Opinión
El camión de Gaza

Por Marta Nebot
Periodista
Un día te despiertas y te ha atropellado el camión de la vida. Sí, sigues aquí pero tus referentes ya no son los imperantes y tu música, tu estilismo, tu lenguaje, tu todo ya no se llevan, ya no estás de moda. Tu tiempo pasó. Puedes intentar aprender cómo son los nuevos pero nunca serán los tuyos. Siempre los verás desde lejos.
Ese día, tras el golpe, en el mejor de los casos, te levantas del suelo, te sacudes la sorpresa y empiezas a asumir que te has hecho mayor aunque no entiendas cómo es posible. En los peores casos, en los días menos buenos, te peleas con el presente, piensas o, incluso, dices que ahora todo es peor. No haces el ejercicio de comprensión que te toca. "Ya no se puede decir nada", es un clásico de eso de ahora. No entender que las feministas bailen reguetón es otro ejemplo actual.
En mi caso hace ya unos años que me pasó por encima y siempre que lo cuento encuentro miradas cómplices y reconocimiento entre los que también han sido atropellados aunque no le hayan puesto nombre al suceso. A los que todavía les queda lejos, ni lo entienden ni quieren entenderlo.
Esta semana me he acordado de él porque pensé que también somos arrollados en otros terrenos. La vida atropella como atropella la caída de cualquier statu quo. La vida atropella como atropella la historia. Es probable que muchos no lo vean venir, que olviden lo evidente arrastrados por lo imperante, que hagan el avestruz consciente o inconscientemente, llevados por las corrientes que dirigen el mundo, arrastrados por las lógicas económicas cortoplacistas que luego la política paga con intereses. Es seguro que, cuando nos atropelle, como ya ocurrió en la Europa de los años 30, resultará previsible y nos preguntaremos cómo es posible que no lo viéramos venir, que no fuéramos conscientes de lo que estaba sucediendo, que no presionáramos más para imponer miradas más largas y realistas.
¿Qué pasará si el yihadismo vuelve a atacar a Occidente, justificado por nuestra falta de acción ante la masacre en Gaza? ¿Nos sorprenderá si vuelven a caer edificios o a volar trenes con nosotros dentro? ¿Será evidente entonces que haber puesto nuestros intereses comerciales –la Unión Europea sigue siendo el principal socio comercial de Israel– por delante de 50.000 vidas, del derecho internacional y de la decencia y ética más básicas, tiene un precio mucho más caro?
España ha liderado la presión verbal sobre el Gobierno genocida de Netanyahu. Nadie le ha dicho a la cara, como hizo Sánchez en visita oficial hace ya un año, delante de los medios, que "el número de palestinos muertos es realmente insoportable", que "la ayuda humanitaria debe entrar en la Franja de Gaza inmediatamente de manera escalada y regular", que "el riesgo de que más gente muera de hambre debe ser evitado inmediatamente", que "todos los civiles deben ser protegidos a toda costa", que "las operaciones militares deben distinguir obligatoriamente entre objetivos terroristas y población civil" y que "el mundo está conmocionado con las imágenes diarias que llegan de Gaza".
En mayo de 2024 España reconoció al Estado de Palestina, en mitad de este nuevo recrudecimiento del conflicto. Junto a Irlanda, en febrero del año pasado, ya había solicitado que se revisara el acuerdo comercial europeo con Israel que en su artículo 2 obliga al cumplimiento de los derechos humanos. Hoy son 17 países los que lo piden dentro de la Unión y por fin va a ser revisado aunque todavía no se sepa con qué resultado.
Las últimas cifras publicadas apuntan a que España sigue manteniendo intercambios comerciales con Israel por valor de 3.000 millones de euros. Y, a pesar de que esta semana el Congreso de los Diputados aprobó considerar un proyecto de ley para el embargo de armas de cualquier país que no cumpla con la legalidad internacional, Margarita Robles, la ministra de Defensa, ha declarado que hay tecnología militar israelí imprescindible.
Sin quitar valor a las valentías verbales, a los símbolos y a las declaraciones institucionales, no dejemos que Israel nos siga teniendo agarrados por la cartera o por las balas.
Si este era el statu quo, ha llegado el momento de planificar su cambio antes de que se nos caiga encima. Se trata de política con mayúsculas, además de derechos humanos. ¿A dónde nos lleva la deshumanización que implica que Europa siga demostrando no tener corazón ni palabra?
El asesinato a tiros, al grito de "Palestina libre", de dos trabajadores de la Embajada de Israel en Washington a las puertas del museo judío de la capital norteamericana, donde acababan de acudir a un acto para jóvenes judíos, gatilló este artículo. "Nadie piensa en el futuro", dijeron varios de los testigos acusando al asesino de ingenuo por creer que su acto cambiará algo, pero también a Netanyahu, a Trump, a Occidente y al mundo entero por estar provocando o permitiendo el exterminio de los gazatíes con derivadas incalculables.
La indiferencia y la falta de acción por el asedio de Gaza tendrá consecuencias caras y cada vez se hará más difícil hacernos los sorprendidos. O nos subimos a este camión -mejor tarde que nunca- para intentar frenarlo o nos atropellará sin piedad, como ya ocurrió tantas veces.
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