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La población iraní responde con pragmatismo al pragmatismo de Obama

Los resultados de las elecciones iraníes abren una nueva era, aunque la evolución del país hacia posiciones más realistas dependerá en gran parte de la actitud que adopten Estados Unidos y Europa tras las elecciones de noviembre. En los próximos meses debería consolidarse un reencuentro con Occidente que repercuta positivamente en todo Oriente Próximo.

El presidente de Irán Hassan Rohani.EFE

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN.- La era de Mahmud Ahmadineyad ya es historia. Los resultados de las elecciones muestran que la mayoría de la población (según el porcentaje de votos aunque no según el porcentaje de escaños) ha decidido echar tierra encima de las políticas más conservadoras, que, sin embargo, van a seguir teniendo un peso considerable en las relaciones con el mundo exterior.

Un mes después de que Occidente haya levantado las sanciones a causa de su programa nuclear, Irán ha dado muestras de un gran pragmatismo que se refleja en el espejo del pragmatismo que ha aplicado el presidente Barack Obama.

La locura suicida de los neoconservadores norteamericanos que ha conducido a Oriente Próximo al peor momento de su historia debería pasar página definitivamente. Lo ocurrido en Irak, Siria y otros países sometidos al experimento de la llamada “primavera árabe”, un movimiento que en esencia pretendía imponer la democracia liberal a cualquier precio, ha traído consigo unos horrores nunca vistos.

Sin embargo, el riesgo de recaída no se ha superado con las elecciones del viernes pues existe un vivo peligro en las elecciones norteamericanas, especialmente si gana un candidato republicano: la vuelta a los corredores de Washington a todos esos ideólogos extremistas que ahora deambulan, con uniforme militar de camuflaje, de una universidad a otra, de un centro de estudios estratégicos a otro, aguardando una segunda oportunidad.

El mismo acuerdo histórico que se firmó el verano pasado entre Irán y Occidente no puede darse por definitivo hasta conocer quién será el próximo inquilino de la Casa Blanca. Además, los descomunales problemas que crearon deliberadamente los neocon y sus ingenuos corifeos, siguen estando ahí y no se van a resolver de la noche a la mañana, ni siquiera en los próximos años.

En lo tocante a Irán, las señales inmediatas son positivas, no solo por los resultados de los comicios sino también por otras indicaciones que se han producido simultáneamente a la votación. Por ejemplo, la Agencia de Energía Atómica de Estados Unidos certificó la semana pasada que Teherán ha cumplido los compromisos adquiridos en lo referente al enriquecimiento de uranio.

Ofensiva diplomática

Otra indicación positiva es el periplo por Europa de altos funcionarios iraníes, incluido el ministro de Exteriores Jawad Zarif, quien ha sido acogido cálidamente por sus interlocutores del viejo continente en el marco de una ofensiva diplomática destinada a reparar unas relaciones que jamás debían haber llegado a donde llegaron.

Con los resultados contados en las urnas y con el levantamiento del embargo, el presidente Rouhani dispone de un respaldo cualificado para reformar la economía y para proseguir la apertura al exterior. Naturalmente, Rouhani va a contar con una fuerte oposición, pero también tiene el apoyo explícito de las urnas para las reformas que son necesarias en todos los ámbitos.

En política exterior quien tiene las riendas es el líder supremo, el ayatolá Jamenei, quien defiende posiciones bastante conservadoras, pero el mismo hecho de que Rouhani haya sido capaz de negociar el acuerdo nuclear revela que existe un margen para la acción que los reformistas deben aprovechar.

Tras las elecciones americanas de noviembre se volverán a jugar las mismas cartas que se han jugado en los últimos meses, y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, volverá a la carga y volverá a presionar a la Casa Blanca para que cancele el acuerdo nuclear y restaure las sanciones. Esta es una posibilidad con la que cuentan los iraníes y que, de tener éxito, podría significar un paso atrás que complicaría la situación general de Oriente Próximo.

Pero mientras llega ese momento, Irán va a seguir jugando sus bazas en la región, donde su principal enemigo en la coyuntura actual no es Israel sino Arabia Saudí, que cuenta con el respaldo del Estado judío en las aventuras de Yemen y Siria, que son los teatros donde a día de hoy se desarrolla la guerra física y la guerra de influencias.

Crímenes de guerra saudíes

Un político destacado, el ayatolá y expresidente Rafsanyani, que ha apoyado abiertamente a Rouhani, ha dicho tras los comicios que “nadie puede oponerse a la voluntad de la mayoría del pueblo” y esto muestra que los reformistas están dispuestos a seguir avanzando por el camino emprendido bajo la batuta de Rouhani.

Es significativo que en la última semana se hayan producido un par de hechos que están en sintonía con los resultados electorales de Irán. Ambos hechos están relacionados con Arabia Saudí. Por una parte, el parlamento europeo ha debatido acerca de un embargo de armas a Riad. Y por otra parte, Amnistía Internacional ha denunciado la existencia de crímenes de guerra que los saudíes habrían cometido en Yemen.

El debate que se acaba de abrir en Europa con respecto a Arabia Saudí puede tener consecuencias imprevistas para Riad. El rey Salman ha optado por incrementar sus acciones de guerra tanto en Yemen como en Siria, aunque aquí indirectamente, pero esta actitud corre el riesgo de volverse a corto y medio plazo contra el propio monarca.
Aliados con Israel y los Estados Unidos, los saudíes han incrementado en los últimos cinco años la adquisición de armas occidentales en un 279 por ciento, según los números publicados por el Instituto Estocolmo para la Paz. Este dato revela que el rey Salman está dispuesto a conseguir sus objetivos regionales a través de las armas.

Irán, por su parte, podrá ingresar a partir de ahora más divisas con la venta de crudo, lo que también le permitirá dedicar más recursos a sus aliados regionales. El choque entre Teherán y Riad debería evitarse a toda costa, o al menos impedir que continúe. Para ello es imprescindible un acuerdo pragmático entre Estados Unidos y Rusia que diseñe un Oriente Próximo posible y no ideal, como quisieron hacer los ideólogos neocon con consecuencias desastrosas.

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