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El maratón y el sprint final de la campaña en Iowa

Ante el voto hoy en el pequeño pero importante estado los candidatos intentan desdoblar sus visitas a domicilio

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Mitt Romney se ha subido a una banqueta para estar seguro de ver y ser visto por la treintena de personas que se hacinan en el salón de la tele de Mike y Patty Richardson. Hay una chimenea y grandes sofás de cuero negro. Una pantalla de plasma gigante retransmite un partido de fútbol americano, en silencio.

El candidato conservador, impecable, pantalón de pinzas beige, jersey y camisa azules, empieza hablando de sí mismo, de cómo, después de ganar millones en los negocios, decidió dedicarse a la política.

Ha venido acompañado de su hijo, Craig, que le presenta como el 'mejor padre y el mejor presidente'. Fuera, una espesa capa de nieve cubre los jardines de Pleasant Hill, un barrio residencial a las afueras de Des Moines, la capital de Iowa, donde hoy se celebrarán las primarias de los partidos demócrata y republicano, la primera y crucial etapa hacia la Casa Blanca.

Éste ya es el sexto salón que visita Romney en lo que va de día. Antes estuvo en casa de los Hermann, de los Cook, de los McKoy, de los Warren, de los Coates y ahora de los Richardson, un matrimonio acomodado que ha abierto sus puertas al ex gobernador de Massachusetts, una práctica habitual en un estado que desde hace más de treinta años está acostumbrado a ver cara a cara a los políticos que aspiran a gobernarles.

Hacer campaña en Iowa es un deporte de contacto. Un maratón de seducción que se juega en cocinas, comedores, salones, cafés, iglesias o restaurantes y que también incluye a las esposas de los contendientes. A una hora de Pleasant Hill, en Osceola, Ann Romney, abrazando a su nieto Parker, habla en la residencia de Tony y Stacia Watkins, de lo mucho que luchó cuando le diagnosticaron esclerosis múltiple y de lo mucho que le ayudó su marido cuando en ese mismo momento organizaba las olimpiadas de Salt Lake City en 2001.

Desde hace casi un año, los candidatos a las primarias han recorrido los más ínfimos pueblos de un estado dedicado al cultivo del maíz, ganándose, voto a voto, granja a granja, el apoyo, o al menos el interés, de los escasos 200.000 votantes (en una población de tres millones) que esta noche acudirán, con unas temperaturas que rozan los veinte grados bajo cero, a respaldar su candidatura.

'Me gusta la dureza de Romney en el tema de los inmigrantes ilegales, creo que habría que deportarlos porque hacen mucho daño a la economía americana'. Carolyn Holland, tiene 65 años y un vaso de vino blanco en la mano. Hasta hace unos días, estaba dispuesta a votar a Mike Huckabee, el pastor baptista que de momento lidera los sondeos, 'pero no me gustó lo que dijo sobre Pakistán y ahora creo que voy a votar a Romney'. Patty va pasando una bandeja de mini pizzas a sus invitados. La mayoría son vecinos o amigos. Romney habla de Al Qaeda y la 'Jihad islamista' y de lo importante que es casarse antes de tener hijos. Repite algunas de las anécdotas y bromas que ya lleva meses ensayando. 'No queremos convertirnos en Francia o Gran Bretaña, grandes potencias que dejaron de serlo'.

El ejercicio ha durado unos 45 minutos. Termina con fotos, autógrafos, apretones de manos, abrazos, preguntas, agradecimientos y consignas de voto. Romney desaparece en el horizonte a bordo de su 'Mitt Mobile', un autobús que le llevará a una cervecería, la Olde Main Brewing, en la pequeña ciudad de Ames, a media hora de carretera, para un mitin más tradicional. ¿Ha sido convincente? 'Bueno, todavía no sé a quién voy a votar', dice Beth Cooper, una profesora que siguió las palabras del ex gobernador en primera fila y le preguntó por sus propuestas en educación. 'Los candidatos son mejores que en 2004 pero me decidiré en el último momento'

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