Este artículo se publicó hace 11 años.
"Occidente no es consciente de la tragedia en Siria"
La responsable del Mundo árabe del Instituto Europeo del Mediterráneo analiza la situación de un país que desde las revueltas de 2011 se desangra cada día
Mientras Estados Unidos se deshace en elogios hacia Bashar Al Asad por la velocidad con que ha iniciado la destrucción de su arsenal químico, el conflicto sirio continúa dejando más de cinco mil muertos al día y amenaza con arrasar un país que, hace tan solo dos años, soñaba con la democracia y la libertad. Público ha entrevistado a Lurdes Vidal, responsable del área Mundo árabe del IEMed, Instituto Europeo del Mediterráneo, que tiene su base en Barcelona, para comprender las claves de una guerra sin salida a la vista.
El conflicto armado que se vive en Siria nació de las revueltas sociales de 2011, cuyas reivindicaciones parecen hoy olvidadas por la diplomacia internacional y los medios de comunicación. ¿Qué ha quedado de aquella revolución?
Hay que volver a los básicos, el origen de todo es una revolución popular contra un régimen dictatorial. Es necesario que la gente se acuerde de que esto empezó como un movimiento espontáneo, no liderado, de jóvenes que reclamaban más libertad y la caída de un régimen que ha gobernado por 43 años con mano de hierro. Esa oposición de base pacifista sigue existiendo y la encarnan, sobre todo, los jóvenes activistas que militan a través de las redes sociales y continúan con las mismas ideas que tenían en 2011, pese a que el entorno no los acompaña. La revolución originaria ha quedado ensombrecida, pero hay que recordar que el conflicto sirio no es una batalla entre religiones, aunque progresivamente haya ido derivando a tintes cada vez más sectarios. No se trata de una pelea de cristianos contra musulmanes o de chiíes contra suníes, sino de una lucha por la democracia y la libertad.
¿Qué otros intereses se han superpuesto a las demandas populares contra el régimen?
En Siria, por su situación geoestratégica, se han ido apiñando distintas capas de conflictos. Es como una cebolla: en el centro tienes la revolución popular contra la dictadura y alrededor tienes, al menos, otras cinco capas de conflictos. Primero, las tensiones árabes, que son rivalidades que vienen desde hace 50 años, con las independencias, entre las repúblicas populistas y las monarquías, entre los países más pro occidentales y los anti occidentales, entre los partidos más nacionalistas y las tendencias islamistas. Luego tenemos la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, entre el mundo chií y el suní, que es lo que se llama "la guerra fría árabe", sumada a la "neo guerra fría", que es la que se juegan Estados Unidos y Rusia en Siria.
La cuarta capa proviene de la crisis del Estado postcolonial, debido a las fronteras arbitrarias que se crearon durante la colonización. Siria como tal no existía, tampoco Líbano o Jordania. Sus fronteras son artificiales y cortan comunidades que estaban allí previamente como, por ejemplo, los kurdos. Lo que ha explotado ahora es una tensión subyacente que revela la crisis de un modelo de Estado centralizado frente a las diferentes filiaciones tribales del territorio. Por último, se añade el problema entre los rebeldes y las fuerzas de Al-Qaeda, agrupación que entra también en juego y distorsiona aún más la visión del conflicto.
Buena parte de la complejidad del problema sirio pasa por el caos que reina en el bando rebelde, en el que participan desde milicias radicales islamistas hasta el moderado Ejército Libre Sirio (ELS). ¿Podría ayudarnos a comprender cómo se configura el mapa de la oposición al régimen de Bashar al Asad?
Primero habría que dividirlo entre oposición armada y política. En la armada tenemos al ELS, algunas brigadas que no están inscritas en el ELS y las milicias kurdas, tres grupos que podemos englobar en el sector secular porque no responden a un programa religioso. Luego están los islamistas, formados por cientos de brigadas regionales y las vinculadas a Al-Qaeda, como el Frente al Nusra y el Movimiento Islámico Libres del Sham, que ha aparecido hace unos meses y ha superado al otro tanto en radicalidad como en apoyo popular.
¿Qué relación hay entre los rebeldes que llamamos "seculares" y los grupos islamistas?
