Este artículo se publicó hace 11 años.
El golpe militar de los civiles
El golpe militar en Egipto tiene una característica singular: ha sido liderado por civiles.
¿Puede un alzamiento militar contra un gobierno elegido ser democrático? ¿Puede un golpe de estado no ser un golpe? A veces, contestarían probablemente hoy millones de egipcios. Para algunos, el ejército llevó a cabo un golpe contra la revolución cuando asumió el poder tras la caída de Hosni Mubarak en 2011 y lo ha vuelto a hacer de nuevo al destituir al presidente Mohamed Mursi un año después de ganar en las urnas. Un golpe militar cuya característica singular "es que ha sido liderado... por civiles". Así define con amarga ironía lo que ha sucedido esta semana en Egipto el artista y activista egipcio Aalam Wassef. También el conocido bloguero y periodista Wael Abbas califica sin paliativos los sucesos que llevaron a la destitución de Mursi de golpe de estado. Y punto.
Aalam Wassef y Wael Abbas son dos miembros destacados de la primera generación de activistas digitales egipcios. Ellos y ellas lucharon juntos bajo la dictadura de Mubarak (Wassef bajo el seudónimo de Ahmad Sherif), compartieron plaza en Tahrir y se abrazaron para celebrar su caída. Las trampas de la transición y los abusos de la tutela militar dividieron pronto a ese puñado de jóvenes audaces que ayudaron a sembrar el camino hacia la revolución. Algunos boicotearon el proceso, que consideraron ilegítimo; otros lo apoyaron participando; unos pocos fundaron partidos o concurrieron como candidatos en las legislativas. Bastantes votaron a Mursi cuando la segunda vuelta de las presidenciales no les dio más opción que elegir entre el candidato de los Hermanos Musulmanes y el del antiguo régimen, el último primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafik. La destitución y arresto del primer presidente civil elegido en las urnas no los pone de acuerdo. Los revolucionarios egipcios vuelven a estar en el margen, como subrayaba la periodista y activista Lina Attalah. Vuelta a la casilla de salida, y algunos sintiéndose más solos que nunca.
La diversidad de análisis y de emociones entre este grupo de activistas políticos ejemplifica la enorme complejidad de lo que está pasando en Egipto. Sus discrepancias no se centran tanto en la radiografía del gobierno Mursi como en el papel que juega en la crisis el ejército egipcio, esa enorme y engrasada organización que ha dirigido el destino de Egipto a lo largo de varias décadas, que recibe una cuantiosa ayuda financiera anual de los Estados Unidos y que garantiza el tratado de paz con Israel.
"No confío en el ejército y no entiendo como la gente, los activistas, e incluso las organizaciones de derechos humanos, confían en ellos" "No confío en el ejército y no entiendo como la gente, los activistas, e incluso las organizaciones de derechos humanos, confían en ellos. Los militares son anti-revolucionarios y controlan el estado y la economía. No sé si hemos aprendido del pasado", se lamenta Abbas, que hace días que no pisa Tahrir y vio las celebraciones y escuchó los vítores del miércoles por la noche en la plaza encerrado en casa con su ordenador y el corazón encogido.
En lo que todos coinciden es en el balance de la gestión del gobierno de los Hermanos Musulmanes, en sus fracasos y sus excesos. Desde la mala gestión económica, el nepotismo en la administración, el control de los medios, la falta de transparencia y la violación de derechos humanos, el sectarismo y el conservadurismo en las libertades civiles al autoritarismo y el no haber cumplido el compromiso de inclusión y unidad a que le obligaban los miles de votos prestados que recibieron en las urnas.
Para muchos de ellos, la revolución que arrancó el 25 de enero de 2011 ha continuado y continúa y Mursi ha sido una etapa más de un camino largo y difícil. Pero mientras unos tienen el convencimiento que la cúpula castrense "sigue reapropiándose la calle con habilidad", como subraya Wassef, y secuestrando la revolución para su beneficio -no para gobernar, sino preservar sus intereses desde los barracones- algunos de sus colegas de entonces analizan la situación entre la alegría y un cauto optimismo.
