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Somalia sigue el camino al infierno de Irak

ISABEL COELLO

Un tercio de Mogadiscio es hoy una ciudad fantasma. 'Seis de los 17 distritos están prácticamente desiertos debido a la inseguridad y los desalojos forzados. La destrucción de casas e infraestructura es casi total', dice en su último informe de situación, publicado ayer, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA).

Más de la mitad de la población de la capital de Somalia ha huido de la guerra que tiene lugar en la ciudad: 600.000 desplazados en total, 240.000 de ellos desde el final de octubre, según estimaciones. Es el mayor movimiento de población procedente de una sola ciudad registrado en el mundo en 2007. Irak supera a Somalia en desplazados, pero sus cifras suman los movimientos de población que se originan en todas las ciudades del país.

Un año después de la intervención del Ejército de Etiopía -el 24 de diciembre-para expulsar a la Unión de Tribunales Islámicos y devolver el control de la capital al Gobierno Federal de Transición (TGF en inglés), la pesadilla somalí es más recurrente que nunca. 'Hace un año teníamos cierto optimismo, pensábamos que la situación podía mejorar pero no ha sido así. Todos los indicadores son alarmantes y todos los ingredientes para que la crisis vaya a peor están ahí', explica a Público Philippe Lazzarini, jefe de OCHA Somalia. 'Las agencias podemos asistir a la población, pero no podemos lograr la solución política, absolutamente necesaria'.

El informe de la ONU prosigue, contundente. 'El TFG y las fuerzas etíopes han llevado a cabo rastreos casa por casa y detenciones arbitrarias. Nos han llegado informes de civiles rodeados y ejecutados, incluidos casos de hombres a los que se les ha degollado como castigo colectivo', subraya. 'Estos actos barbáricos son una grave violación del Derecho Internacional Humanitario'. En lo que va de año, los dos hospitales principales de la ciudad han tratado a más de 5.000 heridos de guerra.

'Todos los días moría un conocido'

Zeinab Ali, de 22 años, huyó de la capital con su marido y dos hijos, de tres años y tres meses. Ahora permanece en un campo abarrotado de desplazados en la región norte de Puntland. En Mogadiscio vivíamos en el barrio de Madina, que al principio no sufrió tanto como otras partes de la ciudad.

Pero la violencia se fue extendiendo y muchos negocios cerraron por miedo a que los saquearan', contó Ali a IRIN, la agencia de noticias humanitarias de la ONU. 'Mi marido perdió su empleo y no podía salir a la calle a buscar otro porque le daba miedo no regresar.

Salir era simplemente demasiado peligroso. Todos los días, oías de alguien que conocías y que había muerto'. Muchos desplazados se han instalado en la carretera que une Mogadiscio con Afgooye, a 40 kilómetros. A lo largo de un tramo de 15 kilómetros viven más de 200.000 personas que salieron casi con lo puesto de sus casas.

La ayuda humanitaria que trata de llegar hasta ellos lleva comida, camiones de agua potable, plásticos para construir improvisadas cabañas, bidones para el agua y material para construir letrinas. Los controles de carretera se han multiplicado y los camiones con ayuda pagan hasta 500 dólares por trayecto en los distintos sobornos que tienen que ir dando en cada control al miliciano de turno con Kalashnikov al hombro.

Siempre se habían pagado sobornos, pero ahora se paga más cantidad y en más controles. 'Al menos la ayuda no está siendo confiscada', dice Aadrian Sullivan, asesor de la Oficina Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO).

Somalia se vino abajo como Estado tras la caída del dictador Mohammed Siad Barré en 1991, cuando los llamados señores de la guerra se dividieron el territorio y la emprendieron unos con otros.


'La crisis actual es el resultado de muchas crisis que se superponen unas con otras', explica Sullivan. 'Están las consecuencias de 16 años de prolongado conflicto entre clanes, un aumento de los desastres naturales, la sequía de 2005, las inundaciones de 2006, un brote enorme de cólera en 2007 en el que se registraron 30.000 casos', enumera.'Toda la población está afectada, por uno o varios de estos fenómenos'.

