Este artículo se publicó hace 13 años.
"Estamos preparados para lo peor"
La magnitud de la catástrofe supera incluso a los más de 100.000 soldados y fuerzas de rescate desplegados por el desarrollado Japón
Bordear la costa este de Japón es como ir adentrándose poco a poco en el infierno. Ya en la bahía de Tokio comienzan a verse algunos desperfectos: una refinería todavía humeante en la ciudad de Chiba, cornisas y tejados dañados con gente encaramada a ellos tratando de arreglarlos, escasez de transporte público. Pero en cuanto el paraguas protector de la capital queda atrás, la cruda realidad deltsunami empieza a surgir.
Aunque nada es comparable a la destrucción masiva de las provincias de Miyagi y Fukushima, la región que se encuentra justo al sur, Ibaraki, también ha padecido una grave tragedia, aunque en su caso en el absoluto anonimato.
La capital de la provincia, Mito, lleva dos días sin electricidad y con las líneas telefónicas cortadas. Hay mucha gente durmiendo en edificios públicos debido a la inestabilidad de sus hogares o que sencillamente lo han perdido todo tras el paso de la lengua de agua.
Una familia coge unos pocos enseres de su casa destrozada y se despide de la que era su vida
"El agua comenzó a entrar en casa y el nivel no paraba de subir. Así que cogí cuatro cosas y me marché a la casa de unos familiares", explica consternada una mujer que acaba de regresar a su hogar después del desastre. Sólo necesita un par de minutos para darse cuenta de que todo está destrozado y de que no volverá a pisarla en mucho tiempo. Junto a ella, su familia entra y sale de la casa de dos pisos con rostro incrédulo. Finalmente meten unos cuantos enseres en una bolsa de plástico, cierran la puerta, y se despiden de la que hasta el viernes había sido su vida.
Como si perderlo todo, incluso a personas queridas, no fuera ya suficiente calvario, los habitantes de la costa este de Japón tienen que mantener a raya el pánico que les provoca la posibilidad de una explosión nuclear en Fukushima. "Estoy muy preocupado, la situación es muy peligrosa. Estamos pendientes de lo que dice el Gobierno, espero que nos ayude en caso de una emergencia, De momento ningún funcionario ha dicho nada", cuenta un joven en la ciudad de Kashima, cuyo negocio ha quedado totalmente inoperativo por el agua, el barro y los gravesdesperfectos.
"Estamos a la espera de recibir más información, pero tanto yo como mi familia estamos preparados para enfrentarnos a lo peor", indicaba otro vecino.
Un panorama desoladorA su alrededor, el panorama era desolador. Centenares de postes eléctricos inclinados en todas direcciones, cuando no directamente en el suelo, pavimento resquebrajado y levantado a una altura de un metro, contenedores marítimos incrustados en medio de la tierra procedentes del puerto de Kashima (situado a más de dos kilómetros de distancia), alguna casa totalmente calcinada, gente en la calle esperando a que algo ocurriera. En la maltrecha carretera, los camiones militares, las grúas y algunos equipos técnicos se dejaban caer a un lado y a otro evaluando los daños.
Encontrar un comercio abierto por estos lares es una extrañeza, y hacerse con un supermercado bien abastecido (básicamente agua y comida envasada), un motivo de celebración. Las granjas y empresas de alimentación están en su mayoría paradas y por eso la gente está en pleno proceso de acopio de víveres. Una fuga nuclear, por pequeña que fuera, sumiría la región en una total parálisis económica y pondría en serio riesgo el acceso a los bienes de primera necesidad.
La racional idiosincrasia japonesa explica por qué el caos no se ha extendido en todo el país
El trayecto camino al norte por la costa este también deja muy claro que la magnitud de la catástrofe es demasiado grande incluso para Japón, el país mejor preparado del mundo para gestionar catástrofes naturales.
Los más de 100.000 soldados y fuerzas de rescate desplegados no van a ser suficientes para salvar a las personas atrapadas bajo los escombros, dar cobijo a los que con esta llevan ya tres noches durmiendo al raso, o a los que simplemente se han quedado desamparados. Eso sin contar la recuperación de los miles de cadáveres hundidos bajo las aguas del maremoto.
La fría y racional idiosincrasia japonesa es una de las claves que explican por qué el caos no se ha extendido ya en Japón. Algunas personas en la zona y también en Tokio comenzaron ayer a desplazarse hacia el sur del país por miedo a la explosión nuclear, aunque la gran mayoría asumió casi sin ninguna queja aparente su nueva situación.
Una de las pocas noticias positivas de la jornada fue el levantamiento de la alerta de tsunami en la región, según confirmó la agencia meteorológica nacional. Eso no impidió que durante todo el día, a intervalos de pocos minutos, fuertes sacudidas hiciesen temblar la tierra con registros de hasta 6 grados de magnitud.
Mientras la tierra siga revolviéndose bajo los pies y el riesgo de catástrofe nuclear sea elevado, la vida de los millones de japoneses que residen en la costa nororiental del país seguirá sumida en un mar de incertidumbre.
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