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El grito de socorro de los Guaraní Kaiowá

Este lunes llega a Madrid el cacique Ládio Verón en un viaje donde recorrerá doce países europeos para dar a conocer la masacre que sufre su pueblo. Asesinatos, violaciones, desplazamientos son el día a día de una de las tribus indígenas más importantes de Brasil, ante un gobierno que no sólo les da la espalda, sino que les exige silencio.

Este lunes llega a Madrid el cacique Ládio Verón en un viaje donde recorrerá doce países europeos para dar a conocer la masacre que sufre su pueblo.

Agnese Marra

Coger un autobús para desplazarse a otra ciudad puede poner en riesgo sus vidas. No quieren que hablen, que salgan del perímetro que han establecido para ellos, sea una tierra seca, sea al lado de una autopista. También les exigen silencio. Por eso la policía paró al cacique Araldo Verón cuando llegaba a la estación de autobús de Tupinambá, en Matogrosso del Sur para viajar a São Paulo: “Cuando vieron mi identidad indígena intentaron que no subiera, pero lo conseguí. Nos pasa siempre que queremos salir, no quieren que hablemos”, nos cuenta.

Su hermano el cacique Ládio Verón, a sus cincuenta años va a emprender un viaje mucho más largo. A partir de este lunes recorrerá doce países de Europa para reunirse con autoridades, ONG y diversas asociaciones y poder hablar, poder contar la masacre que sufre el pueblo Guaraní Kaiowá, el abandono, la violencia diaria.

El padre de Ládio  emprendió el mismo viaje y cuando regresó fue brutalmente asesinado

El padre de Ládio, el cacique Marcos Verón, hace trece años emprendió el mismo viaje y cuando regresó a Brasil fue brutalmente asesinado. Por eso, su hijo es muy consciente de los riesgos que entraña una travesía que se ha convertido en un doble o nada, una última apuesta, un grito desesperado por ayudar a los 45.000 indígenas Guaraní Kaiowá a los que representa: “No voy a decepcionarlos”, nos dice horas antes de coger el avión.

La historia de este pueblo está hecha de expulsiones, desplazamientos y violencia, hace décadas que vagan como fantasmas por Matogrosso del Sur. Si nos atenemos tan sólo al siglo XX, fue concretamente en 1953 bajo el mandato de Getúlio Vargas, cuando esta etnia fue expulsada de sus tierras y asentada en las nuevas reservas indígenas: “Ahí se empezó a ver el interés del Gobierno en nuestras tierras, puro negocio”, dice el cacique Ládio. Después vendría la dictadura militar y las centenas de desapariciones de Guaraní Kaiowá y de otras etnias.

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Asesinatos, violaciones, desplazamientos son el día a día de una de las tribus indígenas más importantes de Brasil, ante un gobierno que no sólo les da la espalda, sino que les exige silencio

El primer respiro llegó con la redemocratización del país y la Constitución de 1988 documento que por primera vez les daba un lugar: “Reconocemos a los indios y a su organización social, costumbres, lenguas, creencias y tradiciones, y sus derechos originarios sobre las tierras que tradicionalmente ocupan, correspondiendo al Estado demarcarlas, protegerlas y hacer respetar todos sus bienes”, reza el artículo 231 de la Carta Magna brasileña.

La esperanza duró poco porque estas palabras apenas han salido del papel. Según el cacique Araldo Verón, la Fundación Nacional del Indio (Funai), encargada hasta ahora de la demarcación de tierras, “no ha hecho nada” por ellos y por las 88 tierras indígenas ancestrales que les corresponde homologar en Matogrosso del Sur.

“Con Lula no tuvimos ni una sola demarcación de tierras, con Dilma más de lo mismo”

Tampoco se han sentido amparados por ningún gobierno: “Con Lula no tuvimos ni una sola demarcación de tierras, con Dilma más de lo mismo”, señala el cacique Ládio. En realidad Rousseff intentó cambiar las cosas días antes de que se concretara su impeachment, cuando firmó un decreto en el que aceptaba la homologación de 16 de las 88 tierras a las que los Guaraní Kaiowá podrían volver. Pero el ministro de Justicia del nuevo Gobierno, Alexandre Moraes (hoy ya ex ministro), canceló la firma y todo volvió al mismo lugar, al punto cero.

Cansados de esperar una demarcación que no llega, hace años que esta tribu indígena decidió reconquistar las tierras que les pertenecen ancestralmente. Pero cada reconquista –retomada, dicen ellos- está llena de sangre y de pérdidas. Las tierras que quieren recuperar están en manos de grandes terratenientes del agronegocio, que han convertido los campos brasileños en mares de soja y caña de azúcar: monocultivos y latifundio.

Aunque se sienten olvidados por todos los partidos políticos, reconocen que con el nuevo Gobierno la violencia se ha incrementado. El presidente Temer puso como ministro de Agricultura a Blairo Maggi, uno de los mayores jefes del agronegocio brasileño que tiene entre sus amigos a la “bancada ruralista del Congreso”, diputados y senadores dueños de tierras, preocupados por ver crecer sus negocios y por la “piedra en el zapato” –así se define el cacique Ládio Verón- que son los indígenas en este momento.

