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Salgueiro Maia, el "héroe" triste de la Revolución de los Claveles
A 30 años de su muerte, una película y una nueva edición de su biografía recuperan la figura del más célebre de los Capitanes de Abril, el joven oficial que detuvo al dictador Marcelo Caetano y fue después relegado al ostracismo por el 'establishment' político y militar del país.
Lisboa-Actualizado a
En los muros de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nova, en la céntrica avenida Berna de Lisboa, hay un grafiti de 15 metros creado por el colectivo de artistas Underdogs y dedicado a la figura de Fernando José Salgueiro Maia, el capitán de la Escuela Práctica de Caballería de Santarém que en la madrugada del 25 de abril de 1974 partió de esa ciudad hacia la capital portuguesa con una columna de tanques obsoletos para sumarse a la Operación Fin de Régimen: el alzamiento de los Capitanes de Abril que puso fin a la dictadura más antigua de Europa.
Venerado por muchos y relegado por el establishment político y militar de Portugal, Salgueiro Maia murió de cáncer en abril de 1992, hace 30 años. Una película y una nueva edición de su biografía recuperan ahora, en vísperas del 48° aniversario de la revolución, la figura de aquel joven oficial de 29 años que, con gran templanza, detuvo en el Largo do Carmo al dictador Marcelo Caetano tras una sucesión de escenas, entre surrealistas y épicas, que impregnaron de un enorme romanticismo a la Revolución de los Claveles.
"Señores, como todos saben, hay varias formas de Estado: los Estados socialistas, los Estados capitalistas y el Estado al que hemos llegado. Ahora, en esta noche solemne, vamos a acabar con el Estado al que hemos llegado. Quien quiera venir conmigo, que venga: nos vamos a Lisboa y acabamos con esto". El capitán Salgueiro Maia, curtido en la guerra colonial de Mozambique y Guinea Bissau y firme defensor de una solución política a los conflictos bélicos de la metrópoli en sus colonias, se dirigió a sus hombres sin la retórica castrense al uso. La Operación Fin de Régimen, planeada durante meses por un heterogéneo grupo de oficiales del denominado Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), acababa de comenzar.
Antes de partir hacia Lisboa, a unos 80 kilómetros de distancia, con una columna de diez blindados, doce camiones, una ambulancia y un jeep, Maia había escuchado por la radio las dos señales de que la operación estaba en marcha. Rádio Emissores Asssociados de Lisboa emitió cerca de las once de la noche E depois do Adeus, una canción que había quedado en último lugar en el festival de Eurovisión. Y pasada la medianoche sonó la señal definitiva en Rádio Renascença: Grândola, Vila Morena, de José Afonso, era la confirmación de que el momento de la revolución había llegado. "O povo é quem mais ordena", reza la letra de la canción de Zeca Afonso, prohibida por el régimen. Horas más tarde, los lisboetas llenaban las plazas de la ciudad y vitoreaban a los rebeldes.
La ocupación del centro de Lisboa por los hombres de Maia forma parte del imaginario de varias generaciones de portugueses. Son horas tensas, dramáticas y, al mismo tiempo, no exentas de momentos más propios de una opereta, como la parada que efectúa la columna no muy lejos del céntrico Terreiro do Paço, adonde se dirige. "Una revolución no se para por un semáforo en rojo", se dice que le reprochó Maia al conductor del primer vehículo.
Los rebeldes toman sin oposición la Praça do Comércio ante la mirada atónita de algunos viandantes madrugadores. Cuando avanza la jornada, la entrada por la ribera del Tajo de un convoy de cinco tanques comandado por el brigadier Junqueira dos Reis, fiel al régimen, pone a prueba el coraje y la templanza del joven capitán. Los contornos del mito comienzan a perfilarse. Es su momento de grandeza.