No tienen una ideología ni un proyecto común pero sí un mismo enemigo. Los yihadistas tienen una agenda completamente distinta a la del ELS, no quieren una república siria libre y democrática sino un Estado islámico global. Sin embargo al principio, como los islamistas entraron con armas, dinero y buenas tácticas de guerrilla urbana, el ELS, que contaba con muy pocos medios, aprovechó esos recursos. Hubo una tolerancia mutua que ahora se está rompiendo, sobre todo, por el enfrentamiento en las zonas liberadas, donde hay población que rechaza el programa islamista radical. La vivencia religiosa en Siria es muy plural, por lo que el planteamiento extremista no tiene suficiente arraigo en la sociedad. Por otra parte, el ELS ha recibido armas desde Occidente a condición de que luchara contra las milicias islámicas. Francia y Gran Bretaña han insistido tanto en armar a los rebeldes porque querían frenar el ascenso de estas brigadas radicales vinculadas a Al-Qaeda.
Hasta ahora nos hemos referido sólo a la oposición armada. ¿Qué sucede en el plano de la política?
La oposición política puede dividirse entre la del interior y la del exterior. En el primer grupo se encuentra la gente que se ha quedado haciendo frente al Régimen dentro del país; y en el segundo, muchos Hermanos Musulmanes y pensadores laicos que viven en Europa, Estados Unidos u otros países de la región. En el momento en que estallaron las revueltas se organizaron en el Consejo Nacional Sirio y más adelante, en la Coalición nacional, más amplia y aglutinadora de más gente.
Sin embargo, entre 11 y 13 grupos armados sirios instaron en los últimos días a formar un frente islamista al considerar que la Coalición Nacional Siria no les representa.
Sí, porque desde que nació, la Coalición tiene la obsesión de ser representativa de la gente que permanece en el país, pero no lo consigue porque lleva demasiado tiempo desconectada del terreno. Los que están en Siria dejándose la vida ven en esta coalición un mal ministerio de exteriores que trabaja desde afuera y no consigue nada, ni apoyo exterior ni recursos materiales.
Por otra parte tenemos en Damasco un reducto pro Al Asad. ¿Mucha gente lo apoya todavía?
La información que recibimos está muy sesgada. Si tú, como periodista, vas a preguntar a Damasco, ciudad controlada por el Régimen, la gente te dirá que todo muy bien. Yo he vivido allí y sé que para que alguien te diga que no está de acuerdo con el gobierno o que no hay libertad, tienes que alcanzar un grado de confianza tremendo. De todos modos, es verdad que el Régimen mantiene cierto seguimiento popular, si no no sobreviviría. Al Asad no solo cultivó muy bien el apoyo de comunidades alauíes, cristianas o drusas sino también de una parte importante de la burguesía suní comerciante de las grandes capitales. Esta elite apoya históricamente a Al Asad a cambio de los privilegios concedidos con las privatizaciones que hizo al asumir el poder.
Usted residió en Damasco en 1998 y, desde entonces, mantiene un estrecho contacto con el país. ¿Cómo podría describir la vida bajo el Régimen sirio?
Es un sistema basado en la seguridad y el control social, pero muy orgánico porque el partido de Al Asad se ha ido infiltrando en casi todas las capas de la sociedad. Los sindicatos, los movimientos sociales, las organizaciones profesionales, los grupos de mujeres, todo forma parte del aparato de Estado. Los que hemos vivido en Siria sabemos bien cómo funciona la Mukhabarat, los servicios de información, la policía secreta. Mukhabarat puede ser cualquiera, por obligación o por devoción. Tu vecino, si quiere un permiso para cultivar un trocito de tierra en las afueras de Damasco, a cambio tiene que pasar mensualmente un informe sobre los extranjeros que viven en su barrio.
Estábamos ante un terrible control militar y por eso fue enorme el grado de valentía que necesitó la población para derribar la muralla del miedo en 2011 y salir a la calle. Pero, por otra parte, el caos político actual es también fruto de esa represión y del "divide y vencerás". En un Estado policial es muy difícil fiarse del vecino y eso es lo que pasa en Siria, hay una falta de confianza endémica en el otro.
Pareciera que, finalmente, el desmantelamiento del arsenal químico en Siria se está llevando a cabo ¿Significa que no habrá intervención extranjera?
La intervención extranjera ya está ahí de manera perversa porque Siria se ha convertido en un tablero de ajedrez en el que cada actor juega sus intereses. La intervención existe desde el momento en que cada país le proporciona medios a sus grupos afines. Las brigadas que llamamos seculares, por ejemplo, se están islamizando porque, si adoptan una apariencia más rigorista, es más fácil recibir ayudas de Arabia Saudí y Qatar, que favorecen a las versiones más religiosas y conservadoras.
¿Cómo se explica el acuerdo inédito entre EEUU y Rusia para el desarme?
