Este artículo se publicó hace 11 años.
La Revolución sí será transmitida (en Venezuela)
Alfredo Serrano Mancilla
Doctor en Economía, Coordinador América Latina CEPS
Hace once años, un día como hoy, 14 de Abril, Chávez volvía a Miraflores (Palacio Presidencial) después de sufrir un golpe de Estado en Venezuela. Ese atentado contra la democracia tuvo su razón de ser: los poderes económicos no aceptaban que las nuevas reglas del juego permitieran pensar en una Patria para Todos. La vieja oligarquía pretendía así no permitir una política a favor de la democratización de los beneficios sociales derivados de la riqueza venezolana.
Esta minoría mostraba de esta manera -golpista- no respetar la Constitución ni la decisión del Pueblo que mayoritariamente había optado por un proyecto revolucionario liderado por Chávez. Esos días, como bien muestra el documental La Revolución no será transmitida, la democracia venezolana mostró todo su músculo venciendo a los caciques de las décadas perdidas. Ni los medios dominantes, nacionales e internacionales, ni los embajadores de Estados Unidos (Charles Shapiro) y de España (Manuel Viturre de la Torre), lograron su objetivo: desconocer el apoyo de Pueblo a Chávez.
En estos años, Venezuela puede afirmar como diría Neruda, "confieso que he vivido". Son innumerables los cambios que se han venido ocasionando en estos tiempos hasta llegar a este nuevo momento donde el Pueblo ha de volver a ratificar si desea más chavismo o no. Esta es la línea divisoria aunque ahora Chávez no esté físicamente como candidato presidencial. La corta campaña ha sido clarificadora a este respecto. Tanto es así que Capriles se revistió de bolivariano (por ejemplo, llamando Simón Bolivar al comando campaña), de revolucionario (hablando de Revolución sin complejos), y de chavista blando. Este último disfraz, de "chavista blando del 2013", es el que permite seguir seguramente afirmando que el legado de Chávez será muy duradero.
El chavismo ya es una nueva identidad política en Venezuela; las propuestas giran en torno a su matriz. Capriles se presenta como un esquizofrénico púgil: un participante del aquel golpe que ahora "adula a Chávez por encima de todas las cosas". Capriles ha transitado de decir que no quiere más cubanos en las Misiones Barrio Adentro (de salud) a halagarlos proponiéndoles la nacionalidad venezolana. Capriles, hijo de madre millonaria y padre millonario, se presenta como pueblo obrero, popular y plebeyo. Nunca se ha salido del guión; no hay duda, ha mejorado como actor. El marketing político ha sido gran aliado en cada comparencia. Ha pretendido construir un gran muro para separar a Nicolás Maduro de Chávez. Ha defendido, como gran neoliberal del siglo XXI, que no hay derechas ni izquierdas. Ha dedicado mucho esfuerzo para postularse como el adalid de la una oposición latinoamericana, modernizada y posneoliberal, a cualquier proyecto progresista. Ha pasado de aparecer como victima a simular ser ganador antes de saber el resultado electoral.
Esta mutación no es, en absoluto, baladí. Capriles inauguró la campaña con imagen de derrota, y en los últimos días, modificó esa estrategia afirmando que todas las encuestas le daban como ganador indiscutible. Este viraje se debe fundamentalmente a buscar el voto del ganador, pero muy especialmente, se trata de ir abonando el terreno para una peligrosa maniobra: desconocer cualquier resultado que le diera como perdedor. Este escenario ha ido cobrando cada vez más fuerza; Capriles no ha firmado el documento propuesto por el CNE para aceptar los resultados electorales; el coordinador nacional de su partido (Primero Justicia) ha dicho recientemente que "nosotros no tenemos que creer en el CNE"; comienza la batalla mediática (de los ABC y El País en España o El Nacional y El Universal en Venezuela) con la cantinela del "juego sucio" y de la "ausencia de observadores internacionales". ¿Cómo si España o Estados Unidos los aceptara?
Todo índica a que Capriles no aceptará los resultados; desconocerá de nuevo el veredicto popular. La pregunta es si este desconocimiento será en modo suave o en modo duro: la opción suave es un desconocimiento discursivo con alguna mínima concentración en los barrios de la clase enriquecida. El modo duro sería muy aventurado: el desconocimiento se traduzca en alguna operación planificada de marcha hacia el palacio presidencial, con sus franco tiradores, con la búsqueda del conflicto y de la violencia, y buscando mostrar al mundo una imagen de represión al tiempo que ellos cantan fraude. He aquí la cuestión: desconocer al pueblo o esperar a convencerlos bajo las reglas democráticas cuando haya otra oportunidad.
En la otra acera, está Maduro, canciller de Chávez durante muchos años, presidente de la Asamblea y constituyente. Nicolás Maduro espera con ansiedad saber si el Pueblo le acepta como Hijo de Chávez. Aunque a decir verdad, no será tan así porque es muy presumible que el Pueblo vote por Chávez, y Maduro sea todavía considerado como aquel al que Chávez pidió elegir si él no seguía vivo. Maduro hizo una campaña anclada en Chávez, pero procurando construirse así mismo como candidato de la Patria: hombre de barrio, urbano y civil. Se presentó como el conductor de autobús que fue.
La lucha contra la inseguridad ha sido su buque insignia. Ser garante de la continuidad de los logros sociales del chavismo es su principal ventaja. En todo momento, salió a escena en formato colectivo: con su familia, con el equipo del alto mando político-militar, con los gobernadores amigos, y en los últimos días, con la familia de Chávez. Maduro ha de ganar si las encuestas no se equivocan (todas las publicadas le dieron como claro ganador). Sin embargo, el desafío comenzará justo después. Primero, deberá sortear la presión de una oposición que desconocerá y que se opondrá a todo con eco internacional. Le debe tranquilizar que la región la tiene de su lado, y los Brics también. Segundo, gestionar armoniosamente todos los flancos que componen la superestructura institucional que sustenta cotidianamente la política chavista. Tercero y último, continuar profundizando la revolución para que el socialismo bolivariano sea sostenible en el tiempo y más eficaz. Este es el gran reto: conducir a Venezuela hacia la consecución de los cinco objetivos históricos que marcó el testamento político de Chávez. Lo favorable es que, por el momento, se posee suficiente sostén democrático, mucho cimiento soberano en la economía, y previsiblemente, de nuevo, tendrá el apoyo popular a partir de mañana.
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