Este artículo se publicó hace 15 años.
"Merecen la muerte, pero no somos tan bárbaros"
Las víctimas de los jemeres rojos cuentan las torturas a las que les sometían
Como si de una batuta se tratara, Chuor Sok mueve el muñón de su mano derecha al compás del relato. Apoyado sobre su rastrillo, suspira, mira al cielo y lanza: "Lo que ve aquí es una fosa común donde se encontraron más de 100 cadáveres.
Yo vi con mis propios ojos los cuerpos decapitados en descomposición", asegura quien hoy es el jardinero de Choeung Ek, uno de los muchos campos de la muerte donde fueron asesinados los prisioneros políticos. "Es un trabajo duro, pero no puedo elegir. Tengo tres hijos y debo mantener a mi familia", explica este hombre de 59 años que apenas gana 70 euros al mes y que perdió a nueve miembros de su familia durante el genocidio (1975-79).
Tras perder la mitad de un brazo por el estallido de una bomba, Chuor fue enviado por los seguidores de Pol Pot al campo, como la inmensa mayoría de sus compatriotas. "Cuando llegaron los jemeres rojos me deportaron. Allí me hacían trabajar largas jornadas, pero apenas teníamos para comer", recuerda.
"Muchos volvían sin uñas y con grandes hemorragias tras ser torturados""Si estábamos enfermos nos daban medicinas, pero no mejorábamos. Si nos ingresaban en un hospital sabíamos con toda certeza que íbamos a morir, porque no había médicos", prosigue, antes de apostillar: "Cuando alguien moría de hambre estaba tan delgado que ni siquiera los animales habrían querido comérselo".
Descubierto por las tropas vietnamitas, el campo de Choeung Ek, a 15 kilómetros de Phnom Penh, recuerda junto a la prisión S-21 la brutalidad del régimen neomaoísta de los jemeres rojos. Allí eran enviados prisioneros que, tras confesar bajo tortura sus supuestos crímenes, eran asesinados con azadas y cuchillos.A los niños, algunos de sólo 3 años, les esperaba un destino aún más cruel: cogidos por las piernas como un bate de béisbol, se les estrellaba la cabeza contra un árbol hasta que perecían.
"Nos hacinaban a unas 50 personas en cada celda, atados con grilletes en los tobillos. Los guardias venían tres veces al día para llevarse a unos cuantos a la sala de interrogatorios. Muchos volvían sin uñas y con grandes hemorragias tras ser torturados", explica Vann Nath, uno de la escasa docena de supervivientes de la prisión que sigue todavía con vida. "Yo logré salir vivo gracias a mi talento para la pintura. Duch me pidió un día que pintara un retrato de Pol Pot a partir de una foto y desde entonces me obligó a hacer efigies".
Gravemente enfermo, este camboyano de tez oscura y pelo blanco que entró en S-21 en 1978 ha dedicado su vida a pintar los horrores que se vivían allí. Sus obras han sido expuestas en EEUU, Francia, Suiza y Tailandia.
9.000 cadáveres y cráneosEn las 86 fosas abiertas, se han encontrado casi 9.000 cadáveres y cráneos. Algunos son expuestos en el Memorial dedicado a las víctimas, visitado anualmente por miles de turistas extranjeros.
"Quiero justicia para mi hermano, que perdió la vida en S-21, pero también para mi hija, mi marido y mi madre, que fueron asesinados por los jemeres", lanza Kep Kan, una mujer de 67 años que logró sobrevivir a su paso por los campos de trabajo forzado.
Preguntado sobre el veredicto que le gustaría que recibiesen los responsables de tamaña brutalidad, el jardinero contesta, mientras recoge las hojas caídas sobre las fosas: "Merecen la muerte. Pero debemos demostrarles que no somos como ellos; que no todos los camboyanos somos bárbaros".
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