Este artículo se publicó hace 16 años.
Manaos, el resurgir de la cenizas de la capital del estado de Amazonas
Un siglo después de su época de esplendor, Manaos se reinventa como polo industrial. Es el Dorado del caucho
Aline Barbosa señala un anillo de esmeraldas de 35.000 dólares. Luego muestra refinadísimos trabajos de piedras preciosas brasileñas: topacio imperial, amatista, agua marina... "El diseño es exclusivo. Las ventas están subiendo mucho", sonríe bajo un gélido aire acondicionado. En la delegación de Amsterdam Sauer en Manaos, las joyas mandan. El dinero corre, o vuela. Y el consumismo cotiza al alza. "Tenemos sede en Río de Janeiro, Sao Paulo y Miami. Pero Manaos es una plaza estratégica", añade Aline.
En la tienda de al lado, AM Precious Stones, Aldaini Linares refuerza la tesis de la pujanza económica de la urbe: "Hay mucho empleo y dinero. Manaos ofrece muchas oportunidades". Aldaini -28 años, rasgos indígenas- llegó a Manaos desde el interior del estado de Roraima, cerca de la frontera con Venezuela. Rápidamente encontró trabajo en AM Precious Stones. Como ella, miles de inmigrantes de todos los rincones de Brasil llegan a Manaos. Incluso de toda América Latina. De 343.038 habitantes en 1960, Manaos ha pasado a 1.612.475 en 2007. Y el PIB per cápita de la ciudad (7.167 euros), es el tercero más alto de las capitales, por delante de Río de Janeiro y Sao Paulo.
La ciudad conocida como el París de los Trópicos del siglo XIX, la reina de la fiebre del caucho, la urbe adonde la luz eléctrica o la ópera llegaron antes que a Río de Janeiro, está renaciendo. Resurgiendo, cual ave fénix ecuatorial, de las cenizas. Su Zona Franca, creada en 1967 para superar la crisis que supuso el derrumbe definitivo del precio del caucho, reconvertida en un polo industrial de alta tecnología, genera indirectamente 500.000 empleos. Y está haciendo que Manaos esté reinventando el mito de El Dorado, la ciudad legendaria que Gonzalo Jiménez de Quesada describió en el siglo XVI tras conocer la cultura de los muescas. El Dorado que Francisco de Orellana buscó en sus expediciones selváticas produce anualmente millones de microchips, pantallas de televisión planas o motocicletas de última generación.
Lujo y glamour
Teatro Amazonas. 19.45 horas. El Festival Amazonas de Ópera está a punto de comenzar. "Manaos vive un excelente momento", afirma el empresario Pedro Rodrigues. "Es increíble que en medio de la selva pueda surgir todo esto", añade. El ambiente hierve. Mujeres engalanadas estilo belle époque, paparazzis buscando famosos entre la concurrencia. "Estamos volviendo a la bonanza del ciclo del caucho, amigo", dice el presidente del Tribunal de Cuentas del estado de Amazonas, Raimundo Michelis. "La diferencia es que ahora hay empleo con mejores condiciones", añade exultante.
El festival, en el que se mezclan ricos y clases populares, simboliza la salud de la ciudad. Luiz Fernando Malheiro, director de la Filarmónica, confiesa a Público que la música erudita "está siendo aceptada por todas las clases sociales de la selva".
Tras la crisis de la Segunda Guerra Mundial, el Teatro Amazonas casi desapareció. Después de la creación de la Zona Franca, el coronel Jorge Teixeira, antiguo alcalde de la ciudad, quiso convertir el teatro en un aparcamiento. En aquella época, vivir en la antigua capital del látex era "como ser un gusano viviendo en un cadáver", en palabras de otro gran escritor de la ciudad, Marcos Souza. El lujo, desapareciendo. La industria, llegando.
La violinista búlgara de 43 años Elena Koynova, música residente de la Filarmónica Amazonas, recuerda con desgana su llegada a la Manaos decadente de los noventa: "Era una ciudad sucia, sin opciones culturales, sin dinero. Ahora todo ha cambiado. Hay más opciones gastronómicas, centros comerciales. Y el pueblo está más abierto a novedades". Elena, como otros 30 músicos extranjeros de la Filarmónica, sobrevive mejor que bien en medio de la jungla. "Gano, entre el salario y las clases, unos 2.000 euros, algo imposible en mi país", subraya.
"Hay gente que piensa que aquí sólo hay caimanes", suelta sarcástica la publicitaria Fefa Cacheado, para después desvelar algunos detalles de la Manaos más in. Fefa, que fundó el Clube Hype (una mezcla de moda y electrónica), destaca el carácter cosmopolita de la urbe: "Estamos más al día que ciudades más grandes de América Latina". Fefa habla de eventos de moda vinculados a la Sao Paulo Fashion Week. De rave parties. Y de creadores de los que presumir, como Jessica Sabokaba, diseñadora de joyas con raíces amazónicas, o Rizzo
Andrade, creador de moda.
"Apostamos por la alta tecnología", asegura a Público Oldemar Lanck, superintendente adjunto de Autoarquía de la Zona Franca de Manaos (Suframa). Ésta, con fuertes incentivos fiscales, se creó tras la crisis del caucho, "para evitar la catástrofe", matiza Lanchk.