Estos mismos diputados son los que han puesto sobre la mesa el Proyecto de Ley PEC 215 que deja a la Funai (organización en la que trabajan antropólogos, sociólogos, biólogos, etc) sin potestad para avalar las homologaciones de tierras. Si se aprueba este proyecto serán los mismos diputados los que decidan qué tierra es originaria de los indígenas y cuál no: “Es nuestro fin, una ley que vulnera la Constitución y nuestros derechos. Si quedamos en sus manos ya no tenemos nada que hacer”, dice el cacique Araldo.

La voz atragantada de las mujeres

Los Guaraní Kaiowá no tienen un lugar. Los más afortunados están en reservas indígenas, pequeñas aldeas donde luchan a diario por conseguir agua potable: “Han acabado con nuestros ríos, no tenemos vegetación, nuestros hijos entran en el agua para bañarse y salen con picores, eso es lo que han hecho con nuestra tierra”, dice Araldo Verón.

Los más desafortunados vagan por las carreteras, viven en campamentos improvisados al lado de las autopistas. Tierra seca, sol abrasador, sin agua, sin comida. Los que están en las áreas “retomadas” sufren una violencia permanente. Los terratenientes hacen entrar tractores que se llevan por delante sus camas, sus enseres, la pequeña vida que han creado.

“Hoy puedo hablar esto con ustedes y sé que mañana puedo estar muerto, ya me lo han advertido”

Luego están las amenazas de muerte que “son constantes”, dice Verón, a quien no le tiembla la voz al decir: “Hoy puedo hablar esto con ustedes y sé que mañana puedo estar muerto, ya me lo han advertido”. Eso es lo que sucedió con los 380 líderes indígenas asesinados en los últimos treces años, un número que podría ser más alto debido a las muertes no registradas: “Ayer mismo atropellaron a mi tía cuando volvía del trabajo caminando por la carretera”, nos cuenta Daniela Jorge João, de 20 años y miembro de la Asamblea de Jóvenes Indígenas Guaraní Kaiowá. Esta joven que ha crecido entre disparos y desplazamientos, dice que ya no tiene miedo de las balas: “Los que estamos en las retomadas ya no somos los niños indígenas de mirada asustada después de cada desplazamiento”.

A sus 43 años, Clara Barbosa de Almeida, miembro del Consejo de la Gran Asamblea de Mujeres Indígenas Guaraní Kaiowá, está exhausta. Rompe a llorar cuando explica que a las mujeres ya nos les queda voz para poder narrar su sufrimiento: “Las mujeres indígenas sufrimos violencia 24 horas. No sólo maltratos y violaciones, sino humillaciones, violencia verbal, no tenemos fuerza suficiente para contarlo, nadie puede entender nuestro dolor”.

Poco antes su compañero Araldo había narrado una de esas brutales agresiones que ellas no consiguen verbalizar: “Le sucedió a una compañera, estaba embarazada de ocho meses, y los jefecillos que nos mandan los terratenientes la violaron brutalmente, la golpearon. Su bebé murió, y milagrosamente ella sobrevivió”. La líder Clara añade más tarde: “Nos violan y golpean delante de nuestros maridos, a ellos los atan y hacen que vean todo”.

Un grito de auxilio

Los líderes indígenas que se reunieron este fin de semana en São Paulo para dar apoyo al cacique Ládio Verón que llega a Madrid esta semana, mostraron sin ambages su desesperación: “Estamos acorralados, la violencia contra nuestros hijos y mujeres cada vez es mayor y en Brasil nadie dice nada”, decía Araldo Verón. La líder Clara Barbosa lloraba de nuevo: “Creo que nunca vamos a conseguir la demarcación de nuestras tierras”.

"Esto es más que nada un grito de auxilio"

El viaje a Europa es el último grito de socorro de esta etnia: “Queremos pedir ayuda al Parlamento Europeo porque nuestro país nos ataca, nos viola, no se preocupa por nuestros hijos, por nuestros abuelos, ni por su propia tierra, tienen que saber lo que está pasando con nosotros. Esto es más que nada un grito de auxilio”, manifestaba el hermano de los Verón que se queda en Brasil, en su aldea de Takuara.

Además de dar a conocer la violencia diaria que sufre este pueblo también tienen otro mensaje para los europeos: “Queremos que vengan aquí y vean lo que han hecho con el agronegocio, que vean que nuestras tierras están devastadas”, dice Verón refiriéndose también a las seis plantas de caña de azúcar que hay en los alrededores de su aldea y que tienen entre sus dueños a multinacionales francesas y de otros países de Europa: “Queremos pedir que dejen de comprar la soja de nuestro país porque lo que se come en las mesas de los europeos está mezclado con sangre indígena”, concluye Verón.

Serán tres meses de viaje y muchas expectativas de cambio, de crear redes que hagan visible la masacre del pueblo Guaraní Kaiowá. Pero tanto desde la asamblea de la Juventud Indígena como el propio cacique Araldo Verón advirtieron: “Si no conseguimos ayuda de fuera vamos a salir a quemar las plantas de azúcar, a tirar puentes, entraremos en acción. La situación que vivimos no es un juego. Estamos cansados de hablar con calma, ahora estamos dispuestos a ir más allá”.

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