Se acerca a hablar con el general de brigada con un pañuelo blanco bien visible en una mano y una granada escondida (para volarse en pedazos si le disparaban y de esa manera asegurar el triunfo de la revolución por la vía del martirologio, explicará más tarde). No hará falta que se inmole. Ni el alférez ni el cabo a quienes el brigadier manda disparar contra el capitán sublevado obedecen sus órdenes. La fragata desplegada frente a la Praça do Comércio tampoco abre fuego. La Revolución de Abril acaba de triunfar.
Charlie Ocho, nombre en clave de Salgueiro Maia en el MFA, recibe entonces la orden del puesto de mando clandestino de A Pontinha (donde se encuentra el grupo de oficiales que dirige la asonada, "los hombres sin sueño", como serían conocidos, con el mayor Otelo Saraiva de Carvalho al frente) de trasladarse al Largo do Carmo para detener a Caetano, refugiado junto a dos de sus ministros en el cuartel general de la Guardia Nacional Republicana (GNR). Allí, una multitud se mezcla con los jóvenes militares alzados en armas y aparecen los primeros claveles rojos, el símbolo de una revolución casi incruenta (la Policía política del régimen mataría a cuatro manifestantes frente a su sede a última hora de la tarde y un miembro de ese cuerpo policial sería abatido por un soldado).
Caetano, que en 1968 sucedió en el poder al dictador António de Oliveira Salazar (fundador del denominado Estado Novo), se resiste a rendirse y cuando parece que a Maia -que se mueve de un lado a otro de la plazoleta con su inseparable megáfono- no le queda más remedio que entrar a cañonazo limpio, surgen dos personajes enviados por el general António de Spínola para negociar la renuncia del primer ministro. El capitán entraría más tarde en el cuartel de la GNR, jugándose otra vez la vida, para apresar al dictador, a quien acompañará en un tanque hacia el aeropuerto, primera parada en su camino hacia el exilio en Brasil.
El antihéroe sin bando
Militar y demócrata de los pies a la cabeza, Fernando José Salgueiro Maia (Castelo de Vide, 1944) consideraba que su papel había concluido con el cumplimiento de su misión en Lisboa aquel 25 de abril. Una misión que lo había convertido, muy a su pesar, en icono popular de la Revolución de los Claveles. En el convulsionado Portugal de los meses posteriores a la caída del Estado Novo (en el que se suceden los gobiernos provisionales y se producen dos levantamientos militares fallidos, en marzo y noviembre de 1975) Maia es una rara avis que no encaja en ninguna facción, ni a izquierda ni a derecha.
"Fue discriminado por esa razón y porque él no se guardaba nada para sí mismo, no cambiaba en función de las circunstancias. La política y la jerarquía militar no perdona que alguien sea tan puro y tan sincero. Era, claramente, un demócrata cuya principal virtud ideológica fue acabar con la dictadura y restituir la democracia en Portugal", asegura António de Sousa Duarte, autor de la biografía Un Homem da Liberdade (Âncora Editora), un libro publicado en 1995, del que se han vendido más de 60.000 ejemplares y cuya decimotercera edición acaba de lanzarse al mercado.
De Sousa, quien conoció a Salgueiro Maia mientras realizaba el servicio militar en Santarém en los años 80, lleva tres décadas reivindicando a quien, a su juicio, !es el único héroe portugués del siglo XX". Y ha sido uno de los principales promotores de la película Salgueiro Maia, O Implicado, basada en su biografía, dirigida por Sérgio Graciano y estrenada la semana pasada en los cines de Portugal.
"La película, un retrato humano del capitán de Abril, se titula O Implicado precisamente porque Salgueiro Maia se daba a sí mismo ese nombre para expresar la forma distanciada, fría, segregada, en que se le trató después de la revolución por parte de los actores políticos y militares, ya no más como un hijo de la Revolución de Abril sino como un implicado en la misma", explica el escritor y periodista en una conversación con Público.