Etiopía y EEUU se meten


Sin embargo, en la actualidad, el conflicto de Somalia no es sólo doméstico y vinculado al clan, sino que tiene una dimensión regional y otra global. La regional tiene que ver con el conflicto entre sus vecinos, Etiopía y Eritrea, que libraron una guerra entre 1998 y 2000 y que, pese a haber firmado la paz, mantienen una tensa relación y se niegan a demarcar su frontera común, vigilada por 1.686 cascos azules de la ONU.

Ambos países están usando Somalia como un tablero de ajedrez en el que dirimir sus disputas, apoyando cada uno a facciones diferentes. La dimensión global del conflicto somalí tiene que ver con la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos.

Somalia es un país musulmán, pero la mayoría de la población y sus movimientos islámicos no son violentos y se oponen al extremismo ideológico. Sin embargo, tras los atentados del 11 de septiembre, EEUU lo señaló como un posible refugio para la organización Al Qaeda, dada la anarquía en el país, que no tenía un gobierno operativo y con autoridad sobre el territorio.

Tras dos años de negociaciones en Kenia con un gran apoyo de la comunidad internacional, especialmente la Unión Europea, se eligió al antiguo señor de la guerra Abdullahi Yusuf Ahmed como presidente de un Gobierno de transición. Pero Yusuf, del clan Darod y muy próximo a Etiopía, el tradicional enemigo de Somalia, fracasó a la hora de poner orden en el país y, especialmente en la capital, donde la mayoría es del clan Hawiye.

Los tribunales islámicos

La población de Mogadiscio, hastiada de la violencia, empezó a apoyar a los Tribunales Islámicos, iconos de la ley y el orden tan ansiados por la gente de a pie. Éstos se hicieron con el control de la capital en junio de 2006 y lo ampliaron al gran parte del sur del país. Fueron los únicos que impusieron cierta paz en la capital y bajo su mandato la gente podía ir al trabajo o al mercado sin pagar al señor de la guerra de turno.

Pero Estados Unidos siempre los miró con recelo. Acusa a varios líderes de los tribunales islámicos de vínculos con Al Qaeda y de implicación en los atentados contra las embajadas de Kenia y Tanzania en 1998 y contra un hotel y avión israelíes en Mombasa en 2002.

Con luz verde de EEUU, e invitados por el débil TFG, las tropas etíopes pasaron la navidad de 2006 persiguiendo a los miembros de los Tribunales Islámicos y expulsándolos de todas las ciudades que controlaban sin apenas un disparo. EEUU dio su apoyó con varios bombardeos sobre supuestos terroristas, pero no logró capturar a los tres que buscaba.

'La seguridad en Mogadiscio se ha deteriorado severamente desde la intervención etíope apoyada por EEUU', alertaba el pasado abril el instituto británico de análisis internacional Chatham House.

'En un patrón incómodamente familiar, la preocupación genuina por reconstruir Somalia ha sido secuestrada por Etiopía y EEUU, que siguen sus propias agendas de política exterior'. Chatham House advertía de que el apoyo a los Tribunales 'es consistente y es improbable que decrezca'. El pronóstico se cumplió.

Crímenes de guerra

Desde entonces, el peor escenario se ha ido haciendo realidad. Somalia se iraquiza. El ala más radical de los tribunales islámicos -Al Shabaab- se ha reagrupado, crece y mantiene una creciente insurgencia contra las fuerzas del TFG y los 'invasores etíopes'.

Mogadiscio ha visto los peores combates en 15 años. El goteo de atentados y coches bomba es ya diario. Y la impunidad, la norma. 'El sufrimiento que vemos en Somalia es el resultado directo de serios crímenes internacionales', según Steve Crawshaw, de la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW).

