Opinión
Falta de luces
Por David Torres
Escritor
Para ponerse de verdad en la piel de alguien, no hay como vestirse la piel de ese alguien, aunque solo sea unas horas; prescindir del mullido colchón tecnológico en el que descansamos a diario y visitar el tercer mundo a calzón quitado. El lunes, gracias a nuestro rutilante sistema de suministro energético, la Península Ibérica al completo se transformó en una sucursal de la Cañada Real el día en que les quitan los enchufes de los postes de la luz. Una versión bastante descafeinada donde el principal problema era cómo hervir un huevo con ayuda de una navaja suiza. Imagino que desde la Cañada Real debían de mirar al resto de los españoles como una tribu masái a unos turistas a quienes se les ha estropeado el Jeep y andan perdidos por la Sabana, sin ventilador, ni aire acondicionado, ni hoteles de cinco estrellas.
Cuando bajé a la calle a comprar unos tomates a ojo, aprovechando que llevaba un par de euros en el bolsillo, vi riadas de gente que caminaban entre divertidos y perplejos, bromeando con la situación, pero se notaba que estaban solo a dos chistes de entrar en pánico. El pánico es muy contagioso y se mueve a su gusto entre las muchedumbres. Entre las maletas y los carritos de la compra, parecía que estuvieran ensayando para una epidemia zombi o una operación de desalojo del ejército israelí en Gaza.
En medio de ese parque temático de la Cañada Real —extendido de Cádiz al Bidasoa y de Ferrol a Cabo de Gata—, echaba de menos la tranquilidad con que una vecina de 83 años aguantó tres cuartos de hora atrapada en la ratonera de un ascensor hasta que la oí al bajar las escaleras : “¿Hay alguien ahí?”. Y otro vecino y yo la rescatamos. En realidad, la rescató mi vecino, que tenía una llave para abrir la puerta y sabía cómo bloquear el aparato. Únicamente le ayudé a sacarla, porque yo solo, como mucho, le podía haber escrito un poema.
Lo del poema viene a cuento porque sin electricidad, sin luz, sin acceso al ordenador, ni a la tele, la literatura era una de las mejores opciones para distraerse, aunque lo malo de la literatura es que la buena, además te distraerte, te concentra y te hace pensar en ti mismo. Pasé unas cuantas horas embebido en la lectura de una novela de Tibor Fischer, otra de Vargas Llosa y unos pocos Cantos de Ezra Pound, esos poemas que, al contrario de los que triunfan ahora, uno no sabe muy bien de lo que están hablando, pero sabe que le hablan directamente a uno, aunque sea desde otro siglo y otro idioma. Por desgracia, la inmensa mayoría de la gente desconoce el funcionamiento de los libros y se aferraba a los móviles que se les iban apagando en las manos a falta de alimentación, como si fuesen tamagotchis.
Entre la reaparición de la radio y el súbito apogeo de la literatura, toda España regresó de repente a los años setenta, mientras algunos niños redescubrían las virtudes del balón, la comba, el escondite y otros juegos arcaicos que todavía se practican en la Cañada Real. Estábamos a punto de inventar otra vez el fuego cuando la luz volvió, a eso de las nueve de la noche, y unos cuantos iluminados empezaron a explicarnos las posibles causas del apagón. Entre ellos, ninguno más acreditado que Iker Jiménez, que reunió a un equipo de expertos para comentar la catástrofe, aunque ninguno más experto en apagones que el propio Iker, que lleva falto de luces desde la adolescencia. Ayuso salió por televisión para reclamar al gobierno que activara el Plan de Emergencias 3 y pidiera ayuda al Ejército para restaurar el orden: en sintonía con su mensaje, iba disfrazada con un uniforme de camuflaje y respaldada por una vaca.
No es que Sánchez en mitad del apagón fuese precisamente Pericles en Atenas, pero basta imaginarse lo que hubiese sido el 28 de abril en manos de Mazón en El Ventorro o de Ayuso y sus protocolos sanitarios para darse cuenta de que ahora mismo podríamos estar alumbrándonos a base de velas. Entre las explicaciones que se barajan, aún no se descarta la hipótesis de un ciberataque por parte de Rusia o de Israel, aunque parece que Putin y Netanyahu andan muy ocupados con sus respectivas masacres como para perder el tiempo en planificar un apocalipsis, que bien podemos haber planificado nosotros solos. Nunca hay que subestimar la incompetencia a la hora de evaluar un desastre, sobre todo cuando hace décadas que dejamos el sector energético en manos privadas. Mucho me temo que, en cuanto a responsabilidad, vamos a seguir a oscuras. Con 11.000 millones de beneficios el año pasado, seguro que Iberdrola está planeando otra subida de la luz para que España entera vuelva a la Cañada Real, más cañada y más real que nunca.
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