Cuando el capitán Salgueiro Maia sale con su columna de Santarém el 25 de abril de 1974 lleva ya a sus espaldas casi una década como militar de carrera. De familia modesta, se alistó en el Ejército, como tantos otros jóvenes de su estrato social, por una mezcla de afán aventurero y deseo de defender a su país, involucrado en una interminable guerra colonial. Pero muchos de esos jóvenes pronto dejaron de ser defensores del imperio para convertirse en conspiradores de un imperio agonizante, apunta el biógrafo del capitán de Abril: "Y es importante que se diga que esa conspiración fue absolutamente legítima desde el punto de vista ético. Se rebelaron contra el Estado porque querían acabar con la dictadura y con las guerras coloniales". En Mozambique y, sobre todo, en Guinea Bissau, Salgueiro Maia se convence de que es necesario restaurar la democracia en Portugal.
Para De Sousa Duarte, los cargos que puntualmente le ofrecieron a Salgueiro Maia después del triunfo de la revolución tenían un único objetivo, alejarlo de la admiración de los portugueses: "Su carisma y su imagen eran tan potentes que los políticos y los militares querían situarlo lejos de Portugal".
Maia rechazó varias prebendas y fue destinado a las Azores, primero, y más tarde asignado al frente de un presidio militar en Santarém. Llegaría al grado de teniente-coronel y solo recibiría los honores más importantes del Estado a título póstumo. "Cumplí la pena sin saber por qué me condenaban", diría irónicamente en una entrevista.
Un cáncer intestinal acabó con su vida en 1992. Pero antes ya lo había diezmado psicológicamente una profunda tristeza por el ostracismo al que se le había relegado. El Gobierno conservador de Aníbal Cavaco Silva se había negado a otorgarle una modesta pensión en 1988 por los servicios prestados, un reconocimiento que, sin embargo, sí dispensaría a dos exagentes de la PIDE, la tenebrosa policía política de la dictadura.
La escritora Lidia Jorge, autora de una obra de ficción sobre Maia, Os Memoravéis (Publicações Dom Quixote, 2014), señalaba recientemente en la revista Jornal de Letras que el capitán se convirtió en mito porque era poseedor de un aura especial: "Desde mi punto de vista, no es necesario llamarlo héroe, tan solo un memorable entre otros memorables. Pasaron 48 años. Ellos continúan tan jóvenes como los jóvenes que nacieron hace poco. La hazaña que hicieron todavía no ha concluido. Nadie, ni el tiempo, ha sido capaz de destronarla".
"Los mitos se crean", puntualizaba en la misma revista Vasco Lourenço, presidente de la Asociación 25 de Abril y uno de los capitanes que participó en el levantamiento de 1974. "Él (Maia) tuvo la suerte de estar en el lugar exacto a la hora precisa, y la capacidad de comportarse bien. Después, el destino quiso que muriera joven, de manera que es natural que se creara un mito. Pero, sin ninguna duda, se trata de una de las figuras principales del 25 de Abril".
Sin funerales de Estado ni luto oficial, Salgueiro Maia fue enterrado el 5 de abril de 1992 en su pueblo natal, Castelo de Vide, una coqueta villa del Alentejo, a dos kilómetros de la frontera con España, donde hace casi un año abrió sus puertas una casa-museo en su memoria. "Usted debía haber muerto no de un cáncer cualquiera, sino de pie, fulminado por un rayo", fue la dedicatoria del escritor y periodista Fernando Assis Pacheco.
Antes de morir, el más célebre de los capitanes de Abril dejó escrito de su puño y letra cómo quería que se desarrollase su sepelio: "Determino que deseo ser sepultado en Castelo de Vide, en una fosa poco profunda, y que se utilice el ataúd más barato del mercado; el transporte del mismo deberá hacerse por el medio más económico, preferentemente en vehículo militar. Durante el funeral, solamente la presencia de los amigos, a quienes les pido que entonen Grândola, Vila Morena y la Marcha del MFA".
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