A finales de los noventa, multinacionales como Sony, Honda o Nokia eligieron Manaos como una de sus plazas importantes. La factoría de la japonesa Honda, la principal de América Latina, genera 9.300 empleos directos y 30.000 indirectos. "La mano de obra es cada vez más cualificada y la investigación tecnológica es muy fuerte", afirma Oldemar. De hecho, prestigiosos institutos de investigación, como el alemán Fraunhofer IZM o francés Leti Minatec, acaban de establecerse en Manaos. La Zona Franca presume de cifras espectaculares. En 2007, las 500 empresas instaladas en ella facturaron 256.000 millones de dólares. "Entre 2002 y 2006, la facturación aumentó en el polo industrial un 142%", precisa Oldemar.
Recorriendo las instalaciones de ProView, fabricante chino de pantallas táctiles y de componentes informáticos, Jorge Cruz, responsable de la producción, revela uno de los secretos de la Zona Franca: "La actividad industrial ayuda a mantener el ecosistema amazónico. Evita la instalación de madereras y absorbe mano de obra". El Estado de Amazonas tiene, según la Suframa, el 96% de sus selvas en pie gracias a la industria.
Amenazas a Greenpeace
Desde la oficina de Greenpeace, Marcelo Marquesina, jefe de campaña de la Amazonia, da en parte la razón a Jorge Cruz. El polo industrial evita en parte la devastación total. Pero no es oro todo lo que reluce. Marcelo afirma que reciben amenazas por teléfono. Y que el progreso -industrias, dinero, lujo, edificios, coches- presiona a la mayor reserva natural del planeta. En Manaos/Amazonia, se encuentra Chanel nº5. Pero escasea la madera de pau rosa del que está hecho. "Además, se empieza a instalar la ultraderecha latina. El Movimiento de Solidaridad Latinoamericana tiene un discurso violento y militarista", matiza Marcelo.
El estadounidense Philip Fearnside, investigador del Instituto de Pesquisas Amazonias y muy respetado en la ciudad, alerta contra el progreso. Y ha organizado una fuerte resistencia al asfaltado de la carretera entre Porto Velho, capital del devastado estado de Rondonia, y Manaos. "El estado de Amazonas no está destruido básicamente porque hay pocas carreteras", señala Fearnside.
La cara sucia de El Dorado está en el puerto de Manaos, con su dentadura de barcos destartalados, mendigos y mercancías. Cesar Serra -moreno, ojos rasgados- llegó hace diez años desde el nordeste. Carga y descarga desde la cinco de la mañana hasta las ocho de la noche. "Gano unos 30 reales (11 euros) al día", afirma orgulloso. Vida dura. Pero su renta mensual -800 reales o 300 euros- equivale a dos salarios mínimos brasileños.
El trajín del puerto apenas deja admirar algunos restos de la belle epoque manauense, como el Mercado Municipal, inaugurado en 1880 con profusión de art decó y hierro inglés. El puerto, en realidad, es un caótico equilibrio de huellas del pasados y tecnologías sigloveintiunianas.
En El Dorado Sin Brillo -callejones turbios, caos, sudor, aire putrefacto- un cartel llama la atención: "Basta de dinero falso. Por apenas 9 reales, compre el fabuloso bolígrafo detector". Otra pancarta finmundiana: competición Jungle Heroes, Vale Tudo, una lucha semiclandestina que mezcla boxeo, kárate y lucha oriental. Cuentan que a veces pelean hasta morir.
Indígenas, los eternos excluidos
Los sateré-mawé, pueblo indígena creador del cultivo de guaraná, están establecidos en una favela en el barrio de Redençao. El cacique Luiz muestra su comunidad: 35 familias, 96 personas, esparcidas entre lonas y plásticos. Agua escasa. Basura. Y decenas de niños sin asistencia sanitaria. "Nos expulsan de nuestras tierras, instalan fábricas. Luego venimos a la ciudad y no nos dejan asentarnos", afirma con consternación Luis. Myryhu Mawé, su mujer, narra cómo la Policía Militar dio una paliza a su familia gritando "los indígenas no dan beneficio al Gobierno".
En 1880, según cuenta Ricardo Lessa en As raízes da destruiçao, una ordenanza municipal de Manaos "prohibía tirar con arco y flecha en los contornos urbanos". Hoy, una ley no escrita parece impedir que los indígenas se adapten a la ciudad conservando sus culturas.
En el centro de la favela del cacique Luiz, una inmensa televisión preside la maloca, la casa comunitaria. Una niña juega con un móvil de plástico. Y un niño se coloca una máscara de Batman. Todos beben coca-cola. "¿Curandero? No tenemos. Pero tampoco cobertura sanitaria. Sólo quiero saber si el alcalde va a darnos los papeles de este terreno, como prometió hace cuatro años. Todos le votamos".
En un despacho revestido de imágenes de vírgenes, el alcalde Serafim Corrêa, del Partido Socialista Brasileño, defiende su mandato. La creación de corredores ecológicos. La construcción civil más grande de la historia de Manaos. "Hemos sufrido un crecimiento caótico, desordenado, exagerado. Necesitaremos tiempo". Llega la pregunta incómoda.
-¿Cuándo tendrán el pueblo sateré-mawé de Redençao, el cacique Luiz, sus títulos de propiedad?
-El problema es que hay demasiada gente en Manaos, llegan demasiadas personas.
En el nuevo El Dorado, como sospecha el cacique Luiz, parece que no hay sitio para todos.
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