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Tras los pasos de Marco Polo

Despertar de un letargo de siglos

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La ruta de la seda

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DUNHUANG.– En un tórrido día de agosto de 1980, el autobús traqueteaba por la polvorienta carretera que unía los oasis de Jiayuguang y Dunhuang, en las estribaciones del desierto de Gobi. Mucho tiempo atrás, Jiayuguang había sido un importante puesto militar, como atestiguaba el torreón de la puerta más occidental de la Gran Muralla, mientras que Dunhuang había sido uno de los principales centros de peregrinación budista, en cuya pared rocosa se excavaron medio centenar de templos entre los siglos IV y X. Sin embargo, hace 35 años, ambas ciudades estaban dormidas y el único movimiento visible en la ruta que las unía, aparte del que provocaba el destartalado autobús, era el de un pastor que conducía un rebaño de camellos.

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Mercado en Jiayuguang

Durante siglos, el corredor que separa el Gobi del terrible desierto de Taklamakan había sido pasto del olvido. Los arqueólogos extranjeros, que en los siglos XIX y XX redescubrieron su riqueza histórica, rapiñaron cuanto pudieron antes de que el triunfo comunista en 1949 les cerrara el acceso.
La arena volvió a adueñarse del entorno porque los revolucionarios no se interesaron por un legado vinculado a las luchas imperiales y a Buda. Solo después de que Deng Xiaoping pusiera en marcha, en diciembre 1978, una revolución mercantilista encaminada a sacar a China de su aislamiento, el Gobierno comenzó a desempolvar los hitos de su historia para abrir las puertas al turismo extranjero.

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Despertar de un letargo de siglos

Hoy en día, autopistas, vías de alta velocidad y terminales aéreas de acero y cristal han sacado a Jiayuguang y Dunhuang de su sueño para devolverles una parte del esplendor del pasado, cuando eran descanso obligado de las caravanas de camellos que conectaban Oriente y Occidente. Los comerciantes llegaban siempre mucho más lejos que las expediciones militares, aunque fueron los romanos los primeros en enamorarse de ese tejido ligero, brillante y resistente, denominado seda, llegado de la tierra lejana en la que nacía el sol.

Vendedor Ruta de la Seda. G.H.

La sombra de Oriente pobló de fantasmas los sueños de Marco Polo y los míos propios, hasta llevarme a estudiar y trabajar cinco años en China cuando la presencia de extranjeros en el país era mínima. Las hazañas del comerciante veneciano corrieron por la almohada de mi juventud azuzando un ansia de aventura que los años no han podido acallar. La Ruta de la Seda solo recibió este nombre en el siglo XIX. Antes, mucho antes, era tan solo un camino, un viaje lleno de ilusión y esperanza hacia tierras ignotas, una red de caminos que atravesaba montañas y valles, ríos y desiertos, con el afán de alimentar la riqueza y el conocimiento entre las civilizaciones.​

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La Ruta de la Seda se quedó grabada en el imaginario de los miles de pueblos, etnias y naciones que recorre. La epopeya de aquellos comerciantes ha sido resucitada por el mundo global. Sus caravanserai son ahora lujosos hoteles que hospedan a viajeros curiosos llegados de las cuatro esquinas del mundo, aunque la gran mayoría son jóvenes chinos deseosos de conocer los límites de su propio imperio.

El camino era extraordinariamente azaroso. Ni romanos ni chinos lo completaban. Atravesaba Turquía, Mesopotamia, Irán y Asia Central hasta alcanzar el corazón del Imperio del Centro. Chang’An, la antigua capital rebautizada como Xi’An después de que la corte la abandonase, era el destino final de los más atrevidos, aunque muchos, extenuados por la proeza de superar el Taklamakan, encontraban en Dunhuang la seda y especias que buscaban y no avanzaban más allá de este oasis.

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Ruta de la seda

Recuperados las bestias y los hombres de la mortal travesía, la religiosidad de monjes y ermitaños templaba su espíritu para encomendarse a Dios antes de emprender el camino de vuelta. Nadie se adentraba en un desierto cuyo nombre significa irás y no volverás. Unos lo bordeaban por arriba a través de los oasis de Turfan y Urumqi; otros por abajo, a través de Hotán. Ambas rutas desembocaban en Kashgar, una de las ciudades que más ejércitos y tribus se han disputado.

Corredor económico entre Oriente y Occidente

En la actualidad, el presidente chino, Xi Jinping, está empeñado en recuperar la Ruta de la Seda como corredor económico entre Oriente y Occidente y como vía de promoción cultural de ambas civilizaciones. La provincia de Gansu, un estrecho pasillo por la margen sur del Gobi, es una de las más beneficiadas de la nueva política. El cambio se percibe, no solo en las magníficas infraestructuras que facilitan el viaje y en las modernas instalaciones turísticas, sino también en las manchas verdes que la repoblación de sauces, chopos y álamos imprimen a un paisaje de arenas y piedras oscuras desprendidas de las cumbres nevadas de los montes Qilian y redondeadas por el viento.

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La fortaleza de la Dinastía Ming, en Jiayuguang. G. H.

El viejo puesto fronterizo de Jiayuguang es hoy una ciudad de amplias avenidas, bloques de viviendas, centros comerciales, fábricas y extensos parques donde por la mañana temprano los abuelos llevan a los nietos a pasear, otros jubilados practican artes marciales como taiji o wushujian y grupos de mujeres hacen gimnasia rítmica y bailes al son de estridentes altavoces.

El embrujo de Dunhuang

La leyenda de la Ruta de la Seda tiene sin duda mucho que ver con el embrujo de Dunhuang. Cuentan los chinos que quien escucha el cantar de sus dunas está condenado a volver. El gigantesco arenal de lomas doradas guarda en el centro un pequeño lago en forma de media luna, un espejismo hecho realidad. Pero aún más impresionante es el parque geológico de Yadan. Un extenso territorio de casi 400 kilómetros cuadrados donde la erosión, el viento y los fuertes contrastes de temperatura del desierto han cincelado las rocas formando miles de caprichosas esculturas que se alzan sobre las arenas conformando una paisaje marciano.

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Ceremonia de recibimiento en Duhuang. G. H.

En Dunhuang se dieron cita comerciantes, peregrinos, monjes y altos funcionarios que dedicaron su fortuna a recrear las bondades de Buda en centenares de grutas, que albergan valiosísimas pinturas y esculturas. Dunhuang es un milagro en medio de dos infiernos de arenas. Un oasis clave para entender el hechizo de la Ruta de la Seda y las posibilidades que ofrece la recuperación de la antigua vía de conexión entre Oriente y Occidente.

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