Se decide actuar por la amenaza de que el Régimen sirio transfiera el armamento a Hezbollah o a los combatientes iraníes e irakíes que están luchando a su lado, o bien que pasen a manos de Al Qaeda y que haya un ataque químico en cualquier país del mundo. Además porque Obama, que tiene este complejo de amo policía del mundo, había marcado como línea roja el uso de armas químicas y si no actúa quedaría como un débil. Pero, en realidad, no hay ningunas ganas de intervenir en Siria. El precedente del fracaso irakí y afgano, el ejército de Al Asad (que no es el de Gadafi, sino que es mucho más fuerte) y un conflicto territorialmente muy complejo de gestionar han promovido este acuerdo que le permitió a Estados Unidos salir airosamente del paso. Pero es todo una ilusión porque el desarme químico no soluciona el conflicto.
¿Y qué podría solucionar el conflicto?
Tal como se está gestionando todo, está claro que la agenda no es derribar a Al Asad. La prioridad es evitar un vacío institucional que permita acceder al poder a determinado sectores no deseados, a Al Qaeda por ejemplo. Evidentemente el núcleo del conflicto, las demandas de la revolución popular, quedaron atrás. Ahora se busca una cura a los síntomas pero no a la causa: parar la violencia y poner fin a la tragedia humanitaria es lo primero.
¿Ve posible una salida a la guerra?
Una solución militar es muy difícil porque el reparto del territorio ahora es tremendo. Incluso a Al Asad le costaría mucho la victoria porque mantener todo el territorio cohesionado bajo su control, sin tener insurgencia, es prácticamente imposible. Y en el plano político, pasa un poco lo mismo: a ver qué capacidad tiene la oposición de decir alto al fuego no sólo al ELS sino a las cientos de brigadas que escapan a su control y que, seguro, rechazarán un acuerdo político. Difícilmente una solución de este tipo pacifique al país. Llevará tiempo y, cuanto más tiempo pase, más se afianzará la táctica de la violencia. Con todo lo que ha pasado, no hay buenas soluciones para Siria.
En otras declaraciones usted manifiesta cierta esperanza en el papel que pueda jugar Irán en las negociaciones sobre el conflicto. ¿Podría desarrollarnos esta idea?
La comunidad internacional quiere que la oposición pacte una salida negociada de Al Asad, con cierta continuidad del Régimen ¿Quién puede presionar a la oposición? Irán, porque Siria puede ser una carta en su negociación del dossier nuclear y de su posicionamiento como potencia regional. Irán puede decir: yo presiono a Al Asad para que se retire de escena y abra un gobierno de transición en el que se integre a una parte de la oposición y se convoquen unas elecciones tuteladas. Pero, hasta el momento, Irán estaba apartado del ruedo porque Estados Unidos se negaba a sentarlo a la mesa. Ahora, sin embargo, el deshielo entre ambos países creo que puede acompañar a una posible resolución siria. Al final todo es una cuestión de voluntad política.
¿Existe verdadera voluntad política internacional para acabar con el conflicto sirio?
El caos y la división entre las distintas facciones del combate, sumados al factor yihadista en el bando rebelde armado, explican buena parte de las reticencias internacionales hacia el conflicto sirio. El país funciona ahora como una válvula de escape que está absorbiendo tensiones nacionales e internacionales. Lo peor que puede pasar es que no haya interés en que acabe la guerra y que decidan que lo mejor sea que se maten entre ellos
Pero las víctimas de la guerra no son solo militares. Cinco millones de desplazados internos, dos millones de refugiados, 120 mil muertos, son algunas de las cifras que se manejan hasta ahora. ¿Cómo ve usted la recuperación en el plano civil?
Hay una generación perdida, como mínimo. Reconstruir el tejido social con tantas heridas abiertas es muy difícil. ¿Cómo haces para convencer a la gente de que tiene que haber perdón, que no tiene que haber más venganza? Eso sin contar con la gravísima pérdida industrial, económica y de patrimonio histórico que está habiendo. El núcleo productivo, que estaba en Alepo, se ha destruido. La industria farmacéutica, base del país, ha sido arrasada. Muchas de las antigüedades de los museos están siendo comercializadas en el exterior por la misma población que, si no tiene para comer, le importan un pepino las esculturas y las vende.
¿Qué se puede hacer desde Occidente para paliar el desastre humanitario?
La comunidad internacional no está mandando dinero a Siria porque se piensa que allí son todos terroristas. Las ONGs que están en el terreno no tienen suficientes recursos y, en parte, es porque se las acusa de apoyar a alguno de los bandos. Pero lo único que intentan es ayudar a las mujeres a parir o curar a los heridos. El conflicto sirio no está llegando a la sensibilidad de occidente y, sin embargo, hay cinco mil muertos al día. Es la tragedia más parecida a Ruanda que ha habido.
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