En un informe el pasado septiembre, HRW afirmó que tanto la insurgencia, escondiéndose en barrios densamente poblados, como el TFG y los etíopes, bombardeándolos sin reparo, estaban mostrando 'un desprecio criminal por la población civil'.

'El bombardeo de todo un área es inapropiado para golpear a una rebelión móvil en un barrio muy poblado. Este tipo de ataque es indicativo de intención criminal -barrer un área entera en vez que golpear objetivos militares específicos- lo cual es evidencia de crímenes de guerra', decía.

La organización ha ido más allá y es prácticamente la única en señalar con el dedo la política de Occidente por considerar que 'está avivando más que resolviendo el conflicto'. La Unión Europa, el Reino Unido y EEUU dan millones para el desarrollo en Etiopía y proveen apoyo sustancial al Gobierno somalí.

La UE pagaba hasta recientemente los salarios del Gobierno y Parlamento. A día de hoy sigue costeando los gastos de gestión de esas instituciones y da formación a la Policía.

'¿Por qué los aliados de Etiopía no han hecho más para poner fin a estas violaciones?, se pregunta HRW. 'La respuesta es tan obvia como deprimente. Porque Etiopía y sus socios somalíes son percibidos como aliados en la guerra contra el terror'.

Otras organizaciones, como International Crisis Group, coinciden en que el enfoque estadounidense es 'míope' y si bien hay varios elementos de Al Qaeda que es necesario capturar, la política actual sólo ayudará a radicalizar a los extremistas y hacer que muchos se unan a las filas de lo que hoy es una minoría extremista.

Una misión de paz de la Unión Africana prometió enviar 8.000 soldados. Sólo 1.600 ugandeses se ofrecieron voluntarios. Ello indica lo poco claro que ven los africanos la misión y las garantías mínimas de seguridad para el despliegue.

ONG terroristas

La semana pasada, la ONU lanzó su petición de ayuda internacional: precisa de 400 millones de dólares para asistir a 1,5 millones de personas en Somalia. 'El Gobierno dice que exageramos las cifras', se queja Lazzarini. 'Una cosa está clara. Hay una crisis humanitaria dramática', remata.

Para Aadrian Sullivan, de la europea ECHO, los números son un tema sensible. 'En realidad, no podemos contar a la gente, no tenemos suficiente acceso. No ha habido un censo en 17 años. Sólo podemos hacer estimaciones basadas en cálculos de población'. 'Se está haciendo mucho, pero no estamos cubriendo todas las necesidades. Salud, agua y nutrición son los sectores clave', añade Sullivan.

ECHO ha doblado el presupuesto para el país, de 9 a 18 millones de euros. 'Hay deseo de hacer más, pero el problema no es el dinero, es el acceso'. Las agencias humanitarias no están siendo atacadas, pero el riesgo es muy elevado. Y hay constantes interferencias administrativas de las autoridades locales para tratar de controlar la ayuda.

'Hay una tendencia de las facciones en conflicto a tolerar la asistencia si creen que está bajo su control. Si no, se considera sospechosa y se le acusa de estar ayudando a terroristas', explica el jefe de OCHA. 'Luchamos contra esa percepción. Si la ayuda no es considerada imparcial, nos situaríamos en una posición de gran riesgo'.

El pasado octubre, el alcalde de Mogadiscio detuvo durante unos días al máximo responsable en Somalia del Programa Mundial de Alimentos (PMA), la agencia de la ONU que distribuye la mayor parte de la ayuda alimentaria a los desplazados. El alcalde sugirió que las agencias estaban alimentando a terroristas.

El miedo ahora es que el conflicto se mueva de la capital hacia Afgooye, donde están los desplazados. 'Son los más necesitados. Los más pobres entre los pobres. Si el conflicto se extiende a los campos, no pueden huir más lejos, es territorio de otro clan y les da miedo', explica Sullivan. Que los desplazados se conviertan en objeto de represalias -concluye Lazzarini-es un riesgo objetivo'.

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