Opinión
El golpe de Casado

Por Pablo Batalla
Periodista
-Actualizado a
A lo largo de la historia, en guerra y con las armas o en democracia y con votos, ser de izquierdas va una y otra vez de derrotar el golpe de Franco, pero también el de Casado. Me refiero, claro, a Segismundo Casado, el general que, en 1939, lideró un putsch interno que aceleró el final de la resistencia republicana —que el presidente Negrín quería prolongar a toda costa, para que terminase enlazándose con la guerra europea que se atisbaba en el horizonte— y el triunfo final de los fascistas. Se pretendía negociar con ellos, pero Franco dijo que naranjas de la China. Los fascistas no negocian. Julián Besteiro, uno de los apoyos de Casado, dejaría escrito lo siguiente en una carta escrita desde el penal de Dueñas, antes de su traslado al de Carmona, en el que moriría como un perro en 1940: "Yo nunca creí que esta gente era tan bestia".
Hay un casadismo transhistórico en la izquierda, un hilo casadista. Es un derrotismo febril, una pulsión quintacolumnista, un ansia frenética de claudicación y martirio. Porque esa ansia existe. Tiene que ver con la honda raíz cristiana de lo que somos. Y cuando alguien ansía ser martirizado, traba una alianza natural con los que ansían martirizar. Eso que William Callison y Quinn Slobodiann han llamado diagonalismo —la convergencia de resentidos y paranoicos de derecha e izquierda que se da con cierta frecuencia en este tiempo de todos los demonios— puede ser desconcertante, pero encuentra ahí una de sus explicaciones. Su última iteración es el antisanchismo.
Aznar dijo "el que pueda hacer, que haga", y el que puede hacer está haciendo, en una vasta alianza tácita en la que convergen los antisanchistas lógicos con los cándidos, los homicidas con los suicidas. Hace Abascal y hace Iglesias, hace Felipe González y hace Feijóo, hace Savater y hace Cercas. Hace Federico Jiménez Losantos y hace Eduardo Madina. El antisanchismo tiene sabores agrestes y elegantes, sofisticados y rudos, toppings de derechas y de izquierdas. A veces toma forma de invectiva sanguinolenta de Queipo de Llano en Radio Sevilla, y a veces la catedrática galanura de los émulos de Besteiro, esos intelectuales habermasianos, hábiles para envolver sus resentimientos de hermosas y graves palabras éticas. A veces es un exabrupto anarquista. Pero en todas sus formas, desde todos sus afluentes, la desembocadura es la misma: un Gobierno de ultraderecha, un Gobierno Orbán, un Gobierno Trump, porque por grande que sea la vanidad de los felipistas, nadie en sus cabales puede suponer que un PSOE refelipizado fuera a obtener más de sesenta escaños en unas elecciones. El besteirismo es lo que pides por Aliexpress y el franquismo lo que te llega.
La última ocurrencia de esta gente que los besteiros del siglo XXI no creen que sea tan bestia es el "Alligator Alcatraz", un penal para inmigrantes hecho de barracones en medio de un humedal de Florida, azotado por los huracanes e infestado de cocodrilos en cuya diligencia devoratoria confían de manera explícita las autoridades trumpistas: "Si alguien se escapa, va a tener que enfrentarse a un montón de caimanes", dice el siniestro gobernador Ron DeSantis. Ante enemigos semejantes no se puede ser besteiros, sino siempre negrines. Resistencia feroz, resistencia a toda costa, resistir para vencer. Ábalos y Cerdán deben ir a la cárcel, y allá pagar con dureza sus deleznables delitos, pero la vida debe seguir, y con Jorge Buxadé en el Consejo de Ministros no seguirá la vida. Como dice Antonio Maestre en un artículo sobre Cercas, en el que le hace un traje al escritor extremeño, el no importarle a uno que gobiernen los ultras es un "privilegio de escritor blanco, rico y sin contacto con las minorías en riesgo". Dice también: "No se puede ser de izquierdas entregando de manera voluntaria los resortes del poder a quien los usará contra todos los colectivos vulnerables y que destruirán todas las medidas de justicia social por las que se vienen luchando en los últimos cuarenta años de democracia".
Hay que parar, en fin, el golpe de Casado.
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