Opinión
La cabeza de Pedro Sánchez y el laberinto

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
La alegría con la que una parte no pequeña del espectro mediático progresista ha salido a pedir la cabeza de Pedro Sánchez esta semana es la prueba de que algo está cambiando. La encuesta que esta misma semana publicaba 40Db para El País señala algo relacionado con esto. Que el PSOE baje en las encuestas después de lo sucedido con Santos Cerdán y Ábalos es lógico, no es tan automático que el PSOE empiece a tener fugas hacia el Partido Popular. Ese desplazamiento del sentido común a la derecha permite que a la par que sube Vox, recogiendo voto del PP, ese mismo PP no pierda. Es interesante también que el bloque a la izquierda del PSOE no modifique sustancialmente su voto. Sumar sube casi un punto y Podemos se queda en la misma posición.
Los casos de corrupción del PSOE actúan como una explosión ultrasónica con dos efectos. De Sánchez a su izquierda fragmenta el bloque progresista y de Sánchez a su derecha compacta y cohesiona el bloque reaccionario. La respuesta automática de estos espacios mediáticos progresistas es quitar a Sánchez de la ecuación.
La idea de que es un revulsivo por arriba ordenará la política parte de no entender especialmente bien qué significa la figura de Pedro Sánchez y "el sanchismo" en la sociedad española. O peor, entenderla en los mismos términos que lo ha ido entendiendo la derechas (el tipo que llega a acuerdos y cesiones intolerables para mantenerse en el poder). Desde ese punto de vista, la pregunta sobre Sánchez que hay que hacerle a quien defiende su dimisión es "para poner, ¿a quién?". Porque el límite de ese planteamiento es que la alternativa a Sánchez sería una figura política que recompusiera consensos acercándose al PP para construir acuerdos de Estado. Es decir, el viejo sueño de volver a un consenso bipartidista. O en el peor de los casos, una suerte de alternancia amable. Es deprimente como país a país vamos comprobando que sus élites mediáticas no entienden y no identifican la amenaza de la extrema derecha. O más bien, lo siento, saben que es una amenaza que no va a cambiar medio milímetro sus condiciones de vida.
La misma semana en la que se planteaban estas tesis de conciliación, el PP reordenaba su cúpula en la clave más trumpista posible, para alcanzar la longitud de onda comunicativa de Ayuso a escala nacional. El PP entiende mejor el momento político que nadie. Feijoó, como Sánchez en su momento, quiere encarnar un cambio de cara que permita a la derecha normalizar los pactos con Vox como alternativa al "sanchismo". Y vistos los números, le está saliendo bien.
La propuesta del PSOE realmente existente, ese que lidera Sánchez. Ese en el que Sánchez ya ha anunciado que será candidato en 2027 (motivo fundamental de que esas élites mediáticas hayan salido en tromba a pedir su dimisión). Ese PSOE ha optado, por el momento, por la estrategia de hacerse el muerto. Encerrarse en una sucesión de cambios internos y solo sacar la cabeza para golpear a Trump en la cumbre de la OTAN. Confía en tres cosas. La primera es que vivimos en una sociedad sin tiempo ni atención, que olvidará. La segunda es que es una sociedad asustada por el trumpismo que aguantará con lo que sea. Y la tercera es que su socio de Gobierno se mantendrá dentro de los límites de esta estrategia. Ninguna de las tres van a funcionar.
Vivir en una sociedad sin tiempo ni atención también significa que las legitimidades de ayer cambian a toda velocidad y que quizás esos votantes que se han ido al PP no se acuerden tampoco de volver. La segunda es que es posible que haya sectores del electorado progresista que no acepten la disyuntiva o corrupción o Vox como excusa para no tomar decisiones importantes. Más aún, si no se hace nada se corre el riesgo de que la pregunta de cualquier elección venidera sea la corrupción y no la extrema derecha. Eso es lo que pasa cuando vives en una sociedad con poca atención y poco tiempo.
Y por último, es bien posible que ni Sumar ni los socios del Gobierno quieran ligar su destino a una hipótesis fallida y cada vez más cuestionada.
La conclusión fundamental es que a la mitad de la legislatura hay una crisis de sentido descomunal en el espacio progresista. En esos momentos, lo más importante es recordar que lo que no hay que hacer es lo de siempre, lo esperable, lo que más o menos todo el mundo cree que va a pasar. Al contrario, es el momento de ser audaces y dejar de recordar que vale la pena estar en el Gobierno para producir que realmente valga.
Precisamente, el sentido político de Sánchez para la sociedad española progresista es la persona que rompe las situaciones laberínticas con jugadas de astucia y audacia. No sé si Sánchez sigue estando capacitado para ello, lo que si sé es que necesitamos astucia y audacia, porque el lento devenir de los acontecimientos va girando el sentido común del país a la derecha.
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