Opinión
Fascismo y Migración

Directora de la Fundación PorCausa
-Actualizado a
En 1995, Umberto Eco definió el "fascismo eterno", también conocido como "Ur-Fascismo", en una conferencia que dió en la Universidad de Columbia. Eco describe el Ur-Fascismo como culto a la tradición, rechazo a la modernidad y a la razón, y uso de frustraciones sociales para alimentar el nacionalismo, la xenofobia y teorías conspirativas. Este se sostiene en la victimización, la épica heroica y los liderazgos autoritarios, negando la democracia liberal y exaltando un pueblo homogéneo interpretado por el líder. Este movimiento lo podemos reconocer en muchas de las nuevas fuerzas emergentes que aspiran al gobierno de nuestro mundo occidental.
Tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, sus postulados no se esfumaron sino que quedaron latentes. Durante más de tres décadas permanecieron a baja intensidad. En los años 70, la Nueva Izquierda, nacida del ciclo de protestas del 68, marcaba distancia tanto con la sociedad de consumo como con el autoritarismo del llamado "socialismo real". Feministas, antirracistas o colectivos por la diversidad sexual abrían un nuevo horizonte político.
En paralelo, la derecha radical se apropiaba de las formas de la izquierda para reforzar su propio discurso. Así surgió en Francia la Nouvelle Droite, que buscaba desprenderse de la simbología nazi-fascista, pero no de su esencia ideológica. Sus intelectuales de referencia, como Alain de Benoist o Guillaume Faye, retomaron a pensadores como Spengler o Evola y recuperaron la huella de René Guenon, con su rechazo frontal a la razón y su apuesta por el esoterismo y el misticismo como vías de conocimiento.
Como se explica en el excelente informe La Franquicia Antimigración, publicado por la Fundación porCausa en el 2019, ese movimiento no fue un simple ejercicio académico: fue un intento deliberado de maquillar el irracionalismo, la xenofobia y el autoritarismo para hacerlos aceptables en las democracias liberales.
En este contexto, la migración se convierte en un recurso político de enorme eficacia para los proyectos autoritarios porque permite construir un enemigo doble: externo e interno. Como fenómeno global, el movimiento de personas se presenta como parte de una conspiración internacional que amenaza la soberanía; como experiencia cotidiana, se materializa en los barrios y centros de trabajo, generando la sensación de invasión cercana. Este mecanismo fabrica miedo e inseguridad, facilita la victimización nacional y legitima políticas excluyentes. La migración deja de ser un hecho social complejo para transformarse en un arma retórica que refuerza el nacionalismo, erosiona la diversidad y consolida liderazgos autoritarios.
Ninguno de los parámetros sobre los que los nuevos líderes del Ur-Fascismo construyen su discurso antimigratorio parten de evidencias racionales. La migración es un fenómeno natural, inherente al ser humano y, por lo tanto, irrefrenable: no se puede parar. Es un fenómeno que atiende a pulsiones principalmente económicas y de bienestar social. Es una herramienta innata que posee la raza humana para equilibrar su espacio y su crecimiento con el fin de cohabitar del mejor modo posible. El ser humano está diseñado física y antropológicamente para vivir en armonía con el fin de conseguir el bienestar comunitario, y no para matar y destruir, como parece estar mayoritariamente aceptado. Además, todos los estudios señalan que el saldo económico de la migración es incuestionablemente positivo. Finalmente todas las formas de progreso, incluidos los avances tecnológicos promovidos desde Silicon Valley, están ligadas a la migración.
Gran parte de los millones de personas migrantes y racializadas que votaron a Trump en las pasadas elecciones de 2024 nunca pensaron que el presidente iba a cumplir sus planes antimigratorios. Curiosamente, la mayor parte de la opinión pública no otorgó la suficiente importancia al intento de golpe de Estado que el ahora presidente orquestó en el año 2021, tras perder las elecciones contra Joe Biden. Así lo muestran los datos de The Economist en su informe semanal sobre la aprobación presidencial, Tracking the presidency. En ese tracking o seguimiento, tras ocho meses de mandato, se ve como "civil rights", es decir, el respeto de los derechos civiles, se posiciona como uno de los asuntos más importantes del país, en su nivel más alto desde el 2017 y en segunda posición solo por detrás de la economía. Es decir, muy poca gente pensó que Trump podría potencialmente acabar con la democracia estadounidense. Y viendo las diferentes posiciones que la inmigración ocupa en el ranking, mucha gente llegó a pensar que la migración sí era un gran problema. Ahora las tornas han cambiado y inmigración percibida como problema ha ido bajando, fluctuando desde un pico histórico previo a las elecciones a una cuarta y modesta posición, siete puntos por debajo de "civil rights". La gran duda que queda es si toda esa consciencia creciente de que Trump es Ur-Fascista servirá para evitar que finalmente los Estados Unidos se conviertan en una dictadura.
Esto nos lleva a una conclusión contundente: si queremos frenar el avance del fascismo actual tenemos que posicionarnos clara y contundentemente a favor de la migración y los migrantes. No puede existir un atisbo de duda. No caben los "sí, pero". Hay que defender el derecho inalienable de cualquier persona a migrar. Hay que defender a las personas migrantes, que además somos todas nosotras en un grado mayor o menor. Hay que separar la migración de debates demagógicos y simplistas y posicionarla en un plano discursivo superior. Y esto hay que hacerlo de forma activa, propositiva e ideológica, del mismo modo que el Ur-Fascimo construye xenofobia y racismo para crecer.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.