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Hallados con vida dos niños después de siete días enterrados

La enviada especial de 'Público' a Haití asiste en exclusiva al rescate de dos hermanos a los que su padre ya daba por muertos.

SUSANA HIDALGO

Cuando Naciones Unidas había suspendido ya los rescates de personas en Haití al considerar que ya no era posible encontrar a nadie con vida, ayer sucedió el milagro. Un vecino del barrio de Nazom escuchó entre uno de los miles de edificios derruidos voces de ultratumba y, no se sabe cómo, el mensaje de que allí podía haber alguien llegó hasta un centenar de miembros de los equipos de rescate de Nueva York, Virginia y Florida.

Los bomberos, tras cinco horas de trabajo, sacaban a las 21.30 hora local de lo más profundo de un bloque de cuatro plantas a dos hermanos, Moisés y Sabrina Hoachim, de 7 y 10 años, los dos vivos y prácticamente ilesos. 'Kiki, Kiki', llamaba la hermana mayor por su apodo al pequeño, una vez estaban ya los dos fuera, y no se tranquilizó hasta que un médico les juntó las manos, sentados los dos en la camilla de la ambulancia.

'Ha sido un milagro, han podido respirar porque estaban en una cámara de aire, pero lo de no comer ni beber, es increíble, los niños son tan duros, como rocas…', explicaba el bombero hispano de Nueva York Rafael Goyenechea, uno de los jefes al mando de la operación. Porque esta es la historia de un milagro, pero también de hombres como el bombero Goyenechea, el conductor de ambulancias mexicano Noe Zuñiga o los médicos del hospital israelí de Puerto Príncipe, adonde fueron trasladados los pequeños.

Los bomberos sacaron primero en camilla al niño, después a la hermana. Los vecinos aplaudieron y los bomberos se abrazaron. Los dos salen bien, el niño sólo llora cuando una enfermera le pincha para ponerle el suero fisiológico. La niña se revuelve en la camilla con rabia. Recién montados en la ambulancia, alguien grita: '¡Le pére, le pére!', y aparece el padre, Louis, conmocionado y sin apenas poder caminar.

El bombero norteamericano al mando reclama un traductor 'fluido' entre el público presente, porque quiere preguntarle al padre, que pega su cara a la ambulancia, si son sus hijos y cómo se llaman. 'Tengo cinco hijos, creía que se me habían muerto los cinco, no sé quienes son los que están vivos, yo no lo sé', balbuceaba el padre en francés. '¡Pero dígame si son sus hijos, si o no, sí o no¡', se desesperaba en inglés el bombero. '¡Son sus hijos, son sus hijos¡', grita alguien que pudo al fin traducir. Y la ambulancia, entonces, arranca camino del hospital israelí.

Noe Zuñiga, policía federal de México DF y voluntario, conduce el vehículo, sortea los baches, los cascotes y la gente que cruza las calles camino del hospital. 'Es lo mejor que me ha pasado desde que vine como voluntario, me da igual que esté durmiendo en el suelo o que haya días que no tenga que comer, por vivir algo así merece la pena', afirma Zuñiga mientras conduce. El convoy se hace paso, los militares israelíes del hospital trasladan a los pequeños a sendas camillas. La niña lleva coletas azules y alguien le ha dado un muñeco pequeño que ella agarra con su mano. Una doctora la limpia la cara con una toallita húmeda. La niña parece querer decir unas palabras. 'No puede ser, estaban muertos. Y ahora están vivos, no sé qué decir', afirma el padre, que se arrodilla frente a los médicos en cuanto entra en el hospital.

Moisés y Sabrina quizás sean los últimos rescatados con vida de este infierno. Las posibilidades de encontrar supervivientes ahora sí que están al límite. La inmensa alegría llevó al conductor Zuñiga a querer seguir luchando por lograr más identificaciones. Este mexicano guardó en una bolsa azul 'un dedo putrefacto que llevaba el niño en la mano, debía de ser de algún familiar que estuviera sepultado con ellos'. Antes de irse insistió a los doctores israelíes en que quería dejar allí el dedo para que lo analizasen los forenses y localizasen a más familiares de los pequeños. Pero los médicos le dicen que no, que lo sienten pero que por hoy hay que estar feliz, que hay miles de restos y que no dan abasto.

A la mañana siguiente los niños recibieron el alta. 'Están bien, han comido y bebido, ¿por qué les ibamos a tener más tiempo en el hospital?', señaló el médico israelí Odet Biton, que les ha atendido en el hospital de campaña que ha instalado el Ejército de Israel en un campo de fútbol.

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