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Cómo viven los refugiados en los países a donde no quieren ir

“Me faltan cinco minutos para ser rumano”

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Decenas de personas esperan a poder pasar al centro de refugiados de Opatovac, en Croacia. - AFP

IASI (RUMANIA). - “Tú no entiendes que al llegar aquí me sienta tan bien. (risas) No hay ni rastro del Ejército en la calle. No escucho la sirena de la ambulancia cada hora. Veo caras cansadas por el trabajo, pero no por el miedo”, contesta Jawed Seyed a su colega rumano. Lleva sólo tres años en Rumanía y lo que acaba de decir, en un perfecto rumano con acento del norte, hace reír a sus compañeros, oriundos del lugar. “¡Estás loco! ¿Y qué vas a hacer en Rumanía?”, le dicen. Ellos tienen los ojos puestos en Alemania o en los países del Golfo, a donde tratarán de ir en cuanto acaben la carrera, movidos por un sueldo cuatro o cinco veces mayor que el que lograrían en su país.

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"La mayor desgracia que le puede pasar a un europeo es no tener dinero o trabajo, pero no conoce el dolor de una madre que ve morir delante de ella a su hijo por una bomba"

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En su país Jawed era periodista. Empezó a escribir cuentos infantiles para sortear las represalias por lo que publicaba. Luego inició una colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores y se convirtió en blanco de los ataques de los talibanes. “La gente que trabaja con el Gobierno está siempre amenazada. En 2012, cuando regresaba en bus a casa, nos atacaron con balas y granadas. Nos salvamos porque el chofer esquivó el ataque y corrió a toda velocidad. Aquel día decidí irme. El shock que sufrí tomó la decisión por mí”. El conductor del autobús murió hace un año en un ataque similar.

"Tal vez mi familia me mande unos 200 euros, pero hablo poco con ellos. Cuando llamo, la conversación es siempre la misma: ¿sabes del vecino? Lo han matado"

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En Iasi, la bolsa de patatas siempre amenaza con vaciarse. “Después de la Universidad, trabajo como cocinero en un restaurante libanés para poder comer. No puedo pisar una farmacia ni para hacer prácticas porque soy extranjero”. Quiere acabar la carrera, aunque luego no tenga un trabajo, porque “hay que tener algo en la cabeza”, como le dijo su padre. “En Afganistán ves una casa pija con trabajadores extranjeros, con materiales de construcción de lujo importados del Occidente, pero no hay una carretera delante. Este es mi país, han destrozado la educación y la mente de la gente”.

Jawed Seyed, durante la entrevista con este diario.

“Me faltan cinco minutos para ser rumano”

“Tal vez ahora sea más rumano que afgano, pero quiero dejar ya este país. Me faltan cinco minutos para ser rumano, y se me acabó la paciencia”, le contesta entre risas Salim. Igual que Jawed, Mulaheil Abdul Salim es de Afganistán y vive en Rumanía desde 2011. Habla 14 idiomas y trabaja como intérprete para un centro de acogida de refugiados del norte del país. Una noche de mayo de 2011, en medio del río Prut, la última frontera de la UE en el Este, Salim se dijo a sí mismo que no iba a caer, y aún sigue en pie.

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"En Rumanía si no tienes pareja o parientes de aquí es imposible establecerte. No se sobrevive con lo que ganas"

Cruzó el río junto con otros cuatro colegas, pero ninguno de ellos ha querido quedarse en Rumanía. Salim intentó llegar a Noruega, pero no encontró trabajo y regresó a Rumanía, donde tampoco puede despegar. Lleva años fuera de Afganistán y regresaría si existiera la posibilidad de encontrar un trabajo. “Mi país está lleno de ONG. Allí tienes sueldos de 1.500 dólares, pero desde el director al cocinero, sólo trabajan los parientes”. Al estrés del sueldo rumano que apenas le permite sobrevivir, se añade su deseo de poder establecerse ya en algún lugar. Hay demasiados países y demasiada gente en su vida. “Tengo los ojos puestos en casarme. Me he hartado de la soledad, quiero que se acabe este periodo oscuro de mi vida”. 

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El chiste que circulaba en 2015 en las redes se convirtió en realidad: "los sirios que han llegado a Rumanía se han integrado perfectamente, todos han emigrado”, en referencia a los millones de rumanos que se van del país por culpa de los sueldos raquíticos. Mazen Rifai, periodista sirio que trabaja con las personas que llegan de Siria, explica que en el país solo se quedan los que ya tienen un vínculo familiar con Rumanía.

“La percepción ha cambiado en la medida en que cambia el poder del bolsillo. Muchos miran mal a los que vienen de un país pobre y reciben encantados a los que llegan de un país más rico”

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“Tanto los sirios que llegan ahora a Rumanía, como los rumanos que han vivido años en Siria por los matrimonios mixtos y regresan, tienen los mismos problemas. Los rumanos que regresan son refugiados en su propio país. Sus hijos, que sólo hablan árabe, pero son ciudadanos rumanos según el pasaporte, no pueden ni siquiera entrar en los programas de enseñanza del idioma. De los 2.700 sirios que han pasado por Rumanía sólo se han quedado 600 personas, los que tienen familiares aquí. Vendrá más gente cuando Rumanía reciba el número obligatorio de personas que le ha asignado la UE, y para ellos será muy difícil, porque el país no está preparado, la gente no podrá llevar a cabo una vida autónoma”.

Daoud es médico originario de Egipto. Hace 26 años que vive en Rumanía. Él mismo pasó de ser “ extranjero” a ser “inmigrante” en este periodo. Si en los años noventa los estudiantes procedentes de los países árabes que llegaban a Rumanía eran “los extranjeros” y tenían un poder adquisitivo mucho mayor que los rumanos, a partir de la entrada de Rumanía en la UE, muchos se han convertido para la opinión pública en “inmigrantes”.

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“A pesar de que la gente no quiere venir a Rumanía, sí que hemos notado un incremento del rechazo a los extranjeros, a menudo se nos pregunta por qué vienen. Hay muchísima ignorancia”

Pese a que los refugiados no tienen opciones de supervivencia en Rumanía, según las normativas y los ínfimos salarios que predominan en el país, la normativa europea establece una cuota de personas que se verán obligadas a pedir asilo allí. Se ha decidido imponer una multa a los Estados que no accepten esta cuota: 250.000 euros por cada persona a la que denieguen el asilo. “No sabemos cómo han establecido esta suma. Es una medida de coerción, porque se ha visto que no funciona ninguna solidaridad entre los Estados europeos”, explica Luciana Lazarescu, de la Asociación rumana para la promoción de la salud. “El motivo menos oficial es adaptar los acuerdos de Dublín al acuerdo con Turquía, que ha sido reconocida como país seguro, para que Grecia vaya devolviendo a Turquía a las personas que llegan” explica Lazarescu.

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