LÍBANO
René Otayek: "El sistema político libanés está completamente corrupto"
El director de investigación emérito del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) de Francia lleva años estudiando el modelo parlamentario libanés.

Madrid-
Pocos días después de que 2.750 toneladas de nitrato de amonio explotaran en el puerto de Beirut en 2020, las investigaciones periodísticas sobre las causas empezaron a encontrar evidencias de lo que parecía ser un nuevo caso de corrupción en el país mediterráneo. Según estas pesquisas, las autoridades locales se habían desentendido durante una década de la carga inflamable depositada en el puerto. Este caso no fue visto como un hecho aislado, sino como una muestra más de la "corrupción sistémica" que asola al país desde hace décadas.
Para René Otayek, director de investigación emérito en Ciencias Políticas del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) de Francia, la raíz de esta corrupción se encuentra en el agotamiento de su sistema político, basado en el reparto confesional de poderes heredado de época colonial. Fue este asunto el que Otayek desmenuzó durante su charla en Casa Árabe el pasado 3 de noviembre. Público habló con él sobre uno de los modelos políticos más inusuales de la actualidad y que, pese a sus carencias, resultó fundamental para la estabilización del país durante su independencia.
¿Sigue respondiendo el reparto de poder de 1943 y su actualización de 1989 a las necesidades actuales de Líbano?
Lo que causa problemas en la actualidad no es solo el reparto de poder, sino la esencia misma de ese reparto con bases comunitarias confesionalistas. El pacto de 1943 al que se refiere codificó y construyó un entendimiento entre las elites políticas cristianes maronitas y musulmanas suníes. Es de ahí de dónde nace el reparto de poder. Esta base confesional y el peso demográfico de cada comunidad religiosa también han servido de referencia para el reparto de poder a todos los niveles de la administración pública.
Ese peso demográfico venía de un registro hecho por la administración francesa, cuyo empadronamiento decía que el 53% eran cristianos y 47 o 48%, musulmanes. Los cristianos superaban a los musulmabes por una pequeña mayoría. Nadie puede decir con exactitud actualmente cuál es el peso demográfico de cada comunidad. Lo que sí sabemos casi con seguirdad absoluta, es que los musulmanes tienen una mayoría muy clara, del 60% al 65%.
Según su punto de vista, ¿cuándo empezaron a evidenciarse los fallos de este sistema?
Este sistema ha asegurado el funcionamiento del reparto del poder durante varios decenios, pero siempre ha habido crisis que han mostrado el continuo desgaste del sistema. La guerra civil que se alargó entre 1975 y 1989, ha sido el síntoma más claro de la incapacidad del sistema de evolucionar teniendo en cuenta la evolución de la sociedad. Desde el final de aquella guerra, han ocurrido muchas cosas. Para empezar, la misma clase política se ha ido reproduciendo continuamente. Los señores de la guerra han tomado el poder y se han auto amnistiado y el sistema está completamente corrupto.
Así que estamos frente a una clase política que no quiere hacer ninguna reforma, porque si la lleva a cabo va a cortar la rama sobre la que está sentada, y una población que a pesar de sus divisiones y de los antagonismos comunitarios, pide cambio. Es una ecuación difícil, porque nada está cambiando.
En el caso de que se optara por realizar un nuevo censo. ¿Cómo haría? ¿En base a la autopercepción? ¿Cómo demostraría una persona se "linaje" etnoreligioso?
Este es el meollo de la cuestión. El problema de un censo así es su propia lógica, la necesidad de servir de base para un sistema que se organiza según líneas confesionales. El censo tendría que dar una fotografía lo más exacta posible del reparto confesional libanés en la sociedad libanesa, manteniendo el marco del sistema.
Si se decide hacer un censo dejando de lado la cuestión religiosa, algo que podríamos defender, el reparto del poder va a seguir una lógica de mayorías. Es decir, una democracia clásica donde hay una mayoría que ejerce el poder y la minoría se opone. Pero eso en Líbano tampoco puede funcionar. Primero, porque la simple aritmética daría una mayoría a los musulmanes y podemos apostar que la gente va a votar según su pertenencia religiosa. Entonces, esto es algo que los cristianos no van a aceptar. Tampoco los suníes, porque entre los musulmanes los chiíes son mayoritartios. De esta forma, encontramos aquí un dilema importante.
¿Cuál sería la alternativa?
La única solución tomaría muchos años y sería abandonar el confesionalismo político. Es lo que está previsto en los acuerdos de Taëf que pusieron fin a la guerra civil. Pero nada se ha hecho para desconfesionalizar el sistema político. No veo solución ni a corto ni a largo plazo.
Pero tampoco se puede negar que este reparto de poder confesional ayudó a corregir la desigualdad histórica, alimentada por los franceses, entre chiíes y el resto de las confesiones...
Es incontestable que este sistema ha permitido la integración, en el sistema político libanés, de todos los componentes de la sociedad. Tiene muchos defectos pero también tiene la virtud, de haber integrado a todas las comunidades. Cuando varias decenas de miles de armenios llegaron a Líbano después del genocidio [ocurrido en 1915], unos años después fueron integrados en el sistema Libanés, con sus diputados y sus ministros. Hoy, dos armenios representan a unas 150.000 personas libanesas, lo que demuestra que son una comunidad completamente integrada en la sociedad.
