Opinión
El huérfano de Campofrío

Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
-Actualizado a
Pónganse en su lugar: el jefe de Estado, el rey Felipe VI, tiene que pronunciar un discurso en Nochebuena para toda España apelando a los valores de la democracia, que en su caso hereditario, ya es hacer encaje de bolillos. Además, dentro de esos valores, el rey siempre incluye los derechos recogidos en la Constitución de 1978, entre los cuales, según dejó entrever con un golpe de corona el 3 de octubre de 2017, lo que más le importa es que se garantice la unidad de España, independientemente de lo que quieran/voten catalanes (entonces), vascos o gallegos, por ejemplo y si quieren. Democracia, sí, pero no se pasen.
Hablar del derecho a la vivienda, además, cuando platicas desde un palacio real, el Palacio Real; cuando, incluso, puedes elegir varios de ellos desde donde dar tu discurso navideño, dormir o poner la calefacción, tiene que incomodar, porque hay españoles que somos incapaces de hacer lo que nos dicen que hagamos con la Corona: mirarla como una institución y no como a un ser humano, el monarca, que goza de altos privilegios solo por haber ido a nacer en la cuna acertada. Con todo, Felipe VI se atreve y menciona (no más) “el acceso a la vivienda” como “obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes”, obviando lo bien que les va a sus hijas princesa e infanta por serlo; qué va a decir el hombre… perdón, la institución, ¿que nos hagamos reyes y reinas?
Cumplimos 50 años de la restauración de la incombustible monarquía borbónica, tuvimos una “Transición” responsable donde señores sin señoras decidieron cómo pasar del franquismo a la democracia viendo que la calle se les echaba encima y había que mantener las posiciones corrupto-empresariales y políticas (dinero y poder) de los gerifaltes del sanguinario dictador. Hoy lamenta Felipe VI que estemos en una época de “frágil convivencia” en la que vivimos por la falta de “confianza” en las instituciones. ¿Cómo es posible?
El rey lo tiene claro: o vamos todos juntos o disponemos de “objetivos” compartidos o esto se va al carallo. La amenaza de los “extremismos, los radicalismos y populismos” está entre nosotros, en España y fuera de ella, y “se nutren de esta falta de confianza, de la desinformación, de las desigualdades, del desencanto con el presente y de las dudas sobre cómo abordar el futuro”, advierte el jefe del Estado.
¿“Extremismos” como los que piden la intervención del mercado de la vivienda ante una emergencia contrastada o como los que piden que se bombardeen cayucos y se desaloje un instituto con 400 personas vulnerables en plenas navidades para mandarlos a vivir (un decir) a la calle? ¿Hablamos del alcalde de Badalona (ni una palabra en el real texto) o del Bildu que pactó con el Gobierno ampliar el escudo social anti desahucios?
De quien no habla Felipe VI esta Navidad es de su padre, y mira que ha dado por saco el emérito. Las biempensantes podemos intuir que el rey se refiere a Juan Carlos I cuando habla de la desconfianza ciudadana en las instituciones o del “ruido” de su libro de memorias desmemoriadas, pero lo cierto es que no menciona a su progenitor y jeje de Estado durante 40 años ni cuando repasa la Transición ni al felicitarse por el 50º aniversario de la democracia española; ni siquiera cuando habla del coste de la vida y eso que Juan Carlos vivió por encima de nuestras posibilidades…
Felipe VI, acá el Huérfano, ha hecho un discurso de Nochebuena tan medido en su presunta reivindicación, tan para no molestar a nadie, que acaba metiéndose en política sin querer (un decir) y al modo Campofrío, ese que critica la polarización de todos/as y como si desde todos los lados se exigiera lo mismo; como si el extremo de pedir a gritos y sin éxito el cumplimiento íntegro de los derechos humanos y del derecho internacional fuera lo mismo que sacar pecho a voces por conseguir expulsar de la miseria al abismo a centenares de sintecho. Y miren que al rey no le dicen eso de “Acójalos en su palacio, majestad”.
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