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Excombatientes colombianos piden hacer la guerra con las palabras

El 'no' al plebiscito de los excombatientes

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José Luis Díaz Meneses, desmovilizado y antiguo miembro de las Autodefensas Unidas de Colombia. - NATALY FANDIÑO

CARTAGENA DE INDIAS (COLOMBIA).- Los colombianos se saben bien la lección: hasta la paz les va a tocar pelearla. José Luis Díaz Meneses batalló hace diez años en las AUC, las Autodefensas Unidas de Colombia, posicionadas en los montes del sur del departamento de Bolívar, en los alrededores de Santa Rosa de Lima, y dedicadas a combatir a la guerrilla de las FARC. Trabajaba como carpintero y las AUC le pidieron colaboración para ayudar en el mantenimiento de las municiones y el arsenal. “Aunque nunca empuñé un arma, muchas de las pistolas que arreglé sí hicieron daño”, y pese a que esa decisión le perseguirá siempre, subsana cada día el sentimiento de culpa abonando el terreno, templando a las dos partes y peleando contra la desinformación.

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Meneses: “Podemos defender las ideas con la palabra y la razón de forma más efectiva y constructiva que con las armas”

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En 2006 dejó las armas y cogió los libros. Se alejó de su Bucaramanga natal y se trasladó a vivir con su familia a Cartagena de Indias, donde terminó el bachillerato y se sacó la carrera de Derecho. Ahora es promotor de la Agencia Colombiana para la Reintegración de los Desmovilizados y da charlas en universidades, lugar de reclutamiento habitual de la guerrilla. Les deja el mensaje de su experiencia: “Yo soy desmovilizado. Estudié una carrera. Cuando se quiere, se puede cambiar”. Ha aprendido bien que la vida armada no es el único modo de salir adelante y mucho menos en esta “guerra entre hermanos” que se disputa en su país. “Estamos acabando con lo más valioso que tenemos, que son los jóvenes”. La tarea que desempeña la Agencia no suena sencilla: enseñar a respetar las diferencias y acabar con la manipulación a la que se somete a la juventud.

Meneses señala en su despacho una foto de un antiguo compañero guerrillero, conocido como 'Panamá'. - SARA CALVO

En 2006, el entonces presidente Álvaro Uribe encabezó un proceso de paz en el que se desmovilizaron más de 30.000 personas de las AUC, procedentes de la treintena de frentes que tenían repartidos por el país. Estaban a punto de convertirse en una de las organizaciones de narcotraficantes más grandes del mundo. Ese proceso fue una oportunidad para reinsertarse en la vida civil para muchos pero otros tantos volvieron a enrolarse en otros grupos paramilitares. El Estado puso mucho dinero a disposición de los desmovilizados pero olvidó que lo importante no era darles pescado sino enseñarles a construir la caña de pescar. También prometió un indulto que nunca llegó. En su lugar, la Ley 14-24 evitó que los combatientes sin delitos de sangre, como es su caso, pasaran por prisión.

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“Como toda lucha armada, empezó con un ideal y terminó metida en negocios del narcotráfico”, rememora José Luis. Las armas y las drogas eran piezas clave de la AUC que se complementaban. Las primeras limpiaban el camino a las segundas. “Ahora la guerra no se hace con armas, se debe hacer con las palabras, con las ideas”.

“Como toda lucha armada, empezó con un ideal y terminó metida en negocios del narcotráfico”, rememora José Luis Meneses

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José Luis ve el momento que vive Colombia como una oportunidad de arreglar todo el mal que se hizo. Él lo intenta cada día valiéndose de su ejemplo. “Uno entra en un grupo armado persiguiendo unos ideales y se da cuenta de que allí existe la misma desigualdad que aquí fuera”. La revolución era un espejismo, “allá el único que vive bien es el comandante; el resto come arroz con lentejas, y eso si comen”.

Guardar lo aprendido, reconocer errores y seguir para adelante, a perseguir la paz. “El proceso de integración de Colombia es un ejemplo a nivel mundial”, incluso el no del referéndum refuerza la democracia del país porque “nos enseña a escuchar al que disiente”. Las negociaciones, apremia, no se hacen para que ambas partes pierdan.

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Ricardo Brieva también dejó las Autodefensas hace diez años y tuvo que abandonar La Guajira y huir a Cartagena “por seguridad”. - NATALY FANDIÑO

El 'no' al plebiscito de los excombatientes

“Es mucho mejor que lleguen al Congreso por las urnas que por las armas”, que ayuden a construir el país en lugar de destruir los montes colocando minas y desplazando a campesinos, cree José Luis. Pero en los elegantes cafés de la ciudad amurallada de Cartagena se oyen retazos de conversaciones dispares sobre el proceso de paz. Una mujer rubia que ya pasó la barrera de los 50 hace años opina: “Ningún grupo armado hace la paz y pacta para que lo metan preso”. Y un hombre con el pelo blanco, sentado a su izquierda, le responde: “Ahora los que tienen la palabra son ellos”.

Incluso dentro de las filas de los desmovilizados que trabajan con la Agencia Colombiana para la Reintegración, las opiniones fluctúan hacia puntos equidistantes. Ricardo Brieva también dejó las Autodefensas hace diez años y tuvo que abandonar La Guajira y huir a Cartagena “por seguridad”. El estigma de ser un desmovilizado les perseguirá toda la vida, tanto por miedo a represalias como por el rechazo social que sufren cuando se descubre su pasado.

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“Yo voté por el No. Estoy en contra de los Acuerdos porque implicaban cambiar Colombia por Venezuela”, zanja Ricardo Brieva

Ricardo es algo más joven que José Luis. Se define como “un político” y trabaja de contratista en una Alcaldía próxima a Cartagena. Entró en la Agencia con la intención de seguir su vida civil y dejar atrás su pasado como paramilitar. El uniforme se lo calzó la sed de venganza que le entró cuando su padre murió en un accidente, a sus 19 años. Se desmovilizó “por obligación” también en 2006 cuando la negociación de Uribe.

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Recuerda los cinco años que pasó en el frente como un cúmulo de momentos de “intranquilidad y miedo a morir, miedo a que algún compañero te entregara, miedo a ir a la cárcel” pero también de abundancia de vicios, drogas y sexo. Los grupos violentos se han quedado sin ideología y solo importa el narcotráfico: “Ya no se habla de guerra sino de negocio, extorsión y secuestros”. Su labor en el frente paramilitar se centraba en defender el territorio y en cobrar deudas a golpe de “o me pagas o te mato” a cambio de una mordida.

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