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"Ha sido un infierno para todos nosotros"

Muchos heridos no pueden ser operados por falta de medios en los hospitales

M. CARRASCO

El pequeño Alla Salim tiene convulsiones, buena señal. Un francotirador le metió una bala en la cabeza cuando estaba durmiendo en su cama, hace dos días, y le acaban de sacar el proyectil del cráneo. La doctora Saara mira con ternura a este paciente del Hospital Central, donde han atendido a cientos de heridos desde el sábado pasado. A su lado, Mohammed, 14 años. Estaba viendo la televisión en el sofá de su casa cuando una bala le atravesó el cerebro, aún la tiene alojada ahí. 'Ya no tenemos más medios para operar', explica esta doctora, 'han sido días infernales para todos nosotros'.

Los francotiradores tienen aterrorizada a la población. Están por toda la ciudad. Son mercenarios a sueldo de Gadafi, procedentes de otros países del norte de África, dispuestos a matar por dinero. Matan a hombres, mujeres, niños. Se repiten las mismas escenas que se sucedieron en Misurata y Zauiya, siguiendo la estrategia del régimen de Gadafi cuando las tropas abandonan una ciudad.

'En tres días han muerto aquí más de 300 personas', se lamenta una doctora

'Teníamos uno enfrente del hospital. Disparaba hacia la puerta, a todo lo que se movía. La gente del barrio envió a un anciano a negociar con él, pero el mercenario le descerrajó un tiro', explica Saraa. 'Los rebeldes que custodian el hospital fueron a buscarle, le hirieron y aquí le curamos. He matado a mucha gente este año', nos dijo'.

Él fue el que le disparó al doctor Mohammed, el enfermo de la tercera cama. Llegaba con la ambulancia y al bajar al herido en la camilla le alcanzó una de las balas del francotirador. Ahora está recuperándose, pero su conductor no tuvo la misma suerte: murió en el acto. 'En tres días han muerto aquí 300 personas, no teníamos sitio donde instalar a todos los muertos', explica el responsable de la planta de cuidados intensivos. La morgue tiene capacidad para 99 cadáveres, pero no cabían todos, teníamos que ponerlos en las camillas', explica.

Mohammed, de 14 años, espera a que le extraigan una bala del cerebro

Una planta más abajo, Mohammed está tendido en una cama junto a su madre. La doctora Saara tiene en la mano las radiografías de su columna, que fue alcanzada por una bala cuando caminaba por una calle de su barrio. 'Déjame verlas', le pide a la facultativa, que responde con un no rotundo. Cuando salimos de la habitación susurra: 'Se va a quedar paralítico, pero él aún no lo sabe y su madre tampoco'. Por los pasillos saluda a un par de colegas recién llegados al hospital, uno de ellos ha pasado cinco meses en la cárcel.

En el edificio contiguo nos muestra una habitación muy especial, la de Hamma, la hija de Gadafi que supuestamente murió y luego repareció con vida. 'La llamamos la Paradise Room, porque tiene todas las comodidades ', cuenta Saara sonriendo.

Es un estancia de dos por tres metros, con las paredes coloreadas, una estatua de adorno, aire acondicionado, cámara de vigilancia de 24 horas y una ducha, un lujo para un hospital con estas carencias. El sábado, los hombres de Gadafi la vaciaron y ahora sirve de dormitorio y ducha al personal del centro, que celebró una fiesta aquí para celebrar el principio del fin del clan Gadafi.

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