Opinión
Reír para no consumirnos

Alison Bedchel es una de las autoras contemporáneas con más fama y reputación de la historieta mundial. Sus obras se han traducido a multitud de idiomas, ha sido premiada en numerosas ocasiones y goza del beneplácito de la crítica. Por si todo esto fuera poco, su libro Fun Home se adaptó como musical de Broadway y parece que en breve dará el salto a la gran pantalla. Pero todo esto, tal y como narra en su último cómic Consumida –editado en nuestro país por Reservoir Books– parece más una condena, que una bendición. Aquello de: 'Ten cuidado con lo que deseas, porque puede convertirse en realidad', es –entre otras cosas– sobre lo que reflexiona la autora del libro.
Antes de que su carrera despegara, hubo un tiempo en el que Alison Bedchel intentaba ganarse la vida dibujando historietas sobre unas amigas lesbianas –traducidas como Unas bollos de cuidado en nuestro país, y editado por la editorial La Cúpula– que publicaba de forma simultánea en distintas revistas LGBT. En las tiras abordaba distintos temas desde una óptica queer, desprejuiciada y con un tono humorístico. Al principio, no había personajes fijos ni continuidad, pero después decidió repetir algunos personajes de sus argumentos. Las publicaba al mismo tiempo en distintas revistas de temática gay, hasta que en 1986 se recopilaron por primera vez gracias a la editorial Firebrand. Con el dinero que consiguió siendo editadas por aquí y allá, obtuvo la estabilidad suficiente como para poder abandonar su trabajo en una redacción. Después llegaron la popularidad y el reconocimiento: en 2006 publica Fun Home, una obra biográfica que narra la relación con su padre y el vínculo que ambos tienen con la literatura. El libro trascendió su público habitual y la crítica cayó completamente rendida a sus pies. Bedchel pasó de las revistas marginales a vender miles de ejemplares y entrar en las listas del New York Times. Un tiempo después salió ¿Eres mi madre? (2012), y ese mismo año obtuvo la prestigiosa beca de la fundación Guggenheim. Casi una década después, continuó compartiendo sus pensamientos sobre el cuerpo y el deporte en El secreto de la fuerza sobrehumana (2021); y ahora, en Consumida, relata una autoficción en donde su alter ego, una bollera sesentona y vegetariana, rige un santuario de cabras en un Estados Unidos postpandémico gobernado por Trump. Al mismo tiempo que la autora le da vueltas a la que será su próxima obra y su agente literaria le consigue un jugoso contrato con una enorme editorial dirigida por un CEO despreciable, Alison se pregunta si todo ese dineral que está ganando merece la pena. ¿Qué sentido tiene forrarse cuando no se respeta su integridad artística?
Por las mañanas y con el desayuno en la mano, Bedchel aparece en distintas viñetas con la televisión sonando de fondo: no hay buenas noticias, nunca las hay. El mundo se dirige irremediablemente a su propia destrucción. Entre sorbo y sorbo de café, la autora muestra su apatía, la esclavitud que supone la gloria.
Porque eso es el éxito para la dibujante, una prisión. Una correa que aprieta el cuello y se enrosca como una serpiente ahogando e inmovilizando al autor, obligándole a (re)hacer, una y otra vez, aquello que una vez lo catapultó. Y no viene solo, hay un rastro que deja su peso: las expectativas de la crítica y el público, que además hoy en día, vierte su bilis en redes sociales. El mantra de Alison Bedchel podría ser: crear o morir, pero sin mucho riesgo, porque lo importante es que se venda. En Consumida, se retrata ese aburguesamiento de forma autoconsciente y paródica. Porque ella, aún teniendo todo: reconocimiento, público y dinero, también sufre. Y su principal enemigo es ella misma porque su activismo político no le deja espacio para el disfrute. Su conciencia intenta alinearse con sus ideales, pero la mayoría de las veces no lo consigue, porque el sistema se encarga de no ponérselo fácil. Alison Bedchel explora sus propias contradicciones, pero sale airosa: Consumida es sarcástica y entretenida, está llena de mala uva contra sí misma, pero también contra el mundo.
Su tono cercano, de pincel cálido, deslumbra cuando su autora profundiza en las relaciones de sus personajes. Se nota que se siente cómoda ahí. Su libro es testimonio de ello: pasa de intentar ser un tebeo-ensayo sobre la clase obrera y Marx, a transformarse en una sencilla historia cotidiana sobre un grupo de amigos queers y boomers que lidian como pueden con un mundo hipercapitalista que no les deja respirar ni un poquito. Porque hay que reconocer que ser íntegro, la mayoría de las veces, es imposible. Y mal que nos pese, en un sistema lleno de contradicciones, la pureza no existe. Así que lo mejor, al igual que Bedchel, será que abracemos nuestras propias paradojas y nos riamos de ellas, porque no deja de ser absurdo vivir en un mundo donde un libro publicado por una multinacional inglesa tenga una crítica en la web de un periódico español que aparecen en la pantalla de un teléfono ensamblado en Singapur por una persona sin derechos laborales. Son realidades capaces de volver tarumba a cualquiera, sobre todo si tenemos un mínimo de conciencia. Con el humor, sin embargo, sobrevivimos. Es una tirita que sana y permite aliviar todas nuestras tensiones, porque si nos lo tomáramos todo en serio –incluso a nosotros mismos– sería insoportable.
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