Opinión
Mazones al por mayor

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
En la investigación sobre dónde diablos estaba Mazón durante el mediodía y la tarde del 29 de octubre y sobre qué estaba haciendo realmente, hay diversos boquetes y agujeros negros sin explicación alguna, aunque Mazón mismo los va rellenando con la gracia de un albañil aficionado cascando paletadas de cemento. El cemento es el material que mejor casa con la jeta de Mazón, con su gélida serenidad y con su desparpajo a prueba de funerales. Ha ofrecido tantas versiones y tan contradictorias de su actuación estelar durante los peores momentos de la riada que la única explicación plausible es que aquella tarde estuviera viviendo en universos alternativos, a través de distintas líneas temporales que convergían hacia una catástrofe sin precedentes y en las que diferentes Mazones, sin conocerse unos a otros, iban tocando la bandurria y pasando del tema.
En el fabuloso Viaje Séptimo de los Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem, el astronauta Ijon Tichy narra la aventura que sufrió después de que un pequeño meteorito destroce el timón y su nave penetre en una zona de baches temporales. El problema es que la herramienta que necesita para arreglar los desperfectos tiene que ser manejada por dos individuos al mismo tiempo y Tichy viaja solo. A la mañana siguiente descubre que alguien, que le resulta vagamente familiar, lo está despertando a empujones: "Soy tú, pero el del jueves. Rápido, ponte el traje, sal conmigo y arreglemos la avería". Tichy -el del martes- discute con Tichy -el del jueves-, explicándole que, si le hubiera hecho caso el martes, entonces no estaría desdoblado el jueves, que no se trata más que de una pesadilla y que lo deje dormir en paz. Según la nave va entrando y saliendo de los baches temporales, aparecen más y más Tichys, docenas de ellos, y la gracia del cuento es que en ningún momento Tichy logra ponerse de acuerdo consigo mismo.
Sin el humor descacharrante de Lem, sin su imaginación portentosa, sin su sabiduría narrativa y además sin haberlo leído, a lo largo de un año Mazón ha ido improvisando un ramillete de excusas rocambolescas como si fuera otro Ijon Tichy atrapado en un laberinto temporal dentro y fuera de El Ventorro. Al final de su relato, Tichy niega el rumor que corre sobre su costumbre de beber más de la cuenta para aliviar la soledad de los viajes espaciales. Vamos, que cuando estuvo a punto de extraviarse para siempre con su nave estaba borracho perdido. Ignoramos también cuánto vino y cuántos chupitos ingirió Mazón durante la interminable sobremesa del lunes fatídico, pero el caso es que, de rueda de prensa en rueda de prensa, también se nos fue multiplicando en una auténtica churrería de Mazones: el de diciembre, el de enero, el de marzo, el de abril. Por desgracia, todos acaban por desembocar en la misma tragedia con 229 muertos, las mismas poblaciones arrasadas y su misma cara de cemento armado.
Sin embargo, más escalofriantes aún que la pachorra homicida de Mazón durante las horas decisivas son su irresponsabilidad criminal, su avalancha de mentiras y su irrefrenable tendencia a echar balones fuera. Durante la comparecencia en el Congreso de los Diputados, sin inmutarse ni cortarse un pelo, soltó tres o cuatro tolas más para que a sus abogados no les falte trabajo. Que no existe un protocolo del ES-Alert, que no hubo noticias de víctimas mortales hasta la madrugada, que había hablado con el alcalde de Utiel y que estuvo en todo momento en contacto con el CECOPI. En la última versión hasta el momento (se sacará otra de la manga en cuanto vuelvan a preguntarle), Mazón asegura que no escuchó las llamadas de teléfono que sonaron en su móvil entre las siete y las siete y media de la tarde porque lo llevaba en la mochila. "Llamadas perdidas" sería un buen título para la novela de misterio que lleva un año entero inventándose entre la rabia estupefacta de las víctimas, los abrazos de Feijóo y los aplausos de sus compañeros de partido. También dice que en la mochila siempre lleva un jersey y que ese día tenía frío porque ya había llegado el invierno a Valencia. He consultado el tiempo que hizo el 29 de octubre en la región y la mínima era de 13 grados, la temperatura a la que el cemento facial de Mazón se vuelve ya indestructible.
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