Opinión
El apagón, en tres tiempos

Por Irene Calvé Saborit
Experta en sistemas eléctricos, generación
distribuida y acceso a la electricidad.
Aún no sabemos la causa que inicio la reacción en cascada que llevo al apagón en España y Portugal, sin embargo, el meticuloso análisis colectivo que se está llevando a cabo por parte de personas expertas en el sector eléctrico está evidenciando las vulnerabilidades existentes en nuestras redes eléctricas y la consecuente necesidad de inversión. Sin embargo, poco se está diciendo sobre un tema crucial: ¿quién va a pagar esas inversiones?; ¿qué impacto van a tener estos costes sobre el precio de la electricidad?
Lo que ha pasado
La necesidad de inversión para aumentar la robustez de la red eléctrica no es una novedad, los avisos por parte de colectivos y personas han sido repetidos. El apagón en la Península Ibérica no ha sido más que un ejemplo práctico y mayúsculo. De momento, podemos afirmar que hubo un evento X que desestabilizó bruscamente la frecuencia y no hubo suficientes máquinas conectadas que proporcionaran inercia rápida.
Imaginemos el sistema eléctrico como una gran bicicleta que debemos pedalear a ritmo constante (50 Hz), de lo contrario, podemos caernos. La inercia actúa como el peso de sus ruedas: cuando aparecen baches (cambios bruscos en la generación o demanda), las turbinas de las centrales tradicionales (carbón, gas, nuclear, hidroeléctrica) siguen girando por su propia inercia, amortiguando el golpe. Las energías eólica y solar funcionan como ruedas ultraligeras sin masa giratoria que estabilice. Es como si en nuestro pelotón de ciclistas, poco a poco fuéramos reemplazando las bicis pesadas por otras muy ligeras. Al principio no se nota, pero si hay demasiadas bicis ligeras y aparece un bache, el grupo entero perderá estabilidad y podría caerse. Se están buscando complementos a las renovables para compensar esta pérdida de inercia como usar grandes baterías que puedan actuar como aceleradores/frenos electrónicos para el sistema u otras tecnologías que puedan imitar artificialmente la inercia.
Dada la cantidad de eólica y solar instalada en el sistema eléctrico de la Península Ibérica y la falta de interconexiones, resulta necesaria la inversión en estos complementos para evitar la posibilidad de que vuelva a ocurrir un apagón. Y eso no va a ser gratis. Otra necesidad de inversión a la cual le hemos prestado muy poca atención es aquella relacionada con el envejecimiento de las redes eléctricas. Muchas de ellas fueron construidas hace más de 50 años y requieren urgentemente de inversión en, por ejemplo, cambio de protecciones en las subestaciones.
La combinación de una red envejecida, bajo nivel de interconexión con Europa y una alta penetración de renovables sin los complementos que permitan aportar inercia al sistema, es el peligroso cóctel que nos ha llevado a la situación que se vivió el pasado 28 de abril y que, de no acometerse inversiones, tanto en complementar las renovables existentes como en la mejora de la red, es probable que se repita.
Omito hacer mención aquí a la codicia de las empresas porque me parece una obviedad: una empresa privada tiene como objeto maximizar beneficios, esperar otra cosa sería absurdo. Si no nos parece correcto deberíamos regular para que no ocurra.
Lo que podría pasar
Un sistema eléctrico nunca fue barato y menos uno descarbonizado; si no que se lo comenten a los 600 millones de personas sin acceso a la electricidad en el continente africano. Centrémonos ahora en lo que deberíamos hacer.
Debemos plantear en primer lugar qué queremos. Esto no va de si queremos solar o nuclear, sino sobre si consideramos el acceso a la electricidad como un eje fundamental de nuestra sociedad y si creemos que, por lo tanto, debe ser accesible a toda la población. ¿Qué probabilidad de apagón podría ser aceptable? ¿Queremos seguir centrando los esfuerzos de reducción de emisiones en el sector eléctrico únicamente o empezar a tomarnos seriamente el transporte sabiendo que consume el 80% de los productos petrolíferos en nuestro país? Esto sería lo que podemos denominar planificación democrática, llámelo usted asamblea ciudadana, llámelo usted soviet, pero es la gente decidiendo su futuro de manera consciente.
Pero claro, no puede tratarse de una farsa: lo que se decida debe aplicarse. Para ello necesitamos una herramienta al servicio de las personas que ejecute y acate dichas decisiones. Por ejemplo, si consideramos que los apagones no son aceptables, entonces deberemos invertir en los mencionados complementos. Para eso debemos tener la capacidad de invertir y pedirle al sector privado que lo haga, por mucho que roguemos, no va a ocurrir a menos que esta inversión de la rentabilidad esperada; esto implica darles dinero público (el que debería ir para educación o sanidad) en forma de subvención como se viene haciendo hasta ahora.
Una herramienta más adecuada sería sin duda una empresa al servicio de las personas. Nótese aquí que las palabras empresa pública no han sido empleadas y no es por casualidad ni fallo sino porque muchas empresas públicas no se encuentran supeditadas a las necesidades de las personas sino a la misma lógica de maximización de beneficios que las empresas privadas. Un minuto de silencio por las personas que tienen que lidiar con los trenes de la empresa pública Renfe en Extremadura.
