España celebra este fin de semana un entretenido aquelarre bipartidista. Por una parte, el partido más corrupto de Europa, el de los ministros por ternas a la trena, el PP, convocó su 21º Congreso. Como les da repelús hablar de ideología por razones obvias, han preparado un monográfico sobre corrupción. La de otros, of course.

Fue enternecedor escuchar los bramidos de José María Aznar contra la mala praxis política. El jefe de los ministros convictos y entrullados Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana y Jaume Matas (igual me olvido de alguno) se atrevió a afirmar que "si negocias presupuestos en una prisión, te asocias con presidiarios, y pactas amnistías con delincuentes, no te extrañe acabar en la cárcel, porque ese es tu ambiente". Palabra de dios. Lo dice el mayor de los hermanos Dalton.

En el otro lado del cuadrilátero, el PSOE, aspirante al corruptítulo, celebra su comité federal. Pedro Sánchez se está haciendo un rey Juan Carlos inverso: "Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir", va recitando loritamente a todo aquel que se digne a hacerle caso. Nuestro viejo rey se disculpaba por haber matado un elefante en Botsuana. Nuestro ya no tan joven líder socialista se apena de no haber matado esos tres elefantes que destrozaban la cacharrería impoluta de Ferraz. Monarquía y bipartidismo son un mismo paquidermo, te da por maldecir.

El arranque del congreso del PP fue digno de su líder. Al fin y al cabo, la kermesse popular tiene como único fin reafirmar el caudillato de Alberto Núñez Feijóo. Que no se hable de otra cosa. Hasta consiguieron acallar a la siempre estridente Isabel Díaz Ayuso, que amagaba con boicotear al jefe con primarias y cañitas.

Sin embargo, sucedió un fenómeno extraño. Mientras llegaban al plenario los 3.200 compromisarios populares, se apagaron las luces. Todos los presentes se echaron mano a las carteras, pues es costumbre cristiana conocer bien a tus compadres. Alguno fantaseó con que la oscuridad era el preludio de una actuación de Francisco Granados con su volquete de putas para animar a la peña. Y que, a lo mejor, en los lavabos aguardaba Marcial Dorado con mercancía. Pero no. Fue un poco más aburrido.

En una gran pantalla, empezaron a sucederse imágenes de Koldo García, José Luis Ábalos, Santos Cerdán, la familia Trapisánchez y Félix Bolaños. A muchos les extrañó que, para inaugurar un acto de exaltación del carismático líder gallego, se proyectaran los rostros de miembros de otro partido. Paradojas de la comunicación política moderna. Algún alumno aventajado de Miguel Tellado corrió a la cabina protestando: "¡Oye, que no os enteráis! ¡Que esos no son nuestros chorizos! ¡Poned a los nuestros, hostia! ¡Con orgullo y dos cojones!".

El simultáneo comité federal del PSOE también estuvo cachondo, pero en plan menos discotequero, más museístico que el del PP. Presidía el acto un Pedro Sánchez sedente, sobre un trozo de columna jónica, en la exacta postura del pensador de Rodin, aunque con más ropa. Estaba meditando sobre si irse otra vez a meditar o no, que la última vez apenas hizo el ridículo, según dicen las encuestas internas.

Una de las medidas estrella que la cúpula socialista adoptó en este comité federal para combatir la corrupción fue prohibirle a los militantes ir de putas. Como suena. Tendría gracia si la prostitución no fuera un crimen y un drama. Estos ideólogos del comité federal socialista dan a entender que, hasta la fecha, ser putero era compatible con tener carnet del PSOE. Venden como medida revolucionaria y heroica lo que debería ser obviedad: prostitución es corrupción. Y, además, no es socialismo. Quizá sea todo lo contrario.

Perdón por la frivolidad, pero es como si en este comité federal hubieran amenazado de expulsión a los militantes que practican la esclavitud (que los habrá).

Entre volquetes de putas y puteros anda el bipartidismo. Da como un poco de pena sin nostalgia. Porque tampoco hubo tiempos mucho mejores que añorar. Perdón por la tristeza.