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Muchos supervivientes del tsunami no saben nada de la fuga radiactiva

Las olas gigantes convirtieron las ciudades de la costa japonesa en un enorme pantano en cuestión de minutos

DAVID BRUNAT

En la calle que conduce al puerto de Ofunato, el horror comenzó justo 38 minutos después del terremoto. Así lo atestigua el reloj de la plaza, cuyas manillas se detuvieron a las 15.24 horas. El tiempo exacto que tuvo la gente para escapar, el lapso entre la conciencia colectiva de un tsunami y la llegada del fin del mundo.

Ofunato es un pueblo pasado por la licuadora. Casas, coches, farolas, barcos y personas, todo lo que allí había fue absorbido por la ola, exprimido a máxima potencia y luego expulsado en todas direcciones. Y es así como al transitar por la ciudad uno puede encontrar un barco de 30 metros de eslora aparcado junto a una cafetería, o un coche encaramado en lo alto de un edificio de tres plantas. Las paredes están mordidas, las aceras desgajadas. Hay fotos, boniatos y discos de vinilo en el suelo. Hay zapatos y algunas ropas.

 

'Me he quedado sin coche, sin casa y sin dinero', lamenta un vecino de Ofunato

'De repente surgió la ola y se lo llevó todo por delante', narra todavía agitado un pescador a pie de mar, moviendo las manos de un lado al otro simulando la lengua de agua que convirtió esta ciudad de 41.000 habitantes en un enorme pantano en cuestión de minutos. Hace pocas horas que habitantes y soldados han podido pisar el puerto e iniciar las tareas de desescombro, después de que por fin haya bajado la marea y se haya descubierto el desastre que escondía dentro.

Ante la novedad, centenares de personas se pierden por entre las ruinas para iniciar el recuento de los desperfectos. Pronto, tras un vistazo breve, todos se dan cuenta de que no tiene sentido evaluar los daños en sus casas y negocios porque sencillamente no hay nada que valorar más allá de un montón de escombros. Así que echan un vistazo, ladean algún cascote, recogen un objeto personal si tienen suerte, suspiran y se van.

Los supervivientes tardarán al menos tres meses en tener nuevas viviendas

'Es muy complicado hablar con la gente, nadie quiere recordar lo que ha pasado', reconoce Noriko. Ha venido desde Morioka, a unas tres horas en coche hacia el interior, con el objetivo de completar una memoria fotográfica y verbal de la catástrofe a modo de homenaje a las víctimas. Junto a ella su compañero graba con una cámara de vídeo doméstica todo lo que se le pone por delante. 'Esto es muy triste', resopla Noriko.

La escuela primaria de Ofunato se asienta sobre una colina escarpada. Desde allí arriba puede observarse mejor el rastro de la destrucción, si bien muy pocos se atreven a hacerlo.

Muchos de los que lo han perdido todo llevan diez días sobreviviendo en esta escuela. 'Me he quedado sin casa, sin coche y hasta sin dinero. El tsunami se lo llevó todo y ni siquiera tengo conmigo el carné de identidad para sacar dinero en un banco', cuenta Totomo Hiroyama, quien en su vida anterior al tsunami regentaba una lavandería cerca del puerto.

La reapertura de las carreteras mejora las condiciones de los desplazados

'Estamos bien, el ambiente es muy cordial y nos ayudamos unos a otros. Muchos somos vecinos, ya sabe', continúa. Frente a él, una joven pareja tumbada sobre la esterilla protege a su recién nacido, de sólo tres meses, quien duerme ajeno a la tragedia. 'No nos gusta tener al niño aquí, pero no tenemos otro lugar adonde ir. Nos han dicho que las nuevas casas estarán listas en dos o tres meses', indica el padre.

Las casas a las que se refiere son los cubículos prefabricados de 30 metros cuadrados que el Gobierno ha empezado ya a instalar a lo largo de la costa noreste para dar cobijo a los cientos de miles de afectados (380.000 en total, si se suma a los evacuados por la crisis nuclear).

Ofunato es precisamente uno de los pueblos donde han comenzado las tareas de reconstrucción. 'Aguantaremos hasta entonces, por suerte parece que hay más comida y agua que hace unos días', concluye resignada la madre del bebé.

A pesar del drama, el pabellón deportivo de la escuela de Ofunato presenta una imagen tranquilizadora. Hay estufas de queroseno encendidas cada 15 metros, la comida llega regularmente y hay agua para beber, aunque muy poca para uso higiénico.

La central nuclear de Fuku-shima está 150 kilómetros al suroeste. Las previsiones llevan días apuntando a viento en dirección noreste desde la planta, y eso los ubica a ellos en el ojo del huracán para una posible contaminación. Sin embargo, lo que tanto ha preocupado a medio mundo en los últimos días parece no importar aquí. Muchos de los evacuados ni siquiera saben lo que ha pasado. Por eso no se lo piensan dos veces a la hora de salir a la calle en plena lluvia, quién sabe si ácida.

La reapertura de las carreteras y de las comunicaciones (gracias a varios camiones especiales hay cobertura incluso en la sala de refugiados) ha permitido mejorar notablemente el cuidado de los enfermos y de los más necesitados, así como la llegada de provisiones. Una lista justo al entrar indica quién sigue todavía en Ofunato y quién ha sido llevado a las más grandes e intactas ciudades de Morioka, Oshu o incluso Tokio. En las zonas de la ciudad más alejadas del mar incluso comienza a haber suministro eléctrico. En la escuela, un grupo de niños juegan animados al Uno y una anciana cose un remiendo. La vida sigue a pesar de todo.

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