Necesitamos pues contestar preguntas relevantes (planificación democrática) y herramientas para implementar las decisiones (empresa al servicio del pueblo). Nos falta un último elemento que no es baladí ¿Cómo lo pagamos? Digo “lo”, porque pensar que el sector privado va a pagar por ello me parecería cuanto menos poco creible, al menos en el sistema en el que vivimos.
Hoy en día la normativa en España, Portugal y el resto de la Unión Europea es bastante clara: las tarifas eléctricas (lo que pagamos por la luz) tienen que reflejar todos los costes del sistema eléctrico, incluyendo complementos y reforma integral de la red. Resultado: aumento de precios generalizado, personas excluidas del acceso a la electricidad y destrucción de la industria así como pequeñas y medianas empresas.
Bueno, pero ¿y porque tienen que incluirse esos costes en la tarifa eléctrica y no por ejemplo salir de partidas presupuestarias a través de impuestos en función de la renta y del capital? lo que viene siendo que lo paguen los ricos.
Algunas entidades supranacionales como pueden ser el Banco Mundial, el FMI o la Unión Europea consideran que es mejor que el sector privado interactúe directamente sobre la ciudadanía para recaudar sus costes (y sus beneficios), dando a entender que los gobiernos podrían poner en riesgo el negocio del sector privado dedicando a hacer cosas que consideran “inaceptables” como regular la tarifa de la electricidad para que todo el mundo tenga acceso. Otras consideramos que las personas que supuestamente representan al pueblo deberían tener capacidad de acción sobre un bien de primera necesidad.
En resumen: que la gente decida, que se asegure la implementación de tales decisiones y que lo paguen los ricos, no está nada mal. Total, ya nos vamos a gastar un ojo de la cara en “seguridad humana” y si seguridad humana no es no quedarnos sin luz y que la gente conectada a respiradores se muerta que venga dios y lo vea.
Lo que probablemente, muy a mi pesar, pase: el sálvese quien pueda
Bueno ahora ya volvamos a la cruda realidad, ¿vamos a planificar de manera democrática? No veo a grupos de gente organizada capaz de obligar al Estado a acatar lo consensuado así que digamos que no. ¿Vamos a tener una empresa que actúe para beneficio de la gente exclusivamente? Diría más de lo mismo. Y, por último, ¿vamos a conseguir que la UE y el resto de su panda regule poniendo algún tipo de freno a la avaricia del sector privado? Extrapolando el pasado no pinta muy bien; sino, que se lo comenten a los griegos que tal les fue allá por 2015.
Huele pues a que no, que no va a ocurrir. ¿Qué pasará entonces? Probablemente se tomará alguna medida con mucho bombo y platillo y poco calado real, como por ejemplo podría ser la nacionalización parcial o total de una empresa que ya estuviese fuertemente regulada y que seguiría actuando para maximizar sus beneficios, y patada para adelante hasta el siguiente apagón. ¿Y luego?
Pues bastantes personas en el mundo ya lo están viviendo en sus carnes, en concreto más de 600 millones de personas solo en el continente africano. Ahora mismo escribo estas líneas en papel y boli a las 5:45 de la mañana. Llevo desde las 5 esperando a que amanezca para tener luz y no tengo batería en el portátil desde hace dos días. El apagón me ha pillado en Madagascar, un país donde la mayoría de la población no tiene acceso a la electricidad, y la que supuestamente tiene, sufre cortes de luz cuasi diarios que pueden ser de hasta 10 horas.
Supongo que todo esto que les cuento puede sonar algo lejano, a país subdesarrollado. Pues déjenme entonces contarles algo que tal vez les resuene un poco más: en estos países “subdesarrollados”, el hogar que tiene dinero se pone un panel solar para cuando haya cortes de luz. El hogar que tiene aún más dinero se pone paneles solares y baterías para asegurar un suministro constante. Y la gente que llega a fin de mes justa o aquella que no llega, se come apagones constantes y aprende a vivir con ello. ¿Y nosotras? Pues más de lo mismo; aún no se había restablecido la corriente en la mitad del territorio ibérico que ya tenía el móvil lleno de publicidad tipo “¿Te quedaste sin luz, aunque tienes placas solares? Añade: batería o sistema de back-up”. Aquí el que no corre vuela y sino que se lo pregunten a las compañeras de barrios hartos que llevan años luchando contra los cortes de luz en los barrios obreros de Sevilla.
Creo que estos días en España la mayoría de la población ha sido consciente de lo esencial que es la electricidad no solo para iluminar o cargar el móvil, sino para tener acceso al agua, al transporte, a la cadena de frio, para poder producir bienes… Eso es lo que está en juego y, o empezamos a plantear un mundo distinto, o solo hay que mirar al sur para vislumbrar el futuro al que nos dirigimos. No nos hace falta un ciberataque, el individualismo ya nos está destruyendo. Solo nosotras, organizadas y remando en la misma dirección, podremos ponerle remedio.

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