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Xenofobia Sudáfrica encara a su peor pesadilla: la xenofobia

En un país dominado por la desigualdad, la clase obrera de mayoría afrodescendiente ha encontrado en el colectivo migrante el enemigo en el que descargar su ira. Un centenar de muertos después, la propia sociedad civil ha dicho basta: es hora de poner freno a la xenofobia.

Imagen de archivo de un recolector cerca de Ciudad del Cabo, Sudáfric. | Reuters

Pablo L. Orosa

Cada vez que sube al coche, Ronald Chigwida enciende la radio para escuchar las noticias. Si hace falta, cambia el dial hasta encontrar la información local. No porque le interese demasiado la política, sino porque lleva tanto tiempo en Sudáfrica que es consciente de lo poco que hace falta para que todo se vuelva a inflamar: otro discurso del rey zulú, los datos del paro o la enésima diatriba de un político presto a buscar votos en el caladero del odio al diferente. “En este país hay mucho racismo. Depende de dónde vivas puede parecer que no, pero la realidad es que hay una violencia desmedida contra los que venimos de fuera. Hay que estar pendiente, saber por dónde moverse, especialmente al volver al township”.

Hace apenas unas semanas, dos sudafricanos resultaron muertos durante un ataque a extranjeros que regentaban tiendas en la provincia oriental de KwaZulu-Nata. En la represalia posterior, varias aldeas habitadas mayoritariamente por residentes procedentes de Malawi fueron arrasadas. 300 personas tuvieron que huir de sus casas. Desde que en 2008 la espiral de la violencia xenófoba causara 62 muertos y más de 200.000 desplazados, los episodios de violencia contra ciudadanos extranjeros se repiten sistemáticamente: la muerte en 2015 del ciudadano mozambiqueño Emmanuel Sithole captada por un fotógrafo local conmocionó al país. Pero durante un mes, los asaltos y saqueos a los negocios de migrantes continuaron en la ciudad de Durban. Las palabras del rey zulú Goodwill Zwelithini pidiendo a los extranjeros que abandonasen el país porque los recursos y el trabajo no eran suficientes para todos resultaron más poderosas que cualquier llamada a la calma.

“Lo ocurrido en 2008 debería haber servido de toque de atención, pero 10 años después los refugiados y los migrantes aún sienten el eco de ese período aterrador", alertó el pasado año la responsable de Amnistía Internacional en el país, Shenilla Mohamed. No sólo eso, sino que los líderes políticos lo han convertido en parte de su discurso. Primero fue el alcalde de Johannesburgo, Herman Mashaba, quien en diciembre de 2016 tildó a la población extranjera residente en la ciudad de “criminales”, responsabilizándolos de las altas tasas de delincuencia. Durante esta campaña electoral previa a los comicios del 8 de mayo, el actual presidente, Cyril Ramaphosa, ha hecho de la persecución a la inmigración ilegal una de sus promesas estrella.

Incluso el movimiento estudiantil #Feesmustfall, que reclama la descolonización del programa educativo y que se garantice el acceso a la universidad a los colectivos más desfavorecidos rebajando las tasas y facilitando el alojamiento, se ha resquebrajado a causa de las tensiones xenófobas: “Los estudiantes extranjeros vienen y alquilan los alojamientos disponibles, lo que genera una burbuja que hace subir el precio”, señala Chumani Maxwele, uno de los líderes juveniles.

¿Qué fue de la nación arcoíris?

El brillo democrático de la nueva Sudáfrica de Mandela convirtió al país en 1994, ya por entonces una de las mayores potencias económicas del continente, en El Dorado para miles de migrantes que querían aprovechar el futuro que se abría paso ante el aplauso general de la opinión pública internacional. “Por aquel entonces, el país se ganó su reputación como nación arcoíris. Fue capaz de desafiar las predicciones de catástrofe racial y se convirtió en un ejemplo de reconciliación para el mundo. Durante un tiempo realmente lo fue”, rememora el investigador del prestigioso centro académico Wilson Center, Terence McNamee.

Los migrantes, mayoritariamente procedentes de Zimbabwe y Mozambique, siguieron llegando, como siempre lo habían hecho, para trabajar en las minas, en las explotaciones forestales o donde hubiese un empleo. Justo lo único que falta en el país: la tasa oficial de desempleo se sitúa en el 27%, pero en las barriadas informales que rodean cada ciudad supera ampliamente el 50%.

