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Le Pen camina hacia la quiebra

El líder de la ultraderecha francesa reconoce una "grave crisis financiera" debido al mal resultado en las elecciones

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Lo nunca visto en el Frente Nacional, el partido ultra francés de Jean-Marie Le Pen. Alguaciles judiciales llamando a la puerta de la fastuosa sede y residencia del presidente para cerciorarse de los bienes que podrían ser incautados.

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Las deudas de la campaña electoral empiezan a acorralar al partido. Y sobre todo, una terrorífica novedad para un hombre político acostumbrado a recibir generosas donaciones de nobles y empresarios: su campaña para recaudar fondos en las últimas semanas no ha dejado más que calderilla.

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Jean-Marie Le Pen anda de capa caída. Ayer, el viejo líder fascista de 79 años que tanto había aterrorizado a Francia y Europa en las últimas dos décadas tuvo que dar su brazo a torcer. Reconoció que su partido y el fondo de comercio familiar atraviesan "una grave crisis financiera" y que probablemente tendrá que estudiar la venta de su célebre sede y residencia familiar, el Paquebot, la inmensa propiedad aristocrática en Saint-Cloud, una periferia rica del suroeste de París.

El agujero financiero del FN tiene su origen en el descalabro electoral de las presidenciales y las legislativas de la primavera pasada. Para las presidenciales el líder ultra no reparó en gastos, apostando por una repetición de la gesta de 2002, y su seguro paso a la segunda vuelta.

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Descalabro electoral

Un triunfo que no se produjo, ya que Nicolas Sarkozy, con su propuesta política mezcla de populismo ultra y de recetas tradicionales de la derecha parlamentaria, arrebató más de un tercio del voto lepenista clásico, que quedó limitado en 2007 a un 10,4%. Ese fracaso significó que la aportación del Estado a los gastos de campaña del líder ultra se quedó dos millones por debajo de lo previsto por el líder.

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Un golpe más duro aún para los ultras franceses vino con las legislativas. Allí donde anteriormente el FN lograba colocar hasta cien candidatos en las segundas vueltas electorales, ésta vez el partido sólo captó en torno a un 5% del voto. Apenas un puñado de ultras llegó a la segunda vuelta y, entre ellos, sólo la hija del Duce llegó a obtener un resultado honroso, en una circunscripción del Nord-Pas de Calais.

Con ese descalabro, lo previsto es que las subvenciones del Estado al partido, calibradas en función del número de votos y del número de candidatos significativos, se queden, en 2008, en una tercera parte de lo que eran. Resultado: un agujero de entre ocho y doce millones de euros. Lo más duro para Le Pen es que sus acaudalados amigos ya ni le responden al teléfono. El hombre que a mediados de los noventa recibía a la baronesa Bich, la mujer de los 100.000 millones de bolis (los Bic) vendidos en el mundo, que hacía que cualquier chaval pintarrajeando financiara indirectamente al lepenismo, ya no tiene quien le escriba. Le Pen ya no puede ofrecer veladas en un Bateau-Mouche ofrecido gratis por la firma privada.

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Un eurodiputado y miembro del FN, Fernand Le Rachinel, que había prestado cientos de miles de euros al Frente, endeudándose a su vez con sus bancos, decidió la semana pasada enviar a los alguaciles a la sede del partido para inventariar las garantías del préstamo, con vistas a una incautación.

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