"El deber del ejército es protegernos, y esto es lo que ha hecho para salvarnos de los terroristas de Mursi. Hemos derrocado a otro dictador", afirma en su muro de Facebook Dalia Ziada, antigua bloguera y actual directora del centro de estudios Ibn Khaldum. Considerada dos años seguidos por Neewsweek como una de las mujeres más influyentes del mundo, candidata a las legislativas de 2011, Ziada denunciaba ya en una conversación sostenida a principios de junio en la sede de Parlamento Europeo en Bruselas, donde participó en un seminario sobre la primavera árabe, "la dictadura encubierta de los Hermanos Musulmanes" y subrayaba que una mayoría de egipcios (un 82%) apoyaban el regreso de los militares al poder, según una encuesta realizada en marzo por el centro de estudios que dirige.
Legitimidad democráticaDe lo que ha sucedido en Egipto se pueden extraer quizá dos lecciones. La primera: que la calle sigue teniendo mucha fuerza y que resulta difícil -sino imposible- contrarrestar con las tácticas tradicionales este nuevo tipo de protesta masiva y descentralizada. La segunda: que las rutinas ajadas de la democracia y el sistema de partidos han fallado estrepitosamente para garantizar una transición tranquila. Mursi ha desdeñado la oportunidad que le dio la revolución, pero también muchos líderes opositores, que han recurrido al ejército para acabar con el gobierno de los Hermanos Musulmanes.
"El pueblo egipcio está cambiando vuestra definición de democracia" "Lo que pasa en Egipto no es un golpe de estado ni es contra la democracia. Sé que os choca a los occidentales, pero es que el pueblo egipcio está cambiando vuestra definición de democracia, que está llena de defectos", afirma la bloguera y activista política egipcia, ahora residente en París, Shahinaz Abdel Salam, convencida de que la gente y las plazas son el antídoto contra los excesos militares y la garantía de que el proceso revolucionario siga su camino y sea inclusivo con todos los egipcios. La democracia, continúa, no es votar cada cuatro años y las urnas no son un cheque en blanco para ningún gobernante. "La democracia es la expresión del pueblo y el pueblo ya no quería a Mursi".
Esa idea es el punto de partida de la campaña Tamarud (Rebelión), la plataforma ciudadana que organizó la recogida de firmas exigiendo la dimisión del presidente y convocó la jornada de protestas del 30 de junio, coincidiendo con el primer aniversario de la victoria electoral del candidato de los Hermanos Musulmanes.
Para Tamarud y Dalia Ziada, que participó activamente en la campaña, la regla de tres era así de simple: si la legitimidad democrática de Mursi se aguantaba en las urnas, había que superar los resultados que consiguió hace un año, 13 millones de votos, muchos de ellos, además, prestados sin alegría. Tamarud asegura que lo consiguió de largo y en un tiempo récord de tres meses, en el que apeló a todos los sectores de la sociedad egipcia, desde los revolucionarios, al antiguo régimen y la policía: 22 millones de firmas. Aunque se trata de una cifra apabullante y difícil de confirmar, su fuerza se vio confirmada en la calle: consiguió literalmente abarrotar las plazas de egipcios, hartos también de penurias económicas, el incremento de los precios de la electricidad o la escasez de combustible.
Pasaron de exigir la dimisión del presidente a rechazar su oferta de diálogo nacionalLa legitimidad pareció cambiar de manos, de ahí seguramente el discurso osado y beligerante de esta plataforma, cuyos promotores son hasta de cierto punto unos desconocidos: pasaron de exigir la dimisión del presidente y la convocatoria de presidenciales, a rechazar su oferta de diálogo nacional, pedir la intervención del ejército y proponer su propio plan de salida a la crisis y el candidato para gestionarla, Mohamed el Baradei, coordinador de la plataforma opositora Frente de Salvación Nacional y desde este sábado candidato a primer ministro interino.
