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Una forastera en Brasilia

Dilminha y el presidente

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La presidenta brasileña Dilma Rousseff, suspendida de sus funciones por un juicio de destitución, habla en un acto en Brasilia (Brasil). EFE/Cadu Gomes

BRASILIA.- En sus últimos 109 días en el Palacio de la Alvorada Dilma Vana Rousseff ha estado sola. Desde que el pasado 12 de mayo fue apartada de sus funciones como presidenta, se quedaron a su lado un pequeño equipo de fieles escuderos: seis asesores personales, su jefe de prensa, el fotógrafo, el de las redes sociales, la que está de guardia en internet; y su mano derecha en la sombra, Giles Carriconde Azevedo, o como le llama Dilma: “Gils e Les”.

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Rousseff llega este lunes al Senado sola. Su padre político, Lula da Silva, la acompaña de cerca, pero el Partido de los Trabajadores (PT) la mira desde muy lejos, como el que no se da por enterado, como el que ya no tiene que prestar cuentas a nadie. Dilma Rousseff llega al Senado no para defender su mandato, dado por muerto desde hace tiempo, sino para dar un discurso para la historia, aquella que se escribe con mayúsculas.

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Dilminha y el presidente

Atrás queda 2002 cuando Lula da Silva acababa de ganar sus primeras elecciones y buscaba un candidato para la cartera de Minas y Energía. Una compañera de esta secretaría en el estado de Río Grande del Sur le llamó la atención: “Iba con un pequeño ordenador en la mano y entre los quince que estaban en la reunión tenía un diferencial muy claro: era muy práctica. Ahí pensé que ya tenía a mi nueva ministra”, contaba Lula da Silva en 2008 a la revista Piauí.

Entre la macroeconomía y el “estilo”

Dilma ganó sus primeras elecciones en 2010, cuando su antecesor dejó el poder con el mayor índice de popularidad de la historia: un 88% de brasileños adoraba a Lula da Silva. El 1 de enero de 2011 Rousseff se convirtó en jefa del Ejecutivo con un 70% de popularidad. Llegaba con la fama de ser una técnica, responsable del Programa de Aceleración al Crecimiento (PAC), uno de los mayores logros petistas al que daría continuidad en su nuevo mandato. Protección de la industria y del empleo, inversión en infraestructuras e incentivos al consumo eran la fórmula perfecta para mantener las políticas de inclusión social que dieron fama a la era Lula.

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“Su caída no ha sido por la macroeconomía, sino por su arrogancia, por su estilo de tratar a la gente”

Las manifestaciones de junio de 2013 que empezaron como una protesta contra la subida del billete de autobús, derivaron con la indignación de la ciudadanía por los gastos millonarios de la Copa del Mundo y la escasa inversión en los servicios públicos. La rabia se centró en Brasilia y la popularidad de Dilma cayó en picado. Dicen que la única vez que cambió de idea fue después de esas manifestaciones: empezó a reunirse con líderes sindicales, políticos, empresarios, con todos los que hasta el momento había ignorado.

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La amenaza cumplida

Rousseff llegó a las elecciones de 2014 con el desprestigio del Congreso y la desconfianza de su sigla. Las previsiones electorales eran negativas para el PT y Lula a último momento decidió tomar las riendas de la campaña y dar la vuelta a los resultados. Ganó por poco, por un 1,6% de los votos. En el PT recuerdan que ganó por ellos, por prometer a sus bases que enfrentraía la crisis con políticas de izquierda, y no con los recortes que exigía el Congreso.

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