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Los protagonistas olvidados de los Juegos de Pekín

Pekín fuerza a miles de peticionarios de justicia a regresar a sus provincias

ANDREA RODÉS

El único equipaje de Zhao Wei es una bolsa de papel con una muda y un pequeño neceser. Nadie diría que este hombre de 31 años, con su polo de algodón sin arrugar y el pelo lacio bien peinado, acaba de llegar a Pekín después de un largo viaje en autobús desde su ciudad natal, en Hebei. Zhao camina bajo el puente Liuliqiao, en el suroeste de Pekín, con la mirada atenta, en busca de alguien que ofrezca trabajo, pero allí sólo hay dos hombres que leen el periódico sentados en el suelo, que no le hacen caso. Situado sobre una autopista y junto a una importante estación de autobuses, Liuliqiao era hasta hace pocas semanas uno de los mercados ilegales de empleo más conocidos de Pekín. Pero la campaña de imagen de la capital con la llegada de los JJOO ha forzado a cerrar este tipo de lugares, considerados una amenaza para la seguridad y la higiene del barrio, según informa un cartel oficial.

“Peluquero, conductor... estoy dispuesto a trabajar de cualquier cosa”, dice Zhao, que en su pueblo natal debe mantener a su mujer y a un niño de cinco años. “Soy consciente de que con los Juegos va a ser más difícil, pero tenía que intentarlo”, dice Zhao. El cierre de fábricas y la paralización de centenares de obras para reducir la contaminación en Pekín durante los JJOO ha frenado las posibilidades de encontrar trabajo y ha dejado a miles de inmigrantes sin trabajo. La Policía viene a diario para desalojar a los que acuden a este mercado ilegal. “No puedo ir a una agencia de empleo”, dice. Allí le exigirían entre 400 o 500 yuanes (40 o 50 euros) para darle un trabajo.

Durante los JJOO, el gobierno también ha aumentado el control sobre los habitantes, forzando a marchar a miles de inmigrantes sin permiso de residencia. En Liuliqiao también está Wang Tanghan, un hombre de 50 años, originario de Henan, en el interior de China. En Tongbo, su ciudad natal, Wang era el dueño de una fábrica de muebles, pero su vida cambió de rumbo hace 16 años, cuando una botella de licor adulterada le dejó ciego de un ojo izquierdo y le dañó gravemente la visión del derecho. El fabricante de licores le ofreció 10.000 yuanes de indemnización –unos 1.000 euros–, pero a Wang le pareció insuficiente y no aceptó. Optó por dejarlo todo y venir a presentar su caso ante la Justicia central, convirtiéndose en uno de los cientos de peticionarios que viajan cada año a la capital cuando se agotan las posibilidades legales de defenderse en sus provincias de origen.

A Wang le echaron a la fuerza del Peticionario de Pekín dos veces, enviándolo de vuelta a casa, y en 2004 fue encarcelado durante 15 días por “incitar al desorden social”. Pero Wang no se rinde. “Han pasado más de diez años y siguen sin aceptar mi caso”, dice Wang, enseñando los papeles que demuestran su discapacidad. El 25 de julio fue la última vez que intentó ir al Peticionario, sin suerte. “Hay que estar loco para ser peticionario durante los Juegos”, dice Zhou, un inmigrante de la provincia de Sichuan que acaba de llegar a Liuliqiao y se detiene a escuchar la conversación. En las semanas previas a los Juegos, Pekín está forzando a miles de peticionarios a regresar a sus provincias. Para permanecer en Pekín, Wang está obligado a coger trabajos a media jornada, como su antiguo empleo en una fábrica de muebles en las afueras de Pekín. Lo perdió el mes pasado. “El jefe nos debía varios meses de salario. Fuimos a su casa a exigirle el dinero y todos fuimos detenidos”, dice Wang, con pocas esperanzas de encontrar un nuevo empleo en Liuliqiao.

Zhou también trabajaba en una empresa de decoración hasta el 20 de julio, cuando la empresa detuvo todos los proyectos hasta que acaben los Juegos. “Por culpa de la restricción del tráfico, nuestros camiones no pueden circular por la ciudad”, dice Zhou.

Pero algunos sí han optado por volver a casa, como dos jóvenes obreros que descansan a la sombra en el puente Liuliqiao mientras esperan el autobús de regreso a su pueblo. Hace diez días que su compañía detuvo las obras del bloque de apartamentos en construcción donde trabajaban y les ha suspendido el salario hasta después de los Juegos. No han conseguido encontrar trabajo para el verano. Uno de ellos, con el rostro quemado por el sol, regresa a su pueblo natal, en la provincia de Shanxi, por primera vez en diez años. Lleva todas sus pertenencias en un petate y no sabe si encontrará su antigua casa. En un callejón cercano a la estación, un grupo de inmigrantes fuman y juegan a las cartas. Esta mañana, la Policía ha venido a echarles. “Los periodistas extranjeros sólo traen problemas”, dice uno de ellos, que sujeta un pequeño papel donde pone “busco trabajo”. Estos son los hombres que han construido el Pekín olímpico, pero sus historias no aparecen en la censurada prensa china.

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