El escándalo más sonado que está presidiendo los primeros tiempos del posuribismo tiene nombre de espía apátrida: Mata Hari. Es el apodo con el que se conoce en la crónica negra de Colombia a la detective Alba Luz Flórez. Integrante de los servicios secretos del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), Flórez consiguió hasta mediados de este año infiltrarse en la máxima instancia judicial, la Corte Suprema de Justicia, en busca de informaciones que desprestigiaran a la institución y que sirvieran para desactivar las causas que vinculaban a familiares del presidente con los crímenes del paramilitarismo, amenazando con implicar al propio Álvaro Uribe.
El escándalo que ha expuesto el uso de los servicios secretos como una policía política cierra cada vez más el círculo en torno a Uribe. Por su implicación en las escuchas ilegales a opositores, magistrados y periodistas, el pasado 4 de octubre la Procuraduría (órgano de control de la Administración) destituyó e inhabilitó para ejercer cargos públicos durante 18 años a Bernardo Moreno, el secretario general del ex presidente Uribe, e impuso sanciones a tres ex jefes del DAS: Jorge Noguera (20 años), María del Pilar Hurtado (18 años) y Andrés Peñate (8 meses).
La espía pagó a dos señoras de la limpieza para instalar micrófonos
Por su parte, la detective Flórez, de 32 años, ha declarado que, obedeciendo instrucciones de sus superiores, elaboró una estrategia para llegar a las entrañas de la Corte. Llamó a un viejo amigo, el capitán Julio Hernández Laverde, ascendido a jefe de Seguridad del Parlamento, para que, en medio de un tórrido romance, le ayudara a meterse en el máximo Tribunal de Colombia. En su propia declaración admite haberlo 'manipulado sentimentalmente'. Así conoció a los guardaespaldas y conductores de los magistrados y consiguió moverse por sus instalaciones con soltura, examinar el lugar y hasta conseguir que los escoltas robaran de los coches de los propios jueces expedientes que la Presidencia de la República tenía interés en conocer porque afectaban a las investigaciones de la llamada parapolítica.
Haciéndoles creer que, además de recibir dinero, iban a servir a la patria, la Mata Hari criolla se hizo con las voluntades de María Torres y Blanca Maldonado, dos señoras de la limpieza que servían los cafés en las sesiones de la Corte. Su misión: depositar grabadoras y micrófonos bajo los escaños cuando les fuera ordenado.
Hoy, ambas limpiadoras están escondidas con sus familias debido a las amenazas de muerte que han recibido para que no declaren. Las transcripciones de las sesiones y conversaciones privadas de los magistrados eran enviadas al Palacio de Nariño.
El ex secretario de Uribe ha sido inhabilitado por el caso de las escuchas
A diferencia de la verdadera Mata Hari la bailarina Margarita Gertrudis Zelle que hizo frente hace ahora 93 años a un pelotón de fusilamiento en Francia como castigo por su labor de espionaje, la detective Flórez se irá a su casa, pues el ordenamiento jurídico colombiano exonera de investigación y proceso a quien colabore decisivamente con la Justicia.
Lo mismo sucederá con la antigua número dos de los servicios secretos, la brillante Marta Inés Leal, hoy en prisión. La ex directora del DAS, María Pilar Hurtado, pieza clave en este puzle, la obligó a tratar con abogados y jefes paramilitares que se dedicaban a montar operaciones de desprestigio contra magistrados, periodistas y opositores en reuniones en las que intervenían miembros del círculo íntimo del presidente.
En dos encuentros participó el abogado de Don Berna, jefe paramilitar extraditado a EEUU, y el desmovilizado Antonio López, alias Job, asesinado posteriormente. Dirigía la orquesta el abogado Sergio González, íntimo de Santiago y Mario Uribe, hermano y primo, respectivamente, del ex presidente.
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