Este artículo se publicó hace 2 años.
La guerra en Ucrania sacude las crisis alimentarias, económicas y el reequilibrio de poder
Las sanciones históricas impuestas contra Putin pueden convertirse en un arma de doble filo sacudiendo la estabilidad financiera internacional en una etapa marcada por la inflación o los problemas en las cadenas de suministro.
María G. Zornoza
Bruselas-
La guerra en Ucrania creará más hambrunas y más tensión social, advierte el Fondo Monetario Internacional (FMI). El impacto del conflicto ya traspasa las fronteras de un país que suma más de 50 días de invasión y de ataques rusos. El reequilibrio de poderes, el aumento del precio de los combustibles y de los alimentos o el incremento de armamento en el Viejo Continente son algunas de sus consecuencias inmediatas.
Hace unos días, Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, acusaba a Vladimir Putin de "provocar hambre en el mundo" a través de bombardear las reservas de trigo y de impedir la salida de los buques con cargamento de granos de los puertos ucranianos. La escasez de este producto básico amenaza la seguridad alimentaria global, especialmente en los países del norte de África y de Oriente Próximo.
Esta última región depende en más de un 60% del grano procedente de Kiev y Moscú, dos de los mayores productores del mundo. El aumento de los precios en países ya muy golpeados por la desigualdad amenaza con endurecer el drama humanitario, lo que podría provocar nuevos éxodos migratorios hacia Europa. Países como Túnez ha racionalizado la venta de harina. Un escenario complicado porque para una UE con una discurso de refugiados cada vez más duro, este tipo de huida corresponde a migrantes económicos y no refugiados.
De regreso en suelo europeo, la guerra también está teniendo un impacto directo en el bolsillo de los ciudadanos. Desde el inicio, la consigna en Bruselas ha sido que las sanciones contra Rusia no pueden doler más a los países europeos que al propio Kremlin, pero en la capital comunitaria siempre han asumido que las medidas punitivas en términos económicos y energéticos no serían a coste cero para los europeos, que ya arrastraban meses de precios históricos en los precios de la electricidad. Las sanciones históricas impuestas contra Putin pueden convertirse en un arma de doble filo sacudiendo la estabilidad financiera internacional en una etapa marcada por la inflación o los problemas en las cadenas de suministro.
La agresión de Rusia ha supuesto una sacudida para un bloque comunitario que instalado en una especie de misión de bomberos no daba abasto para apagar las crisis que se sucedían en su suelo: financiera, de valores, migratoria, Brexit o pandemia. En este estado de máxima tensión, la relación con Rusia tras la invasión de 2014 quedó postrada en una especie de laissez faire. En los últimos ocho años, Bruselas ha vivido somnolienta con Moscú, a excepción de unas sanciones discretas renovadas periódicamente. Y se dejó llevar por la ingenuidad con su vecino más importante y también más impredecible, al que continuó apostando buena parte de su seguridad energética.
La crisis actual ha obligado a los europeos a repensar su modelo de abastecimiento de energía a contrarreloj. La UE quiere prescindir de los hidrocarburos rusos en 2027, aunque a partir de agosto dejará de comprar su carbón y se prepara para hacer lo propio con el petróleo. El próximo paso sería decretar un embargo al gas –aunque para ello habrá que superar las resistencias alemanas y húngaras–. Este movimiento subirá la tarifa para los ciudadanos, obligará a los europeos a establecer nuevas alianzas con países con dudoso historial democrático como Egipto y empujará a Rusia a buscar nuevos mercados y clientes, principalmente en Asia.
Expansión de la OTAN y más armas
En términos geopolíticos, la guerra en Ucrania ha invocado a los fantasmas de la Guerra Fría aumentando la brecha entre Occidente y Rusia y explotando las tensiones preexistentes. Además, ha reafirmado la postura de sus tres bloques resultantes: Este (principalmente Rusia, Bielorrusia, Siria) Occidente (Estados Unidos y la UE) y no alienados (primordialmente China e India). Especialmente interesante será ver qué papel juega un Pekín que ha mantenido hasta la fecha una postura ambigua. La guerra también ha revertido las prioridades de política exterior de la Administración Biden, que estaban centradas en contener el músculo económico de China en el mundo.
Cuando termine, ya muchas cosas habrán cambiado para siempre. La confianza con Moscú tardará mucho tiempo en restablecerse y no llegará sin un cambio de sillones en el Kremlin. Otras consecuencias directas sobre la arquitectura de seguridad europea es la aproximación de Ucrania, Georgia y Moldavia a la Unión Europea, aunque sus adhesiones no se vislumbran en el corto plazo. Y la de Dinamarca celebrando un referéndum sobre su incorporación en la Política Europea de Seguridad y Defensa Común.
No obstante, el mayor paso cualitativo e histórico sería la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN. Los dos países escandinavos mantienen desde la Segunda Guerra Mundial una política de neutralidad no alineada que les ha permitido vivir con independencia y tranquilidad junto a Rusia. Pero ello podría cambiar ya. Finlandia, que comparte más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia, tomará una decisión en las próximas semanas. A finales de este año podría materializarse este hecho ante el que Moscú advierte ya de consecuencias. El Kremlin amenaza con desplegar armas nucleares en Kaliningrado si se produce su entrada.
Y es que otra lección amarga que deja la contienda es que se ha probado la capacidad coercitiva del material bélico y, especialmente de las armas nucleares. Europa está ahora más llena de misiles y soldados que en cualquier momento durante las últimas décadas. La OTAN ya prepara unidades de despliegue permanentes en el flanco oriental y cuenta con 40.000 militares desplegados en el Este bajo su mando y otros 100.000 en alerta máxima. La UE paga por primera vez las armas para enviarlas a un país en guerra, la mayoría de sus países se ha comprometido a aumentar su gasto en defensa -Alemania incluso a roto su política pacifista- y el trasiego de munición, tanques o misiles anti-aéreos es una constante. El destino de todo ese material, la amenaza nuclear, el desminado o la limpieza de los artefactos sin explotar serán nuevos retos que se sumen a las tareas de reconstrucción una vez que la guerra concluya.
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