Opinión
Abascal en francés
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Probablemente, el idioma francés no vuelva a ser el mismo después de la exhibición poética de Santiago Abascal el otro día. Los españoles nos reíamos a carcajadas, sí, pero porque somos unos paletos. Sin embargo, nada más oír rezongar a Abascal, muchos franceses fachas se dieron cuenta de que llevan pronunciando mal toda la vida, comiéndose vocales, suavizando consonantes y metiendo de cualquier modo esos acentos a la virulé que estropean la cadencia de las frases y así no hay quien se entere de nada. Los aplausos con que premiaron los melodiosos rebuznos del Ruiseñor de Amurrio (Le Rossignol Amurrié, como ya se lo conoce en los cafés parisinos) demuestran que, al contrario de lo que piensa el personal, a la ultraderecha no se le escapa una.
La cara de Marine Le Pen era, como se dice vulgarmente, un poema. Surrealista, verso libre, posmodernismo, pero un poema. Un poème, oh la lá. En su rostro convivían la admiración, el pasmo, el estupor, la envidia pura y el chovinismo hecho mierda: un revoltijo de emociones mezcladas que certifican el advenimiento de un orador incomparable. No había con qué compararlo, eso es un hecho. Hitler, a su lado, parecía Antonio Lobato; Mussolini, un vendedor de coches; Francisco Franco, una persona normal. Ahí estaba un compañero de falange —del otro lado de los Pirineos, de la Espagne barriobajera y en retard— enseñándoles francés en sus propias narices, chamullando un artefacto lingüístico que anuncia un nuevo giro copernicano a la lengua de Ronsard. Primero vino Villon, luego Baudelaire, Rimbaud, Apollinaire, el inspector Clouseau y ahora Abascal.
Es cierto que hubo tiquismiquis que criticaron la exquisita dicción del rapero bilbaíno, comparando su novedoso acento con el de los vagabundos gitanos, los pieds-noirds argelinos y los clochards borrachos. También dijeron que los gitanos, los argelinos y los borrachos salían ganando. Es lo que ocurre siempre que surge una revolución estética, que los academicistas se niegan en redondo a aceptarlo y reaccionan demasiado tarde. Más aún si la lidera un tipo que viste ropa tres tallas más estrecha y sale de puntillas en las fotos. Para eso se asomaba Abascal a un balcón, para avizorar el futuro, aunque entonces nadie podía sospechar que el futuro llevara un casco de los Tercios. Le Pen no podía creérselo, sobre todo cuando, al pronunciar su apellido, Abascal anunció a la vez un bolígrafo y una película porno.
Dicen que el euskera es uno de los poquísimos idiomas no indoeuropeos que quedan en Europa, pero lo que farfulló Abascal el otro día sonaba más bien a un europeo haciendo el indio. A lo mejor hasta hablaba euskera en lugar de francés, un enigma que les tocará descifrar a los filólogos más arriesgados, en cuanto acaben con el rompecabezas del Finnegans Wake. No cabe duda, sin embargo, de que expresó su deseo de que Marine Le Pen sea la próxima presidenta de Francia, una mujer que odia a muerte a los agricultores, camioneros y productos españoles, y, por extensión, a todo lo español. Una vez más, Abascal ha demostrado lo patriota que es, aunque, al igual que con la lengua, es difícil saber de qué patria estará hablando.
En cualquier caso, después de Abascal, el francés no volverá a ser lo mismo. El idioma tampoco. Esta última cumbre en honor de Le Pen no era más que un ensayo para elucidar por qué la ultraderecha europea sigue siendo tan aburrida, tan plasta, tan previsible, y no termina de evolucionar hacia exitosos y grotescos modelos del estilo de Trump o Milei, que se peinan a portazos, desbarran como payasos de circo y se lo llevan crudo en las urnas. A lo mejor la respuesta se llama Abascal, mon ami. Vive la France!
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.