Este artículo se publicó hace 17 años.
Los monjes no se rinden
Los monjes budistas volvieron ayer a las calles del epicentro de la revolución azafrán birmana: Pakokku. Un centenar de ellos desfilaron desafiantes en esta ciudad, situada 600 kilómetros al noroeste de la capital. Ningún civil se unió a la marcha pacífica, pero desde el portal de sus casas inclinaron la cabeza a su paso en señal de veneración.
“Nuestras peticiones son: reducir el precio del combustible y los productos básicos, la reconciliación nacional y la liberación inmediata de Aung San Suu Kyi (la líder opositora en arresto domiciliario)”, dijo ayer un bonzo en condición de anonimato a la radio noruega Democratic Voice of Burma. Estas exigencias se han repetido, como un mantra, desde el inicio de la revuelta. Ninguna de ellas se ha cumplido.
“Nos gustaría pedir a la gente que no tenga miedo porque estamos haciendo esto por el futuro de nuestra nación”, añadió. Según su testimonio, en los próximos días aumentará el número de participantes. Tanto la radio DVB como otros medios dirigidos por birmanos exiliados han anunciado que la cúpula militar investiga ya qué monasterios están detrás de la nueva protesta.
Pakokku es un centro de aprendizaje budista con más de 80 monasterios. Fue allí donde los monjes se unieron por primera vez, a principios de septiembre, a las protestas antigubernamentales por la subida de los precios del petróleo. Después, las manifestaciones se propagaron como la pólvora por las principales ciudades del país antes de ser duramente reprimidas por la Junta Militar.
Desde entonces, los militares han rastreado miles de casas en busca de los participantes de la revuelta. Han intentado comprar a los monjes con generosas donaciones a los monasterios. Han difundido mensajes propagandísticos a través de sus medios de comunicación. Pero, pese a la sensación de fracaso generalizada entre la población, la cúpula dirigente no ha podido recuperar por completo el control. La calma tensa en que ha vivido el país las últimas semanas se tambaleó ayer.
Campaña propagandística
El líder de la Junta Militar, Than Shwe, encabeza desde hace unas semanas una campaña de “control de daños –en palabras del periodista birmano Aung Zaw– para minimizar los efectos adversos de las protestas. La espina dorsal de la propaganda del régimen es acusar a EEUU de estar detrás de la rebelión.
La Junta ha convocado a todos los birmanos a participar en manifestaciones progubernamentales. En ellas, se critica la interferencia extranjera en los asuntos internos, la imposición de sanciones que impiden el desarrollo del país. Los militares advierten que son los únicos capaces de prevenir una guerra civil entre los diferentes grupos rebeldes étnicos.
Dawn, una joven birmana, critica la manipulación informativa del diario oficial del régimen en su blog Dawn 109 y cuestiona la veracidad del mensaje gubernamental: “Yo también quiero una transición democrática pacífica. No quiero una guerra civil. Sé que a veces es necesario algún sacrificio para conseguir algo mejor en el futuro, pero me gustaría que fuese lo menos violento posible. Una vez hablé con un amigo y me dijo que nunca habríamos conseguido la independencia si hubiésemos tenido miedo de la violencia”.
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