Este artículo se publicó hace 3 años.
El peronismo entra en la UCI
Los resultados de las elecciones primarias de este domingo en Argentina pone en peligro la mayoría en la Cámara de Diputados y el control del Senado que tiene ahora el gobernante Frente de Todos de Alberto Fernández de cara a los comicios de noviembre.
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La pandemia ha dejado al peronismo en la unidad de cuidados intensivos de la política argentina. La severa derrota que cosechó en las elecciones primarias del domingo (anticipo de las legislativas de noviembre) deja malherido al gobierno de Alberto Fernández, castigado en las urnas por un electorado que no vislumbra salidas a la aguda crisis económica que sufre el país.
El mandatario y su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, son los grandes damnificados de una jornada electoral que deja un gran vencedor en las filas de la oposición: el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, encumbrado ya hacia la carrera presidencial de 2023.
Una vez más, las encuestas no detectaron el humor social reinante en Argentina. La pandemia se ha llevado por delante todos los planes del gobierno para relanzar una economía que en diciembre de 2019, cuando el peronismo retornó al poder, ya estaba en recesión. El oficialismo partía como favorito por el buen ritmo de vacunación y unas expectativas de recuperación económica a corto y medio plazo.
Había, eso sí, cierto temor a un voto oculto de castigo. Las PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias) eran solo un aperitivo de las elecciones legislativas de medio término que se celebrarán el 14 de noviembre. Se elegían los candidatos de cada formación, pero al tratarse de una elección abierta y obligatoria, en la práctica se trataba de un ensayo general.
Si se trasladan los resultados a noviembre, el gobernante Frente de Todos (conformado por la mayoría de las familias peronistas, con el kirchnerismo a la cabeza) pondría en peligro su mayoría relativa en la Cámara de Diputados y el control del Senado. La coalición opositora Juntos por el Cambio, del ex presidente Mauricio Macri, es la gran beneficiada de la debacle peronista. Su victoria recuerda la de 2017, una elección de medio término que apuntaló al gobierno conservador. El único consuelo para el peronismo es que entonces se supo recomponer en dos años y ganar los comicios presidenciales de 2019.
Particularmente dolorosa ha sido la derrota del Frente de Todos en la decisiva provincia de Buenos Aires (de tradición peronista), donde se han impuesto los candidatos conservadores. Allí, Juntos por el Cambio aventaja en cuatro puntos a la candidata peronista Victoria Tolosa Paz.
El peronismo ha salido escaldado en casi todo el país. A nivel nacional, Juntos por el Cambio supera en nueve puntos al Frente de Todos (40,5% frente al 31,5% en la elección de diputados). En la capital, feudo del PRO (el partido preponderante de Juntos por el Cambio), los votos de la coalición opositora doblan a los del Frente de Todos. En ese distrito ha emergido con fuerza la ultraderecha populista de la mano del economista Javier Milei, una figura caricaturesca a la que, sin embargo, se empieza a tomar en serio tras su 13% de apoyo popular.
Claves de la derrota
Los efectos devastadores de la pandemia explican en gran medida la catástrofe electoral de un peronismo que hace dos años dejó atrás las diferencias internas y se presentó unido para sacar a Macri de la Casa Rosada. Hay otros factores a tener en cuenta, como el escándalo por la celebración del cumpleaños de la primera dama en plena época de restricciones, pero la grave situación económica ha pesado sobremanera. La pérdida de poder adquisitivo de los argentinos es constante, la inflación (50%) se come los salarios y empuja a la pobreza a una clase media cada día más devaluada. Cuatro de cada diez argentinos se asoman ya a ese precipicio. Y sobrevuela sobre sus cabezas la más temida de las espadas de Damocles en la Argentina: una abultadísima deuda externa heredada del mandato de Macri, el gobernante al que el Fondo Monetario Internacional le concedió el crédito más alto de la historia de ese organismo: 50.000 millones de dólares. Fue esa desquiciada atracción hacia el endeudamiento, unida a los ajustes neoliberales de su gobierno, los que le dieron la puntilla a una derecha que dejó el país con unos índices de pobreza e inflación solo ligeramente por debajo de los actuales. Sorprende por tanto que la ciudadanía le haya vuelto a dar ahora un apoyo tan arrollador.
El peronismo reunificado estaba llamado a ser el revulsivo para acabar con la recesión. Entre el 10 de diciembre de 2019, fecha de la toma de posesión de Fernández, y el inicio de la pandemia transcurrieron 99 días. Entonces hubo que barajar y dar de nuevo, como le gusta decir al presidente. Toda su agenda de cambio tuvo que ser reformulada. Tras año y medio de pandemia, el día 100 ha llegado ya, pero no como lo imaginaba el gobierno. El camino hacia las elecciones presidenciales de 2023 no va a ser fácil. La negociación con el FMI será crucial. El país necesita dólares para salir del hoyo en que se encuentra. Fernández tendrá que hacer malabares para renegociar esa deuda millonaria, ganarse la confianza de los inversores extranjeros y, al mismo tiempo, dinamizar la economía e impulsar las medidas sociales para que las capas de la población más afectadas por la pandemia salgan a flote.
Alberto Fernández fue en 2019 la pieza clave en el puzle que armó Cristina para volver al poder. Vapuleada por el aparato mediático y judicial, Kirchner asumió a principios de ese año que su candidatura presidencial tenía un techo. Como le ocurre ahora a Macri, su figura despertaba tantas pasiones como rechazos. Se hizo entonces popular en las filas del peronismo (siempre propenso a una continua reinvención) aquello del “con Cristina no llegamos pero sin ella tampoco”. La ex presidenta (2007-2015) acumulaba una bolsa de votos de alrededor del 30%, insuficiente para volver a la Casa Rosada pero muy superior a la de cualquier otro aspirante peronista. Ella misma dio con la tecla adecuada al proponer a Alberto Fernández -que había sido jefe de gabinete (una suerte de primer ministro en Argentina) con Néstor Kirchner (2003-2007) y luego fugazmente con Cristina- como candidato presidencial en una fórmula en la que la ex mandataria tuvo que conformarse con la vicepresidencia. Con fama de dialogante, era el hombre idóneo para encabezar la lista de una gran coalición peronista.
El tsunami electoral de las PASO va a condicionar el futuro de la coalición gobernante. Cuando todo va bien electoralmente, las tribus peronistas se encolumnan en torno a un líder, en este caso la bicefalia que representan Fernández y Kirchner. Pero en la derrota, las diferencias salen de nuevo a la superficie. La corriente moderada pedirá más atención al mercado y a la ortodoxia económica. El kirchnerismo buscará más asientos en el gabinete para impulsar su agenda de políticas sociales.
La oposición tampoco esperaba una victoria tan arrolladora. El proyecto de Macri (apoyado por el establishment empresarial y mediático) fue descrito en su día como el surgimiento de una nueva hegemonía política en Argentina, una alternativa derechista a un peronismo que se desangraba en disputas internas. Pero el sueño neoliberal de Macri acabó abruptamente en 2019 por su pésima gestión económica. Solo dos años después, el proyecto antiperonista renace, pero quien lo encabeza hoy es el antiguo hombre de confianza de Macri, Rodríguez Larreta, un astuto político que ha tomado las riendas de Juntos por el Cambio y saborea el triunfo de sus candidatos (especialmente el de Diego Santilli en la provincia de Buenos Aires) porque es el suyo propio, con la vista puesta en la Casa Rosada.
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