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Nalin, la niña siria que caminará 3.000 kilómetros hasta Alemania

Vivir entre ruinas

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Nalin vive con su madre desde hace cinco meses en el campo de refugiados de Harmanli (Bulgaria). / CORINA TULBURE

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CAMPO DE REFUGIADOS DE HARMANLI (BULGARIA).- “No me gustan los panecillos, pero mamá cocina con ellos”. En el pasillo, la mamá hace maravillas con un calentador improvisado, prepara el kulicha, un dulce sirio. Nalin vive con su madre en el campo de refugiados de Harmanli desde hace cinco meses. La misma habitación la comparten cuatro familias con sus niños: unas trece personas. Acaban de recibir el desayuno y los niños traen a la habitación unos panes dulces y un plato de plástico con leche.

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"Vamos a un lugar que era como Siria antes: sin boom-boom. Se llama Alemania y allí iré a la escuela"

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Nalin recuerda un centro de internamiento de extranjeros con régimen cerrado en Elhovo, una ciudad a pocos kilómetros de Harmanli, el primer lugar donde son llevados los refugiados cuando se encuentran con la policía búlgara, niños y bebes incluidos.

Nalin y su madre pasaron allí una semana tras cruzar la frontera: “Antes oía los aviones muy bajos. Aquí se está bien, los aviones no se acercan a las casas para hacer boom como en Siria. Los últimos meses no salíamos de casa. Hago dibujos a mis amigos, pero desde que me he ido no sé nada de ellos. Siria me da miedo ahora, pero es el país más bonito del mundo sin boom-boom”.

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Nalin y su madre cruzaron la frontera escondidas en un camión, junto con tres familias más y una mujer embarazada. “Pasé mucho tiempo en el camión, no sé cuantas horas. Era oscuro y hacía frío. Ahora por las noches me despierto y tengo frío. Pienso que estoy en aquel camión. Mamá no tenía miedo, yo sí. Me tenía en brazos. Éramos tres niños en el camión. Los otros dos, más pequeños que yo. Mamá me dijo: mientras estemos en el camión no abras la boca, que te oye la policía. Ella tampoco hablaba. Nadie”.

"Mamá me dijo: 'Mientras estemos en el camión no abras la boca, que te oye la policía'. Ella tampoco hablaba. Nadie"

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La madre de Nalin explica que algunas familias dan somníferos a los niños para que no se angustien dentro del camión mientras pasan la frontera. Durante el viaje las puertas permanecen cerradas y el interior está a oscuras. El calvario de Nalin y su madre duró unas veintiocho horas.

Sin embargo, la madre de Nalin cree que el camión es una vía de entrada a la UE más segura que la ruta a pie por el bosque (a través de los pocos kilómetros que todavía no están vallados) o por el mar. Otra vía legal no existe: “Más de la mitad de los niños que ves en Harmanli han entrado en camión. Dentro no ven nada, es como un camión fantasma para ellos”.

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Cuatro niños juegan ante un edificio destartalado donde viven las familias de refugiados. / CORINA TULBURE

Vivir entre ruinas

Los niños pueden pasar más de nueve meses en el campo de refugiados, hasta que sus padres obtienen el permiso de refugiado. Durante todo este tiempo, pueden salir, pero sin dinero no pueden disfrutar de nada fuera del campo. Las familias guardan su dinero para el viaje y los meses que van a permanecer allí. Solo hacen alguna compra si algún familiar, afincado en Siria o en Europa, les envía dinero. La gente entra y sale del campo con una diminuta bolsa con pocas verduras.

“Mira, Alemania es así, un avión que no hace boom-boom", dice Nalin, que sólo quiere volver a casa. / CORINA TULBURE

Kadia Kawsheva, la psicóloga que trabaja algunas horas en el campo, cuenta que muchos niños lloran por pesadillas y tienen síntomas de estrés postraumático. Precisamente por eso, Sipan y otros seis jóvenes kurdos decidieron montar una escuela de forma voluntaria donde enseñan lengua y geografía, pero sobre todo mucha música y baile.

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