Este artículo se publicó hace 17 años.
Una estrella fugaz en la favela
Lula presenta inversiones millonarias en una visita relámpago a las barriadas de Rio de Janeiro
"Lula, Lu-la-la. ¡Llega en coche blindado y yo me muero de hambre!". La voz de un borracho estropea un clímax de banderitas de Brasil y escolares sonrientes. Son las 9.00 horas del 30 de noviembre. Lula está a punto de llegar al complejo de Cantagallo y Pavãozinho, una favela incrustada entre el lujo de los turísticos barrios de Copacabana e Ipanema.
9.30 horas.Todo está en su sitio. Fachadas desconchadas. Cientos de policías. Adolescentes embarazadas. Niños que juegan a la guerra y gritan "bang, bang" disparando con los dedos. Ni rastro del Comando Vermelho, los traficantes que controlan la favela. "Les dimos un recado claro. Ni un hombre armado", asegura un policía militar. Y es que todo está programado para la fiesta/alegría. Para inaugurar el primer paquete de inversiones en una favela del Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
9.45 horas. El sueño de Cantagallo parecen al alcance de la mano: un funicular, alcantarillas, una guardería... "Nunca pensé que tendríamos todo eso. Lula es el mejor", dice Ivan Cerqueria, un jubilado que lleva 40 años en la favela. Continúan llegando coches blindados/caros.
Populacho por un día
"Va a haber un antes y un después de hoy", asegura Marco Antônio Silva, el presidente de la Asociación de Vecinos de Pavão-Pavãozinho. Habla nervioso. Luce una chaqueta exageradamente apretada. Como él, otros vecinos elegantes se lanzan al Juego de Parecer Políticos.
10.00 horas. El guión se va cumpliendo. Más coches blindados. Banderitas al aire. Y se hizo la luz. O sea: la batucada. En Brasil todo empieza con batucadas. También, o más que nada, la política. A los políticos les encanta rodearse de tambores. Políticos-festivos-que-por-un-día-son-populacho. La percusión de la escuela de samba Alegria de la Zona Sur estalla. "Nunca he visto tanto político aquí. No me fío un pelo", afirma Jansen de Souza, un joven de 24 años. Y el recelo, renaciendo en algunas bocas. "Tanto circo y no tenemos agua hace cinco días", afirma el joven Expedito Monteiro.
10.30 horas. Comienzan a hablar los Políticos Festivos. Secretarios. Vicepresidentes. Algún ministro. El Gobernador Sérgio Cabral. Y Lula, Lu-la-la: "No vamos a construir mansiones. Pero vamos a transformar la favela en un lugar digno. Vamos a rescatar vuestra ciudadanía", dice el presidente, protegido por francotiradores y decenas de policías.
Casco de albañil para la foto
Aplausos. Gritos. Y más tambores. Lula promete que "la revolución" urbana puesta en marcha en Río de Janeiro dará calidad de vida, educación y salud a los pobladores de las favelas. El presidente aparece -para la foto- con casco de albañil.
Después, como por arte de magia, Lula y los coches blindados se van. No dejan ni rastro. Los comentarios populares quedan flotando en el aire: "Al menos podían haber caminado por las calles", se lamenta uno. "¡Me hice una foto con él!", confiesa otro con emoción. "Ahora se van a sus mansiones", escupe un tercero. Davi Rodrigues, mulato tristón de 11 años, mira el último coche blindado. "Yo no voy a la escuela. Sólo quiero ser jugador de fútbol", susurra.
Y al fondo, inalcanzable, Ipanema, ese barrio/sueño que todavía despierta, anestesiado entre el tímido oleaje del Atlántico/glamour y su índice de Desarrollo Humano tan cercano al europeo y tan alejado del brasileño medio.
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