y corbata. Sin nunca afeitarse el bigote. Hasta el estallido de las revueltas en enero pasado, sus retratos fotográficos en su palacio presidencial o a caballo vestido en traje tribal estaban en cada esquina y tienda de las grandes ciudades del país.
Su resistencia política y militar –tiene fama de "superviviente"– la cultivó aceptando compromisos. Saleh, que llegó al poder en 1978 casi por accidente, tras los asesinatos de los presidentes Ibrahim al Hamdiy Ahmad al Ghashmi, era visto como el hombre del cambio. Demócrata, restableció la Constitución que los militares habían suspendido en 1974 y abrió el país al multipartidismo. Diplomático, arregló los conflictos fronterizos con sus vecinos (Arabia Saudí, Omán, Eritrea). Saleh es el hombre que consiguió el sueñode unificar Yemen el 22 de mayo de 1990, entre la República del Norte y el régimen socialista del Sur, un momento único en la historia de un país marcado por las divisiones.
Divisiones que el dictador mantuvo y de las que se aprovechó para mantenerse en el poder. En 1994, su régimen usó las armas para callarlas en una sangrienta guerra civil.
Ganó las primeras elecciones libres' en 1999, con el 96% de los votos
Las primeras elecciones libres sólo se celebraron en 1999 y Saleh las ganó con el 96% de los votos. Tras el 11-S, era el hombre de EEUU en la lucha contra el terrorismo. "Corrompió su sutileza política y su inteligencia: no utilizó sus cualidades para los intereses del país, sino para crear divisiones entre las tribus y llevarlas a la guerra, lo cual debilitó la sociedad. Lo único que quería era mantenerse en el poder el mayor tiempo posible", explica el analista Mohamed Alqathi. El argumento de Saleh nunca cambió desde los años ochenta: sólo él hacía posible la unidad.
Los últimos años estuvieron marcados por la represión y el autoritarismo: Saleh cerró diarios, encarceló a opositores y confió los puestos claves del régimen a su familia más cercana. Un informe de 2009 ya avisaba de que esta política sólo iba a radicalizar a la oposición y llevar a Yemen a la guerra civil. Saleh, ahora sin aliados, lo acaba de conseguir.
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