La contraparte es el clientelismo tan fuerte que existe. Los líderes políticos de cada comunidad funcionan como patrones en una relación clientelista con su base electoral. Por decirlo claramente, un político puede ofrecer un trabajo o una ayuda pública a cambio de que su cliente -votante- le de su voto.
Por contar una pequeña anécdota, en la revolución del Cedro de 2019, se usaba el eslogan Kellon yaane kellon -Todos significan todo- cuyo significado vendría a ser algo así como que todos los dirigentes son corruptos y todos se tienen que ir. Esa expresión ha evolucionado a Kellon yaane kellon...ʾillā zʿīmī. Es decir, todos son corruptos menos mi líder. Esta frase irónica demuestra hasta qué punto la relación clientelista es fuerte y como el sentimiento de pertenencia comunitaria es ampliamente superior a cualquier otro.
Normalmente, para que un estado-nación funcione como se supone que debería, es necesaria una homogeneización étnica y religiosa. Teniendo en cuenta la diversidad de Líbano ¿cree que el estado-nación es una fórmula posible para este país?
La pregunta de si la creación de la nación supone la homogeneidad social es un amplio debate que ha movilizado a las ciencias sociales y políticas. Es innegable que en una sociedad homogénea étnica, cultural y religiosamente, el sentimiento nacional es más sencillo. Esto quiere decir también que, en el sentido contrario, las sociedades plurales como Líbano, donde hay una gran diversidad étnica y confesional, la emergencia de ese sentimiento es más complicada. Esto es evidente. Pero no es una verdad absoluta.
La India, por ejemplo, es muy heterogénea. En comparación con Líbano, que tiene 4 millones de personas, en India hay 1.000 millones. Su sociedad está dividida en clases y castas y hay una gran ruptura entre los hindúes y los musulmanes… Eso no impide que sea una de las democracias más importantes en el mundo. No es una democracia social, pero sí es una democracia electoral. Esta heterogeneidad en sí no es el freno a la construcción nacional, sino el modo de regulación y la capacidad de la élite de entenderse sobre un proyecto-país y hacer cesiones. Pero las élites libanesas no saben hacer estas combinaciones.
¿Cree que sería posible que esas alianzas en el Líbano se dieran en torno a la clase social, por ejemplo?
El problema es que mientras el sentimiento de pertenecer a una comunidad etnoreligiosa sea tan fuerte, no puede haber alianza de clases entre obreros musulmanes y cristianos. Ese esquema, de momento, no funciona, porque el hecho de pertenecer a una comunidad es superior y determinante.
Breve explicación del modelo político de Líbano
Líbano reconoce, oficialmente, la existencia de 18 comunidades etnoreligiosas en su territorio. Los tres grupos mayoritarios son los musulmanes chiítas, los suníes y los cristianos maronitas. El número de personas que componen cada comunidad es desconocido: el último censo etnoreligioso se realizó en 1932, cuando el territorio todavía estaba bajo mandato francés. Según aquel registro, los maronitas -cristianos- suponían, aproximadamente, el 29% de la población que vivía entonces en Líbano, mientras que los suníes eran el 22% y los chiíes, el 20%. El resto de comunidades -druzos, judíos y minorías cristianas como ortodoxos y católocos griegos, armenios, etc- estaban, cada uno, por debajo del 10% de la población.
En total, quienes se adscribían a las distintas ramas del cristianismo suponían el 50% de Líbano. Diversas fuentes acusaron al mandato de hacer oscilar la balanza del lado de los cristianos para justificar su preponderancia en los puestos de poder coloniales. Actualmente, se sospecha que la comunidad más grande de Líbano es la chiita, concentrada principalmente en el sur y este del país.
Cuándo en 1947, Líbano logró su independencia, las nuevas autoridades del país usaron el censo francés de 1932 como base para lo que se conoció como el Pacto Nacional. Este acuerdo verbal repartió los cargos institucionales más relevantes de la recién nacida democracia representativa entre los líderes de las comunidades etnoreligiosas más relevantes.
Así, la presidencia de la República siempre debe ser ocupada por un cristiano maronita y la presidencia del Parlamento libanés por un chií, mientras que el primer ministro debe ser un musulmán suní. Los tres cargos deben ser elegidos por dos tercios del parlamento. En aquel momento, los cristianos tenían, en esta cámara, una ligera ventaja de seis a cinco sobre los musulmanes. En 1989, los Acuerdos de Taëf ajustaron ese desequilibrio para que hubiera el mismo número de cristianos que de musulmanes.
Esta división confesional ha ayudado a mantener un equilibrio de poder entre las diferentes comunidades etnoreligiosas. La otra cara de la moneda son los vínculos clientelistas que se han establecidio entre los diferentes partidos políticos y confesionales y sus votantes, que han degenerado en prácticas corruptas de votos por servicios.

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