Opinión
La doble Europa

Por Antonio Antón
Sociólogo y politólogo
Europa está en crisis respecto de su estatus interno y externo y su orientación estratégica y de valores. Europa, incluidos el Reino Unido, Rusia o Turquía, no tiene una identidad homogénea, es diversa y plural. La Unión Europea tampoco ha logrado construir todavía un demos, un pueblo, base de la democracia europea y la unidad política, además de la coordinación —sobre todo económica— de las soberanías nacionales. Estamos en una encrucijada histórica en la que se está redefiniendo el proyecto europeo con la pugna entre corrientes políticas, tendencias sociales y países por su control institucional, su dinámica político-económica, su papel en el mundo y su perfil identificador.
Europa ha tenido una doble trayectoria histórica, entre la democracia, sustantiva y participativa, frente al autoritarismo político e institucional y las desventajas de poder real. La construcción europea ha tenido un carácter contradictorio, positivo y negativo, en los tres planos: su articulación institucional interna; su política socioeconómica, y su papel internacional y de defensa.
En las elecciones al Parlamento Europeo de hace un año, las derechas y ultraderechas sumaron dos tercios de escaños, y el centro izquierda socialdemócrata, los verdes y la izquierda un tercio. Se ha producido un paso cualitativo en la derechización institucional. El acceso ultra a posiciones de poder en media docena de Gobiernos, con pactos con la derecha tradicional, y el condicionamiento de políticas públicas: antiinmigración, contra la agenda verde, ultraliberalismo regresivo, reducción de libertades y derechos, control de aparatos de Estado, militarización, antifeminismo, neocolonialismo, complicidad con Israel en el genocidio palestino...
Ante esas circunstancias y las dificultades de legitimación ciudadana se produce una respuesta de grupos de poder (institucionales, mediáticos, económicos) para mantener y reforzar sus grandes ventajas, así como una reacción ultra y de poderes fácticos, con mayor segregación social (racismo/inmigración, machismo, nacionalismo). Se amplía la ofensiva mediática y cultural manipuladora y un populismo divisivo con instrumentalización de las ventajas comparativas entre sectores sociales.
Igualmente, hay un vaciamiento de la democracia liberal, el autoritarismo iliberal, con la desafección popular hacia las instituciones y la intermediación de partidos y medios de comunicación, acompañada de una polarización discursiva y cierta pasividad y desconfianza cívicas. El problema añadido es la debilidad de las izquierdas y los movimientos sociales alternativos, que disminuyen su credibilidad transformadora.
Todo ello, en el contexto del desafío del Sur Global, liderado por China, y la reacción neocolonial e imperialista de rearme europeo, junto con el estadounidense y en el marco de la OTAN.
La subordinación estratégica europea
Trump representa un imperialismo iliberal, expansivo, regresivo, nacionalista y autoritario. Sus prioridades geoestratégicas (y las de las élites estadounidenses) son recomponer su hegemonía mundial, debilitada por la multilateralidad derivada del ascenso chino y los BRICs. No obstante, está necesitado de una Europa más subordinada y colaboradora con esos planes de militarización occidental, para garantizar su primacía en su orden mundial jerarquizado, sin multilateralidad.
La carrera armamentística, del 2% al 3,5% del PIB, a aprobar en la próxima cumbre de la OTAN en junio —con un 1,5% adicional para ‘seguridad’ que complemente el 5% exigido por Trump— se va a implementar en siete años, hasta 2032.
El plan de rearme europeo obedece a este objetivo estratégico conjunto con EEUU de participar en el dominio mundial, y no supone más autonomía estratégica, discurso utilizado como simple pretexto para intentar justificarlo ante la ciudadanía europea.
Por supuesto, la legítima defensa ante un peligro externo es razonable y necesaria. Se trata de tener una disuasión suficiente ante una agresión previsible. No obstante, no existe el llamado ‘peligro ruso’ de agresión a Europa o la OTAN, fuera de su inmediata zona de influencia y seguridad. Y, especialmente, no se percibe el riesgo inminente y generalizado de una agresión militar en el centro y sur de Europa, especialmente en España. No tiene sentido el miedo a una guerra que quieren introducir las élites europeas. Es una especulación que algunos expertos y dirigentes otanistas sitúan para dentro de una década, y tiene la función de doblegar la oposición social al rearme.
