Opinión
Mujer al volante, machismo constante

Periodista
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Una buena amiga está de baja porque hace un par de meses tuvo un accidente de tráfico. En pleno centro de Madrid, un coche la embistió en un cruce sin señalizar. Ella tenía la preferencia de paso, iba por la derecha. Aun así, lo primero que le dijo el otro conductor al bajarse del coche y ver la magnitud de los daños que él solito había creado (su coche, un eléctrico de alquiler, siniestro total, el de ella, casi) es "no tienes ni puta idea de conducir". Fíjense si tiene idea de que la muchacha es maquinista de Renfe desde hace más de 10 años y jamás había tenido un accidente de tráfico. Fíjate si tiene idea, campeón, que ahora te toca a ti pagar una multa, todas las costas del accidente y la rehabilitación de ella, porque además de cruzar cuando no debías, diste positivo en alcohol. Mi amiga me contaba esta película indignada, reconociendo que en varios momentos el otro conductor —un mequetrefe más joven que ella que no dejó de increparle incluso cuando llegó la Policía— la había hecho dudar de su capacidad como conductora.
Los estereotipos de género en la conducción están tan arraigados que todavía perviven en el imaginario colectivo chistes rancios sobre las aptitudes de conducción de las mujeres que no solo no se ajustan a la realidad, sino que atentan contra todos los datos empíricos habidos y por haber. Las mujeres tenemos menos accidentes de tráfico y morimos menos en las carreteras (a pesar de que las consecuencias de los accidentes son más graves para nosotras debido al diseño de los vehículos). Además, cometemos menos infracciones al volante y tenemos menos retiradas de carné (solo un 10% del total), aunque eso no nos libre del máquina de turno que saca la cabeza fuera de la ventanilla cuando estás manipulando el ticket del parking para gritarte un "espabila, mujer". Un poco de ese espíritu maquinero debe de haber en el Ayuntamiento de León para que les haya parecido buena idea instalar unas plazas de aparcamiento para chicas, con espacios más grandes y una enorme silueta rosa pintada en el medio. Desconozco cuáles son los datos que avalan semejante medida y de dónde los habrá sacado la corporación municipal, porque, hasta donde yo sé, ni las mujeres aparcamos peor ni necesitamos hacerlo sobre rosa para sentirnos más seguras. Si quieren hacer algo por nuestra seguridad, pongan personal de vigilancia en aparcamientos disuasorios en lugar de marcar de antemano los lugares en los que habrá mujeres aparcadas porque —llámenme loca— esto sí puede ponérselo más fácil a agresores. Pero, sobre todo, promuevan campañas de seguridad vial para reducir la siniestralidad entre los hombres y la violencia simbólica y machista que ejercen en sus vehículos y en las carreteras. Una violencia que hemos padecido todas y que acojona mucho más que el ruido al rascar una llanta.
Los estereotipos de género asociados a la conducción son tantos y tan habituales que no hay más que fijarse en las estampas familiares que se repiten estos meses de vacaciones, cuando miles de conductores se lanzan a la carretera. Todavía hoy, en la mayor parte de los casos, el padre conduce y la madre copilota, mientras las criaturas observan el orden natural de las cosas. Unos años más tarde, a unos y a otras les tocará sacar el carné, pero la sentencia sobre su pericia al volante ya está hecha desde mucho antes de que les lleguen a los pedales. Quizá muchos de esos niños aprendan a conducir antes que sus hermanas porque alguien los pondrá al volante en algún descampado, quizá hayan jugado ya a decenas de videojuegos de conducción o hayan tenido su primera moto antes de los 18. Quizá, y esto es casi seguro, ya hayan escuchado a los máquinas y a los mequetrefes, también en sus familias, repetir chistes de anticuario sobre cómo conducen las mujeres y respiren aliviados al saber que todo el mundo da por hecho que ellos conducirán como Dios manda. Como un tío.
Siguiendo con los datos, las mujeres todavía se sacan el permiso de conducir en menor proporción que los hombres y ejercen también en menor medida como conductoras habituales. No es casualidad que todavía haya muchas más mujeres que sienten pánico a conducir o evitan hacerlo deliberadamente porque no se sienten competentes al volante. El miedo a conducir, conocido como amaxofobia, es una de las fobias más incapacitantes que existen porque condena, a quien la padece, a no poder hacerlo pese a tener carné y coche a su disposición. Condena a la dependencia hacia otras personas para desplazamientos cotidianos o hacia el transporte público, aunque no sea siempre, ni de lejos, la opción más cómoda ni más sensata para moverse. Pero, sobre todo, condena a la frustración constante, a la falta de autonomía y de independencia, y a la vergüenza por tener que dar explicaciones o inventar excusas para evitar ponerse al volante. Según los expertos, las causas de la amaxofobia son generalmente tres: experiencias traumáticas como accidentes de tráfico (casi siempre, sin ser la conductora), ansiedad generalizada y/o agorafobia e influencia de otras personas. Los datos dicen que son las conductoras las que más lo padecen, pero hablar del miedo a conducir sin aplicar la perspectiva de género es fijarse en el dedo en lugar de ver el sol. Porque la confianza y el arrojo de las mujeres al volante se construyen también con autoestima y referentes, y mis Barbies jamás tuvieron un coche teledirigido.
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