La destitución del presidente y el diseño de la hoja de ruta para esta nueva transición se anunció el miércoles al término de una reunión mantenida por una variopinta representación de líderes militares, políticos y religiosos de Egipto, además de miembros de Tamarud, tan chocante por su diversidad como el montaje musical que el ejército colgó en Youtube con las fotos de los asistentes, que arranca y termina con un zoom sobre el rostro del ministro de Defensa, general Abdel Fatah al Sisi. Revelador es el hecho de que Al Baradei estuviera sentado entre militares, cerca de Al Sisi, cuando éste leyó en directo el comunicado sentenciando a Mursi. Apreciado por muchos revolucionarios, denostado por otros tantos, el antiguo director de la Agencia de Energía Atómica de la ONU y premio Nobel en 2005, de 71 años, ha jugado un papel ambiguo desde la caída de Mubarak: anunció su candidatura a las presidenciales de 2012 pero la retiró criticando la "chapuza" de la transición dirigida por el ejército.
Para Shahinaz Abdel Salem, que milita en su partido, Al Dustour, y forma parte de su equipo de coordinación en Francia, Al Baradei "es un hombre con experiencia en negociaciones y puede perfectamente jugar el papel de mediador en esta frase de la transición". "Es lo que quiere, no busca poder y no quiere ser presidente", asegura. También Amr Gharbeia, antiguo bloguero y ahora activista de derechos humanos en una prestigiosa organización, le da un voto de confianza: "Al Baradei se ha mostrado hasta hora muy firme en sus principios. No aprobaría nada en lo que no esté de acuerdo".
Habrá que ver. Todo es confuso e incierto en Egipto y lo que está en juego es mucho. La incógnita principal que tendrá que despejar esta nueva alianza de poder extraña -incluye también a los salafistas ultraconservadores del partido Al Nour- es el papel que reserva a los Hermanos Musulmanes.
Las organizaciones de derechos humanos internacionales ya han condenado el arresto de decenas de islamistasLa represión contra el islamismo político empezó el miércoles con el cierre de varios canales de televisión y el arresto de Mursi y otros líderes de la Hermandad. Las organizaciones de derechos humanos internacionales ya han condenado el arresto de decenas de islamistas, lo que recuerda a los peores épocas de Mubarak y a los meses posteriores a la revolución, cuando el ejército detuvo y procesó a miles de civiles que le incomodaban en tribunales militares. Al Baradei, de momento, lo ha justificado. "La gente de seguridad está evidentemente preocupada. Ha habido un terremoto y tenemos que garantizar que se predigan y controlen los temblores", afirmó al New York Times.
Sobre el terreno, la situación es también complicada. El viernes, el ejército disparó contra simpatizantes desarmados del movimiento islamista que se manifestaban contra el arresto de Mursi ante los barracones de la Guardia Republicana, donde está encerrado. Mató a tres personas. Las fuerzas de seguridad intervinieron muy tarde horas después, cuando los manifestantes pro Mursi y los anti Mursi se enfrentaron en el puente que cruza el Nilo cerca de Tahrir. El balance oficial de víctimas fue de 30 muertos y cerca de medio millar de heridos.
Abbas considera que la resistencia de los partidarios de los Hermanos Musulmanes se está exagerando y denuncia que desde la televisión y las redes sociales se está incitando a la caza del islamista. "Hay una página que está llamando a marcar sus casas, como se hizo en la Alemania nazi con los judíos", afirma.
¿Qué pasará? Abbas no tiene ni idea, y lo que más desea es estar equivocado. Para Amr Gharbeia, es un juego de azar cuyo resultado depende de cómo el nuevo poder y los islamistas jueguen sus fichas y cómo gestione la partida el crupier, Al Baradei. "Los islamistas pueden asumir el papel de víctimas y recurrir al terrorismo. El gobierno se puede equivocar y oprimirlos. En ese caso, volveremos a los 90", dice. "Si el gobierno consigue darles garantías e incluirlos en el juego democrático, será lo mejor que pueda pasar a la región. Será el final del proyecto islamista".
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