Además, los países europeos ya cuentan con un gasto militar cuatro veces el de Rusia, que tiene una economía similar a la de Italia. El rearme europeo no está justificado, refuerza el autoritarismo y el belicismo, recorta el gasto público social y favorece la tensión internacional. Tampoco facilita la unidad política europea, con la preponderancia de los principales Estados (Alemania, Francia y Reino Unido) y mayor subordinación a EEUU y su complejo militar-industrial.
La subordinación estratégica europea
En ese marco de avance derechista, con el refuerzo de una trayectoria dominante reaccionaria, regresiva y autoritaria, se pretende afianzar un proceso de credibilidad de los grupos de poder europeos, de ahí la manipulación de los medios de comunicación e instituciones culturales.
Existe una profunda crisis de legitimidad de las élites dominantes, acentuada por la política de austeridad y su autoritarismo ante la crisis socioeconómica de 2008/2013, con una amplia protesta social progresista y la reactivación de las izquierdas. Tras el desgaste popular sufrido, cierta flexibilidad expansionista con la COVID y los desafíos mundiales (demográficos, geoestratégicos, ecológicos, tecnológicos…), las élites europeas vuelven a intentar una reorientación estratégica, con un nuevo supremacismo oligárquico, interno y externo.
Es también el sentido de la reacción ultra para condicionar y pactar con la derecha tradicional, con recomposición política de las élites dominantes, cambios institucionales derechistas, sin cordón sanitario, y sus prioridades políticas: segregación, antinmigración, antifeminismo, negacionismo climático, ultraliberalismo antisocial, reequilibrio político-social derechista.
Por tanto, desde una óptica democrática o de izquierdas, es coherente la oposición a ese proyecto europeo reaccionario y a los valores sobre los que se pretende legitimar: autoridad y orden postdemocráticos, dominación y división social, individualismo competitivo con regresión de la igualdad real y las libertades y derechos… Tienen el poder y la capacidad para su imposición, pero no la confianza de la mayoría de la ciudadanía, que conserva otros valores democráticos e igualitarios. La dificultad es su articulación cívica democratizadora.
En ese sentido, es insuficiente el simple llamamiento a fórmulas abstractas o retóricas de los supuestos valores tradicionales europeos, sin confrontar con las actuales dinámicas reales de derechización y, en particular, con la estrategia imperial y regresiva del rearme. La defensa de la actual estrategia de la Comisión Europea pretende la legitimación de un plan regresivo, militarista y autoritario de las derechas, clarísimo en su complicidad con el Gobierno israelí de genocidio y limpieza étnica palestina. No tiene credibilidad ciudadana ni capacidad movilizadora. No consigue entusiasmo por su falsedad respecto de su (supuesta) finalidad: el bien común o los derechos humanos.
Por tanto, se generaliza la desconfianza o la desafección popular hacia las élites y las instituciones formales, incluidos partidos políticos gobernantes y grandes medios de comunicación, que amparan esta involución democrática y social.
Ante esa doble tradición europea, reaccionaria/autoritaria y democrática/solidaria, se trata de la readecuación de la mejor trayectoria europea, por la libertad, la igualdad y lo común. Tiene una profunda experiencia popular y un amplio arraigo cívico: antifascismo, democracia y Estado de derecho, modelo social avanzado, solidaridad europea e internacional, derechos humanos, sociales, políticos, feministas, medioambientales...
La conclusión es apostar por una Europa con trayectoria democrática, pacífica y social; con refuerzo de las izquierdas, la participación cívica, la solidaridad interna y la colaboración internacional. Hacia un demos solidario, democrático e igualitario. Para ejecutarlo es necesaria una auténtica autonomía estratégica, respecto de EEUU, en una realidad multipolar que exige respeto y negociación, no neocolonial dentro y fuera de la UE, y con seguridad europea, sin rearme ni políticas neoliberales. Es decir, otra Europa democrática, igualitaria y solidaria.

Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.