Opinión
'Ellas en la ciudad'

Por Octavio Salazar
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional
-Actualizado a
“No es solo cuestión de contar lo que nos han hecho, es dotarnos de una conciencia social, de propiciar una transformación formal, real y legal para que no vuelva a ocurrir. Es contarnos entre nosotras, y también contarles a ellos hasta que se den por aludidos.”
Aida Dos Santos, Hijas del hormigón
Una de las grandes revoluciones, todavía pendiente para muchos hombres, es que reconozcamos a las mujeres como prescriptoras o, lo que es lo mismo, como sujetos con autoridad y prestigio, maestras capaces de abrirnos ventanas y de ayudarnos a cuestionar el mundo sesgado en que fuimos socializados. Yo hace tiempo que, por fortuna del feminismo, tengo en mi vida a muchas mujeres que me nutren con sus propuestas y sus recomendaciones. Las escucho y las leo porque siempre me hacen descubrir horizontes de posibilidades. De su mano suelo ir al cine y a las librerías, a exposiciones y eventos en los que, además, ellas son la mayoría del público. Fueron justamente dos de esas mujeres amigas las que en estos días me hicieron llegar una recomendación cinematográfica que, cumplida la tarea, entendí lo mucho que tiene que ver con lo que sé late en sus cabezas de creadoras y ciudadanas. La escritora Rosario Izquierdo y la directora de cine Laura Hojman, una a través de sus redes sociales y la otra en conversación con comida italiana de por medio, me transmitieron maravillas del documental Ellas en la ciudad, estrenado hace apenas una semana en Movistar+ y que, como ambas me prometieron, es una mezcla prodigiosa de lucidez feminista y de compromiso emocionado. Uno de esos productos audiovisuales que dejan al desnudo los sesgos machistas y violentos del mundo que habitamos, pero que también, en una suerte de epifanía, reconoce el poderío de las mujeres y da altavoz a sus voces tanto tiempo silenciadas.
El documental dirigido por la arquitecta Reyes Gallegos nos da un paseo por las periferias de Sevilla para mostrarnos dos cuestiones íntimamente entrelazadas: cómo los espacios urbanos han sido diseñados de espaldas a las necesidades y realidades de las mujeres, así como estas fueron en muchos de esos espacios de las afueras un motor de cambio social y de vindicación. Con una claridad pedagógica y con la ayuda impagable de los cuerpos y los testimonios de unas mujeres que nunca estuvieron en los manuales de la historia reciente de nuestro país, Ellas en la ciudad nos evidencia cómo también en el urbanismo y en la arquitectura necesitamos una perspectiva de género que desvele los sesgos androcéntricos que hicieron —y hacen— de las ciudades una expresión más del dominio masculino y de la correlativa servidumbre femenina. Es decir, la plasmación en el reparto y organización de los espacios de un contrato sexual que siempre implicó jerarquías y asimetrías para una ciudadanía que era como un traje hecho a medida de los diligentes padres de familia. De la misma manera que el sistema ha invisibilizado los trabajos realizados por las mujeres, o las esclavitudes generadas por una organización de los tiempos a favor nuestra (también por y en nombre del amor, recordemos), nuestras ciudades no han tenido presentes sus necesidades de movimiento y las dificultades que muy especialmente en generaciones anteriores tuvieron que soportar ante un urbanismo diseñado sin ellas. No es casualidad, por tanto, sino fruto de unas relaciones de poder, que hoy en día tengamos unas ciudades tan poco amables, tan insostenibles y en las que tan difícil resulta amparar lo común. Justo porque todas esas dimensiones éticas, feminizadas y devaluadas, no estuvieron habitualmente presentes en los despachos de los arquitectos y de las constructoras. Tan cegados ellos y tan serviles ellas a la omnipotente verticalidad masculina. Esa a su vez ratificada por administraciones encorbatadas y democráticamente incompletas.
Todo ese relato, que es político y es personal, y que está hecho a su vez de cientos de relatos, está en la película que Charo y Laura me recomendaron. Unos relatos que son, claro, de sexismo, pero también de clasismo y de violencia, por más que, pese a todo, sintamos latir la vida que a las mujeres protagonistas en la pantalla les sale a borbotones por entre los hilvanes de sus vestidos. Lo más emocionante de Ellas en la ciudad es que no solo está hecho con perspectiva de género, sino también feminista. Es decir, lo que como espectador más me remueve es conocer los procesos de emancipación de unas mujeres condenadas de entrada a no tener nombre ni apellidos, unos procesos que vivieron en paralelo a su potencia como sujetos políticos que reivindicaban colegios y jardines para sus barrios, que hacían lo que podían para que la heroína no ocupara los bancos de las plazas, o que incluso se atrevían a cortar carreteras para desafiar a los poderes que las ninguneaban. Un radical ejemplo de ciudadanía que resulta tan esperanzador en estos tiempos de egos aislados y narcisistas.
Confieso que terminé de ver el documental con un nudo en la garganta tras contagiarme de la energía y la alegría transformadoras de unas mujeres que aprendieron a leer y a escribir, que perdieron el miedo a usar la calle como un espacio propio y que, sin embargo, todavía hoy, carecen del merecido reconocimiento. Ellas en la ciudad es no solo un homenaje sino también una apuesta por desmontar esa racionalidad tan masculina y burguesa que nunca tuvo presente la sostenibilidad de la vida, los cuidados o la alegría. Y que ni siquiera imaginó, como bien explica Carolina Meloni en su último libro, la potencia de pensar con los pies. Esa raíz que durante siglos ha atado a las mujeres a la tierra. Los pies como expresión de movimiento y de libertad.
Bendita autonomía que necesita, también, espacios en los que florecer y no sentirse acorralada. Un mundo zurdo en el que, al fin, no sea una excepción encontrar una plaza con el nombre de Mina.
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