Este artículo se publicó hace 14 años.
Haití: la vida malherida
Entre rezos, resignación y alegría, Puerto Príncipe se acomoda a su devastación
La vida malherida sigue en Puerto Príncipe pasados 100 días de la mayor tragedia natural de la Historia. Público ha regresado a la Zona Cero, en el centro de la capital, reventada por el terremoto salvaje del 12 de enero.
Palacio Presidencial. La bandera haitiana, la del país más pobre de América, se iza a las ocho todas las mañanas. Pero ya nadie contempla a los soldados que rinden honores. Las excavadoras trabajan un par de horas al día para retirar los escombros del símbolo del Estado roto. Parece un gigantesco barco encallado que enseña sus entrañas destrozadas. Turistas del desastre se fotografían buscando escorzos ridículos. Esta joya de la arquitectura neoclásica, que recordaba a la Casa Blanca, no volverá a ser la sede gubernamental. El Instituto para la Protección del Patrimonio Nacional ha recomendado que las oficinas se instalen al otro lado de la ciudad y que aquí sólo se realicen algunas ceremonias oficiales.
Ya no quedan marines norteamericanos en los alrededores. Se han evaporado de Puerto Príncipe. Sólo permanecen 2.200 de los 22.000 llegados al principio de la crisis. En junio se esfumarán.
Campo de Marte. "¿Dónde vamos a ir? El Gobierno nos dijo que teníamos que abandonar la plaza hace unas semanas. Nada más sabemos", se cuestiona Jean Charles, que forma parte del movimiento Cabeza a Cabeza, uno de los cuatro surgidos dentro del campo de desplazados levantado a pocos metros del Palacio Presidencial.
Los privilegiados han conseguido empleos a cinco dólares por día
Aquí todo sigue igual. Se bañan semidesnudos, viven hacinados y buscan trabajo a la desesperada. Los más privilegiados han conseguido empleos a cinco dólares por día, ya sea con las camisetas rojas de Save the Children (para limpiar la zona) o con las camisetas amarillas (para desescombrar los edificios sepultados).
Dentro del laberíntico campo de plástico se vive la maldición de los pobres: "Algunas chicas se prostituyen con los camisetas rojas. Es la única forma que tienen para llevar comida a su familia", confiesa Joel Joseph, otro de los jóvenes activistas del campo. De las 2.400 personas que aquí malviven, 900 son niños.
La Grand Rue. La Gran Vía comercial de Puerto Príncipe parece hoy el paisaje después de una batalla nuclear en el que se mueven miles de personas entre desvencijados puestos donde se vende de todo. En los mercadillos improvisados hay tiempo para los psicópatas religiosos. Las profecías apocalípticas se aprovechan de la fe de los haitianos. Una mujer calcula los días que faltan para el 11 de mayo de 2011, cuando se acabará el mundo, eso si el tsunami que se espera en breve deja algo en pie. Los más atareados recogen los últimos hierros retorcidos. Una empresa los compra para fundirlos.
Pedir ánimos a DiosLa catedral. Willy Petterson, de 24 años, se acerca con dificultad a una mujer que reza frente a los muros destrozados de la catedral. Busca algunas monedas. Se está acostumbrando a su nueva vida. "La pared de la iglesia me atrapó. Allí perdí mi pierna". El joven es uno de los 4.000 mutilados del 12 de enero. "Me han prometido una prótesis, pero creo que ya se olvidaron de mí. Aquí me busco la vida".
Yosile Nadage, de 22 años, trabaja en un jardín de infancia cercano. "Teníamos 35 niños; ahora sólo quedan 20. Y por eso vengo aquí, para pedirle ánimos a Dios y seguir creyendo en él". El terremoto atacó con saña a la Iglesia católica. Mató al arzobispo Miot y a más de 40 religiosos. Y derribó el 80% de las iglesias.
"Me han prometido una prótesis, pero creo que se olvidaron"
Liceo Pétion. El histórico instituto de la ciudad reabrió sus puertas el 5 de abril. "Nuestros alumnos vuelven de forma gradual", asegura Dory Paul, jefe de estudios. El gobierno y la cooperación internacional han construido 12 pabellones, con tres clases cada uno en su interior. Esperan a 4.000 jóvenes. Aquí murieron cuatro profesores. "El edificio viejo se cayó", añade Paul. "No sabemos cuántos alumnos van a volver, esperamos que casi todos. Hay muchos todavía traumatizados". Pero la verdad es que no lo parece ante tanta alegría. Más de 50 se atropellan en un aula para fastidiar al reportero profetizando la victoria de Brasil sobre España en el Mundial. El hip hop también les divide en dos bandos, Rockfam y Mystik 703. "Lo peor es que muchos amigos se nos fueron". Emerge la voz de Edouard Junior, que duerme en las calles de Delmas. "Así vivimos ahora en Puerto Príncipe".
La Pénitentiarie. "Quiero ver a mi hijo, pero no me dejan". Marie Deniesse, bolsa de comida en mano, se deses-pera junto al muro de la Penitenciaría Nacional. Su hijo, condenado por ladrón, se fugó junto a sus 7.000 compañeros el día del terremoto. Hoy han arreglado los muros y algunos han vuelto a su interior. "Ahí dentro tenemos viejos y nuevos. Son 800. Y se portan como siempre: mal", describe a Público uno de los agentes que vigilan la entrada. Y entre los que han regresado por su propia voluntad, el preso vip: el comisario general Essan Dorfeuille, el preso más famoso del país. Acusado de matar a su amante, ha permanecido en un hotel de Petion Ville hasta que por fin pudo regresar a la cárcel. El mundo al revés en la ciudad donde la vida se paró hace poco más de 100 días.
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