Barbra Ndlovu, de 55 años, residente de BlueDisa, Sudáfrica. | Reuters

Barbra Ndlovu, de 55 años, residente de BlueDisa, Sudáfrica. | Reuters

“Es cierto que hay un cierto rechazo a personas extranjeras, pero en ningún caso se trata de un problema de xenofobia. Fíjate dónde ocurre, en las townships, donde las oportunidades son muy limitadas. Es un problema ligado a la pobreza, es por esto que se producen los robos y los asaltos, bien sea por unas monedas o por un teléfono”, arguye Maxwele. A Ronald Chigwida hace pocas semanas le abrieron la ventanilla del coche, le pusieron una pistola en la cabeza y se llevaron su móvil. Por eso no le gusta demasiado detenerse en los semáforos.

Sudáfrica es un país inseguro, 56 homicidios al día, y peor aún para las mujeres, 110 violaciones denunciadas cada día. Pero es sobre todo desigual: dos tercios de los asesinatos en Ciudad del Cabo se concentran en diez de los sesenta distritos de la ciudad. “No se continuó con el esfuerzo de reconciliación ni en la comunidad, ni en los vecindarios ni en las familias. Sudáfrica se ha estancado. Los barrios más ricos de Ciudad del Cabo o Johannesburgo siguen teniendo un rostro blanco, mientras los más desfavorecidos siguen siendo prácticamente 100% negros”, subraya McNamee. Según, el índice Gini, Sudáfrica es uno de los peores países del mundo, con un coeficiente del 0,63, casi el doble que España.

Es esta desigualdad, “la falta de trabajo, oportunidades y servicios” -en palabras de la activista Shannon Ebrahim-, lo que provoca la “xenofobia creciente” en el país. Pero hay algo más, una connivencia de las clases dirigentes que prefieren que sean los migrantes los que carguen con la rabia de una mayoría negra que lleva más de un siglo de humillación racial en la memoria y la tristeza de un movimiento que venía a liberarlos pero que prefirió enriquecerse: mientras enfocan su descontento contra los extranjeros, el Congreso Nacional Africano (ANC) que ha gobernado Sudáfrica ininterrumpidamente durante veinticinco años seguirá manejando a la sombra de sus intereses. De ahí que el esfuerzo policial por esclarecer los ataques contra los migrantes sea más bien escaso.

La respuesta: en manos de la sociedad civil

El legado de Mandela sigue vivo en el país. Principalmente en los movimientos cívicos. Los mismos que organizan talleres formativos para los recién llegados u ofrecen acompañamiento legal a las víctimas de la violencia xenófoba. Entre todos ellos han forzado al Ejecutivo a presentar un plan quinquenal para frenar la discriminación racial y los ataques a residentes extranjeros.

“El plan tiene como objetivo mejorar la concienciación pública sobre las medidas contra el racismo y la igualdad, mejorar el acceso a la justicia y una mejor protección de las víctimas, así como aumentar los esfuerzos contra la discriminación (…) Pero el programa falla al no abordar una de las claves del problema: la falta de responsabilidad judicial por los delitos xenófobos”, alerta Human Rights Watch.

Para Ronald, bastaría con que los agentes de policía dejasen de estar ‘compinchados’ con las bandas criminales que operan en Ciudad del Cabo. Con que los detuviesen cuando denuncian un asalto. Con que garantizasen que los víveres que cada mes envía a Zimbabwe cruzan la frontera sin ser requisados.

Por el momento, el partido de la xenofobia va empatado. Hay jornadas y estudios universitarios para analizar el fenómeno, incluso una exposición permanente en el Johannesburg Holocaust & Genocide Centre sobre los efectos mortales del discurso racista, pero en las barriadas sigue circulando el mismo mensaje de WhatsApp:

*A todos los extranjeros en Sudáfrica *

Os damos un mes para que empaquetéis vuestras cosas y salgáis de Sudáfrica, tengáis o no tengáis permiso de trabajo. Solo esperad a que votemos el 8 de mayo, luego el lunes 13 cerraremos las carreteras y pararemos a todos los taxis. Todos los ciudadanos extranjeros serán tratados en consecuencia. Lo que sucedió en KwaZulu-Natal es solo un anticipo de lo que vamos a hacer. Detendremos todos los automóviles, taxis, autobuses, trenes, iremos a vuestros puestos de trabajo, a donde os reunís. Os buscaremos a todos. Cualquier persona que no tenga una identificación sudafricana será tratada sin piedad (…) No digáis que no os avisamos.

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